Por Sebastián Chavarría Domínguez
El triunfo de la insurrección popular en 1979 ha sido descrito por los historiadores sandinistas como la culminación de una larga lucha guerrillera, pero esta afirmación dista mucho de reflejar lo que realmente ocurrió.
Como cualquier triunfo revolucionario de las masas, fue producto de una combinación de factores nacionales e internacionales, extremadamente favorables, que confluyeron en un momento determinado.
Crisis económica, pugnas interburguesas y radicalización de la clase media
El régimen somocista ha sido, por décadas, el sistema político que más beneficios económicos le ha producido a las diferentes alas de la burguesía nicaragüense, hasta el terremoto de Diciembre de 1972. La reconstrucción de Managua era un jugoso negocio que despertaba la codicia de todos los empresarios. Somoza rompió los acuerdos y comenzó a invadir, desde el Estado, las áreas económicas que habían sido acordadas desde el “Pacto de los Generales” Somoza-Chamorro en 1950, provocando un conflicto inter burgués de grandes proporciones.
La burguesía reclamaba a Somoza que hacía “competencia desleal”. En este contexto de crisis económica y conflicto inter burgués, alas radicalizadas de la clase media giraron hacia la izquierda y confluyeron con las diversas tendencias del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), fortaleciendo al conjunto de la organización guerrillera que era vista por las masas como luchadora consecuente contra el somocismo.
La brutal represión del somocismo y la ausencia de libertades para desarrollar la lucha política, polarizaron rápidamente a la sociedad nicaragüense y la guerrilla urbana se convirtió en un método de lucha de las masas. Sectores de la burguesía, decepcionados por la incapacidad del somocismo de promover una reforma política, comenzaron a apoyar decididamente al FSLN.
Contexto internacional favorable
Después de la derrota militar en Vietnam en 1975, el imperialismo norteamericano se reacomodó con una estrategia defensiva que promovía la democracia y la defensa de los “derechos humanos” en el mundo. Esta política fue impulsada bajo la administración del presidente Jimmy Carter (1977-1981) y tuvo especiales consecuencias en Nicaragua y Centroamérica: para evitar estallidos revolucionarios, Estados Unidos dejó de ser el tradicional protector de la dictadura somocista y de muchas otras dictaduras de América Latina.
Pero en el caso de Nicaragua, la estrategia del imperialismo llegó tarde porque el somocismo se resistió al más mínimo cambio y por ello no pudo frenar el ascenso de masas. Los acontecimientos en Nicaragua preocuparon a la burguesía regional.
Con una política de alianzas con los empresarios, el FSLN obtuvo, en el periodo 1978-1979, el apoyo financiero, militar y diplomático del General Omar Torrijos, del presidente de Panamá, de Rodrigo Carazo Odio, presidente de Costa Rica, de Carlos Andrés Pérez, Presidente de Venezuela y de José López Portillo, Presidente de México. La Internacional Socialista (IS) también apoyo decididamente al FSLN en su lucha contra Somoza.
Pero este apoyo no fue desinteresado. Cada gobernante apoyó la lucha contra Somoza por la defensa de sus propios intereses. El General Omar Torrijos, por ejemplo, estaba negociando con la administración Carter la devolución del Canal de Panamá, y no quería que los Estados Unidos, a partir de la derogación del tratado Chamorro-Bryan en 1974, fijasen sus ojos nuevamente en Nicaragua para construir un nuevo canal interoceánico, que podría desplazar al obsoleto canal de Panamá.
De la misma forma, la crisis de la economía costarricense en el periodo 1974-1975, muy vinculada a la nicaragüense, estaba sufriendo los estragos de la inestabilidad política y la lucha revolucionaria, que amenazaba extenderse a toda el área centroamericana. México tenía un interés muy particular: después del terremoto de 1972, el negocio de la reconstrucción de Managua pareció quedar en manos de las compañías mexicanas, pero la voracidad de la dictadura somocista provocó roces no solo con los empresarios mexicanos sino con la oligarquía conservadora, que comenzó a rebelarse.
Los intereses de Carlos Andrés Pérez no eran tanto económicos como políticos: aspiraba a que la Internacional Socialista influyera en los procesos políticos en América Latina. Contrario a lo que se puede creer, el apoyo de Cuba fue limitado y discreto en relación a las fuerzas políticas descritas anteriormente, aunque fue vital durante la insurrección en 1979.
En resumen, esta amplia alianza de fuerzas políticas a nivel internacional fueron determinantes en el triunfo popular sobre la dictadura somocista en 1979. El punto culminante de esta alianza internacional fue la Resolución de la OEA, del 23 de Junio de 1979, que ordenaba “a) El reemplazo inmediato y definitivo del régimen somocista; b) Instalación en el territorio de Nicaragua de un gobierno democrático cuya composición incluya los principales grupos representativos opositores al régimen de Somoza y que refleja la libre voluntad del pueblo de Nicaragua; c) Garantía de respeto de los derechos humanos de todos los nicaragüenses, sin excepción; d) Realización de libres elecciones a la brevedad posible que conduzcan al establecimiento de un gobierno auténticamente democrático que garantice la paz, la libertad y la justicia”.
