Por Antonio G. González
Cuando Franco agonizaba a finales de 1975, Hassan II lo vio claro y adelantó a la jugada: su sueño del Gran Marruecos -la construcción simbólica que sustentaba un nacionalismo monárquico que él lideraba con un apoyo social masivo- estaba incompleto sin la anexión del Sahara Occidental. Y organizó la Marcha Verde. Casi doscientos mil marroquíes, entre ellos ex presidiarios y mucha gente en la miseria, se adentraron a pie en la entonces provincia española y, en realidad, el último territorio africano pendiente de descolonización, en dirección a El Aaiún. Una supuesta anexión civil.
En realidad, el vasto mar de arena al sur de Río de Oro ya contaba desde finales de los 60 (del siglo XX) con un movimiento independentista. De hecho, su primer líder, Bassiri, había desaparecido en manos de la policía española tras una manifestación en el Aaiún en 1970. Refundado luego como Frente Polisario, en 1973 pasó a la guerra de guerrillas, con atentados incluso mortales contra los yacimientos mineros españoles de Fos Bucraa.
Una mina para canarias
Estaba claro. España vivía entonces en la incertidumbre total y el Polisario contaba con el apoyo claro de la sociedad saharaui, con la simpatía más o menos expresa de la metrópoli, aun a pesar de los actos de violencia -paradoja no ajena al sentimiento antimarroquí de la España franquista-; y, por último, el movimiento saharaui contaba directamente con el fervor de muchísimos canarios.
En realidad, las Islas tenían en el Sahara una mina pesquera y una mina comercial: el banco de pesca canario-sahariano, internacionalizado en los 70, había hecho del puerto de La Luz una referencia mundial. Y la reexportación isleña a África, a través de El Aaiún y Villa Cisneros, de manufacturas adquiridas a precios internacionales gracias al Puerto Franco ascendía a 400 millones de euros (teóricos) de 1994. El Sahara representaba, en suma, miles de empleos en unas islas ya turísticas que entonces atravesaban, además, por una situación económica catastrófica, por efecto de la famosa crisis del petróleo de 1973.
La Marcha Verde
El futuro del Sahara no estaba asegurado, pero apuntaba a una emancipación colonial con soberanía saharaui como, en realidad, dictaba la lógica histórica-jurídica de la ONU. Pero Hassan II no estaba dispuesto a permitir que se le fuera esa pieza de las manos.
El desenlace es sabido: cuando la Marcha Verde llegó a las puertas de El Aaiún, Estados Unidos ejerció ante Madrid de valedor de Marruecos -su peón en el Magreb Occidental- y el Ejército español tardó días en armar la evacuación civil y militar. "Sin el apoyo de EE UU, Marruecos nunca se habría atrevido", recordó hace unos años a este diario el ex ministro de UCD José Manuel Otero Novas. Una muchedumbre marroquí -apoyada por unidades militares de ese país- entró en las ciudades saharauis y se ensañó con la población. La consigna era atemorizar y forzar un éxodo hacia el desierto. Así fue. La aviación marroquí los persiguió y los bombardeó con napalm, cuyas secuelas en cuerpos médicos de hospitales isleños pudieron comprobar.
En plena Guerra Fría
La lógica de la Guerra Fría se había atemperado en Europa en los años setenta -la socialdemocracia alemana jugó ahí el papel clave-, pero se había desplazado al llamado Tercer Mundo. Ocurrió después de que los soviéticos colocaran sus reservas de petróleo en el mercado internacional, la URSS renaciera, se reforzara durante esa década y Breznev redoblara ambiciones en Asia y África. El Sahara, de hecho, no fue una excepción a esta captura de los conflictos regionales por una lógica geoestratégica mundial que los pervertía y dislocaba en muchas ocasiones. No en vano si Marruecos era el peón de EE UU en el Magreb Occidental, Argelia lo era de una URSS que, además, le llevaba la delantera y, de hecho, dominaba a la fogosa y famosa Organización para Unidad Africana (OUA). De manera que la entrega española de facto del Sahara a Marruecos, haciendo naufragar los Acuerdos Tripartitos de Madrid, por los que el territorio se repartía también con Argelia y Mauritania, fue como una declaración de guerra para Argel, que sufría una severa derrota en el control de la región y además veía así cerrada su ansiada salida al Atlántico.
La respuesta argelina
Y para rematar la vulnerabilidad isleña, en una reunión en París la IATA concedía al centro de Casablanca (Marruecos) el control del pasillo aéreo Península-Canarias. La venganza no se hizo esperar. Argel acogió a ese éxodo saharaui en los campamentos de Tinduf, al sur del país, donde aún malviven doscientos mil. Y armó al Polisario, que inició una guerra terrestre desde este santuario argelino contra la ocupación marroquí y ataques a los pesqueros españoles y canarios que faenaran en sus costas dentro de los acuerdos de pesca hispano-marroquíes que comenzaron a sucederse. Hubo muertos, pescadores canarios también, aunque algunos atentados (como el del Cruz del Mar, con siete fallecidos) fueron confusos y el Polisario los achacó a Marruecos. Ahí han quedado las dudas.
