Por: Giovanni Beluche V.
Nuevamente la muerte y la destrucción se ciernen sobre nuestra América Central, otra vez nuestros pueblos están sufriendo los embates de un sistema social excluyente, que les coloca en alta vulnerabilidad ante las condiciones del clima. Los gobiernos declaran el estado de calamidad cuando ya es tarde, pero poco o nada hacen para prevenir que esto se repita cada año. Son muchas las familias evacuadas que han perdido bienes materiales, cosechas, animales. Lo más doloroso ha sido la pérdida de vidas humanas.
La culpa no es de la naturaleza, esa es la simpleza con que los grandes medios de desinformación presentan las cosas, tratan de naturalizar lo que no es natural. Esta región del mundo siempre ha estado sometida a tormentas, terremotos y demás acciones de la naturaleza. Pero cada vez sus efectos son más destructivos porque gran parte de los seres humanos han sido desplazados a vivir en zonas peligrosas y porque las grandes corporaciones han convertido a los recursos naturales en una mercancía, que explotan de manera insostenible. La indolencia de los gobernantes, el egoísmo de las clases poderosas, la avaricia que destruye a la naturaleza, el capital inmobiliario que hace inaccesible para los sectores populares vivir en zonas seguras, son las verdaderas causantes de lo que nos está ocurriendo.
El modelo de acumulación capitalista sacrifica la naturaleza, deforesta para construir urbanizaciones de lujo, seca humedales para edificar hoteles, priva de agua a las comunidades para regar canchas de golf. Contaminan los mantos acuíferos con agroquímicos para incrementar su tasa de ganancias. El desmantelamiento del Estado, convertido en facilitador de los negocios de una oligarquía angurrienta y sus socios transnacionales, ha llevado a la flexibilización de los estudios de impacto ambiental. Impera un modelo que provoca cambio climático. De esto no hablan los grandes medios de comunicación, pero culpan a la naturaleza por los desastres.
Bajo este sistema la vivienda, la salud, la educación son mercancías, no son derechos; quienes no tienen para comprar vivienda deben construir sus casas y sus sueños en las laderas de las montañas, en la margen de los ríos. ¿Dónde están los proyectos habitacionales para la gente humilde y para las llamadas capas medias?, ¿Dónde están los créditos accesibles para que los pequeños agricultores puedan instalar invernaderos?
El rostro de dolor de los niños y las niñas de América Central, debe motivarnos a redoblar la lucha por acabar con este sistema capitalista que plaga de miseria a la humanidad. La naturaleza está pasando la factura de tanto daño ambiental, pero la deuda ecológica la están pagando quienes no le deben nada. Mientras, quienes se benefician de tan descabellada explotación de la naturaleza y de las clases trabajadoras ni se mojan con las lluvias.
¡Otro mundo es posible!