¿Lucha guerrillera o insurrección popular?
A nivel interno, a partir de los espectaculares ataques militares en Octubre de 1977, y del surgimiento del “Grupo de los Doce”, sectores de la burguesía opositora y de la clase media proporcionaron todo tipo de apoyo político y logístico a la guerrilla del FSLN. Evidentemente, el rol decisivo lo jugaron las masas populares que salieron a la calles a combatir a la Guardia Nacional (GN), especialmente después del asesinato del líder opositor Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, en Enero de 1978. En ese período el puñado de guerrilleros sandinistas que habían sobrevivido a la violenta represión desatada por la GN, se convirtió en una poderosa fuerza política y militar, capaz de encabezar la lucha a muerte contra la dictadura somocista.
El mito de la guerrilla rural que acumuló fuerzas lenta y gradualmente, y se abastecía por su propia cuenta, hasta tomar por asalto las ciudades, debe ser desechado porque no corresponde a la verdad de la historia.
El general retirado Humberto Ortega Saavedra, principal estratega militar del sandinismo, reconoció el vital apoyo financiero y militar de la burguesía latinoamericana en la lucha del FSLN contra Somoza, al escribir que “(…) el caudillo costarricense José Figueres Ferrer en 1978 nos entregó un lote importante de armas. El otro aporte bélico más moderno lo entregó el Presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez. También el general Torrijos nos proporcionó armas (…) A inicio de 1979, el Presidente Venezolano nos manifiesta que ni él ni el General Torrijos pueden suministrarnos más ayuda militar, y seguidamente le solicita a su homólogo cubano que nos proporcione armamento, a lo que Fidel responde afirmativamente (…) desde 1978, los Terceristas venimos obteniendo apoyo financiero que proviene particularmente de Venezuela a través de su Presidente, quien nos proporciona más de un millón de dólares (…) Del general Omar Torrijos recibimos 100 mil dólares mensualmente, también el Presidente López Portillo realizó aportes (…) en pleno desarrollo de la ofensiva final manejé varios millones de dólares que eran resguardados en sacos de lona, y se emplearon de una manera veloz para sostener los ritmos ofensivos que la insurrección demandaba (…)”. (La Epopeya de la Insurrección)
19 de Julio: El triunfo de la insurrección popular
Con el triunfo de la insurrección popular, el 19 de Julio de 1979, las masas trabajadoras derribaron a la dictadura, desmantelaron la columna vertebral del Estado burgués: la Guardia Nacional (GN) de Somoza, el aparato represivo que la intervención militar norteamericana había instalado en el poder, a raíz del asesinato del General Augusto César Sandino y del aplastamiento de las guerrillas nacionalistas y antiimperialistas en 1934.
La entrada triunfal de las columnas guerrilleras del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) a Managua, el 19 de Julio de 1979, fue la culminación victoriosa de una corta pero sangrienta guerra civil.
Al derrumbarse el Estado por el empuje de la revolución, la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional (JGRN) liquidó el Congreso Nacional, derogó la Constitución de 1974 y proclamó el “Estatuto Fundamental del Gobierno de Reconstrucción Nacional”, el 20 de Julio de 1979, disolviendo “la Corte Suprema de Justicia, Cortes de Apelaciones, Tribunal Superior del Trabajo y demás estructuras de poder somocista”; se declararon “especialmente inaplicables todas las disposiciones que se refieren al partido de la minoría en cualquier otra ley vigente”. Este “Estatuto Fundamental del Gobierno de Reconstrucción Nacional” fungió como Constitución provisional.
Situación revolucionaria en Centroamérica
La situación revolucionaria en Nicaragua se extendió y generalizó a toda el área centroamericana, aunque con ritmos desiguales y contradictorios en cada país.
A pocas semanas de la victoria revolucionarla del 19 de Julio de 1979 cayó la dictadura del General Romero, en El Salvador, producto del poderoso ascenso obrero y popular, siendo sustituida por el igualmente frágil y efímero gobierno “cívico-militar” del Coronel Majano. En Guatemala, a pesar del heroísmo desplegado por la guerrilla, esta no logró convertirse en un peligro militar para la dictadura de los generales. Nicaragua y El Salvador se transformaron en los picos más altos de la revolución centroamericana.
La revolución nicaragüense planteó la posibilidad real de liberar a Centroamérica de la dominación imperialista y realizar la tarea democrática inconclusa que las burguesías se negaron a realizar: la reunificación de la nación centroamericana un solo Estado.