Por Olmedo Beluche
Uno ya casi siente lástima por el hombre. Ha tenido que aguantar de todo estoicamente: desde las orejas de burro de la campaña electoral hasta ser despedido por “incompetente” de la Cancillería, pasando por ser usado de bombero en las crisis de julio de 2010 y febrero de 2011, la compra de sus diputados y el despido de cientos de sus allegados en las entidades públicas, además de la ruptura de la promesa de apoyarlo en la candidatura presidencial de 2014. Pese a ello, insiste en cubrir su puesto en el Consejo de Gabinete, pese a haberse proclamado “oposición”, después de año y medio como “oficialista”. ¿Por qué? ¿Para qué?
El colmo llegó en el Consejo de Ministros del 1 de Noviembre cuando, en medio de la jauría martinelista que iban todos contra uno, el hombre perdió los estribos frente a una provocación claramente planeada por la viceministra Lucía Chandeck. Le han acusado de faltarle el respeto a una dama y le enviaron un centenar de mujeres a piquetearle el local de su partido, maniobra que hubiera sido perfecta si no fueran tan torpes los dirigentes de Cambio Democrático, que nunca han defendido los derechos de las mujeres. Ellos, que creen que todo se compra con plata, nunca se imaginaron que el grupo de mujeres que trajeron se volverían contra ellos mismos, denunciando la manipulación de que fueron objeto.
Algún bromista opina que Juan Carlos Varela ha hecho votos de santidad, por eso intenta aparecer ante la ciudadanía con cara de mártir, pues le puede rendir buen crédito llegados los comicios. Y agrega que, como miembro conspicuo del Opus Dei panameño, está acostumbrado a trocar el instinto del placer por dolor con la ayuda del silicio. Y parece haberse decidido a cargar a Martinelli cual cilicio personal. Puede haber algo de eso, pero el argumento no explica la totalidad.
El problema de Varela no es subjetivo, aunque tenga vocación para el suplicio, sino objetivo. Porque él podría hacer con mejor holgura y comodidad su papel de supuesta “oposición” renunciando a la Vicepresidencia, sin tener que estar expuesto a las humillaciones de Martinelli, o al riesgo de que lo hagan ocupar el cargo (art. 192 de la Constitución), o una acusación (¿por ahí va lo del terreno de Chilibre?) que le inhabilite para correr en las lecciones (art. 192, acápite a.) o, incluso, que le armen una fracción interna para arrebatarle la dirigencia del Panameñismo, lo que ya parece estar caminando. La pregunta es la del principio: ¿Por qué no renuncia Varela a la Vicepresidencia de la República?
No existiendo ningún impedimento constitucional que le prohíba renunciar, uno tiene que preguntarse por qué no lo hace. Un aspecto del problema es que Varela intenta aparecer como un político burgués coherente con el sistema, que no va a sacrificar los intereses generales de la clase capitalista, sobre todo en este momento de vacas gordas y pingües ganancias, ni a forzar una crisis terminal del gobierno, que lo sería también del propio régimen político, en función de ambiciones particulares. A su manera, es la misma actitud de los líderes del PRD, quienes llevan su papel de supuesta “oposición” de manera comedida, con críticas blandengues cuando en realidad Martinelli y su equipo se han llevado por los cachos toda la “institucionalidad democrática”. Ambos partidos, padres putativos del régimen político, intentan hacer creer a la ciudadanía que “estamos en democracia” y que hay que aguantarse la situación hasta las próximas elecciones, pese a que el grupo gobernante ha demostrado que no le interesan las apariencias para nada.
Otra explicación tan razonable como la anterior, y relacionada con ella, es el compromiso de Varela con quienes forjaron la Alianza en 2009: el gobierno de Estados Unidos a través de su embajadora. Todos recordamos la foto de aquella reunión en la salita de la casa de la embajadora yanqui, el día que Obama tomaba posesión en Washington. ¿Por qué Estados Unidos forzó aquella alianza, cuando no era necesaria para ganarle a la candidata del PRD, suponiendo que ese era el objetivo, si todas las encuestas ya daban por ganador a Martinelli? Por el mismo motivo que seguramente presiona a Varela para que se sostenga a como de lugar en el puesto: desconfianza hacia Martinelli y sus allegados.
Seguramente a la oligarquía financiera, que manda por detrás de los políticos y sus partidos, tanto como al imperialismo norteamericano, les preocupa que tantos desmanes, tanto abuso del poder, tanto saqueo de la cosa pública, tanta miseria al lado de la opulencia, terminen reventando a Martinelli y su gobierno antes de tiempo. Ellos saben que, como ha sucedido en otros países de Latinoamérica, es factible que el pueblo se harte y se tire a la calle y exija la renuncia del actual mandatario y su séquito. Y en caso de que haya que prescindir de sus servicios antes de los comicios de 2014 (ver art. 189, de la Constitución) seguramente preferirían que el coherente Sr. Varela ocupe la posición antes que uno de los ministros allegados al dueño de los “99”, que al final sería “lo mismo, pero peor”. Esa es la única explicación que parece razonable respecto a la obcecación de Varela con el cargo de Vicepresidente.
Al imperialismo norteamericano y la oligarquía sólo les interesan los cambios cosméticos que no modifiquen al buen “clima de negocios” que hay ahora, con el cual algunos se están haciendo multimillonarios. El problema es para la ciudadanía de a pie, para los indígenas amenazados por las mineras y el negociado de las hidroeléctricas, para los educadores y trabajadores de la salud amenazados por el proyectote “Asociación Público Privada”, para los trabajadores que ven sus salarios disminuir cada día con las alzas de precios, para los campesinos medianos y pequeños amenazados por el TLC con EE UU, para los jóvenes que no consiguen empleos. Para todos los explotados y oprimidos del país, el problema no se remedia esperando las elecciones y votando por otro oligarca en 2014. Hay que cambiar el actual régimen político y sus reglas del juego, para que pueda aparecer una alternativa política, nueva e independiente, que exprese los intereses democráticos, sociales y económicos de los de abajo. Por eso, hay que unir la lucha contra las medidas económicas a la demanda de un verdadero cambio constitucional y del sistema político electoral.