Pero Canarias también entró en el paquete de la venganza argelina. Argel se propuso desestabilizar las Islas. Para ello eligió a Antonio Cubillo, abogado laboralista tinerfeño que vivía exiliado en Argel desde 1963 -en que huyó de la policía para eludir un proceso político- y había creado un grupo independentista de perfil africanista, el Mpaiac (Movimiento Por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario).
Puñaladas a cubillo
A ambos -al Mpaiac y al Polisario- les dieron una potente frecuencia en Radio Argel y sus respectivas emisoras salieron al aire el 2 de diciembre de 1975. No sólo eso. En la OUA (Organización para la Unidad Africana), Argel logró despertar a comienzos de 1977 el Dossier Canarias. Ya se sabe cómo acabó aquello. Cuando una bomba del Mpaiac en el aeropuerto de Gran Canaria desvió el tráfico aéreo al de Los Rodeos y se produjo el terrorífico accidente aéreo de 1977 (aún el peor de la historia) y, meses después, la OUA se disponía a llevar al comité de descolonización de la ONU, Nueva York, el Dossier Canarias mientras un nacionalismo africanista (la Unión del Pueblo Canario) lograba éxitos electorales en Las Palmas de Gran Canaria -un diputado nacional, la alcaldía capitalina-, dos mercenarios contratados por la policía española apuñalaron a Cubillo en su casa de Argel. Quedó paralítico.
A renglón seguido el ministro de Exteriores, Marcelino Oreja, inició su primera gira africana, se repartieron maletines, los líderes del PSOE, Felipe González y Alfonso Guerra, entonces en la oposición, se entrevistaron en Argelia con el presidente Bumedian... Y se acabó un lío por el cual las Islas se habían visto involucradas en un polvorín ajeno.
La caída del muro
En los años siguientes Marruecos fue consolidando su ocupación de facto del Sahara Occidental con una política incesante de traslado de colonos que hoy en día ya representan casi el setenta por ciento de la población. Y las ofensivas militares del Polisario se toparon con la construcción de varios anillos de muros defensivos marroquíes que acabaron por ser infranqueables. Pero Argelia mantenía intacto su apoyo a la resistencia saharaui. En la diplomacia internacional el Polisario las ganaba todas (las resoluciones de la ONU le son todas favorables). Pero cuando otro muro bien distinto, no fue levantado, sino que, por el contrario, se cayó, el de Berlín en 1989, estaba ya claro que no había salida militar al conflicto. Y que Marruecos no dejaría el Sahara.
El islamismo radical
La caída del muro de Berlín desencadenó en África y en el Magreb Occidental (como en Asia Central, por otra parte) un fenómeno de doble filo: de un lado, los países de la antigua órbita soviética, que además eran regímenes secularizados, moderaron sus opciones socializantes y se occidentalizaron, al menos en términos geoestratégicos. Sólo que en vez de buscar el favor de Francia, en la que EE UU había delegado como gendarme occidental durante la Guerra Fría, buscaron el favor de Washington, que, en los noventa, capitaneando ya la primera fase de la globalización, decidió entrar en África. Hasta entonces el continente negro había estado ausente de su mapa de recursos minerales y energéticos, pero EE UU fue a por todas y desató una competencia feroz con París, con secuelas como la guerra del Congo...
Argelia de hecho, se pasó a los americanos. Claro que en paralelo la propia Argelia fue el primer país islámico, aunque con un régimen laico, en sufrir el fenómeno del islamismo radical.
Periclitadas las ideologías en un contexto, además, de miseria, frente a la cual la modernización secular no había logrado mucho, el Islam regresó con más fuerza. En 1991, los militares argelinos dieron un golpe de Estado para evitar que el islamismo, que había ganado las elecciones, ocupara el poder. Diez años duró la guerra entre las partes, dejando al paso 200.000 muertos. En 2002, con apoyo de EE UU, Argel descabezó y liquidó al GIA. Claro que tan sólo cuatro meses antes había tenido lugar el 11-S. Y a partir de entonces, la contención del islamismo radical en el mundo se volvió, sin duda, el primer objetivo de EE UU, Rusia y Europa.
Marruecos reforzado
El Polisario, durante esa época, sobrevivió al margen, como también los saharauis refugiados en Tinduf. En 1991 había declarado el alto el fuego a fin de avanzar por donde único podía, la vía diplomática. Se sucedieron las misiones entonces de la ONU, los distintos planes. Incluso un cuerpo internacional, la Minurso, tras mucha resistencia marroquí, se radicó en El Aaiún con el teórico objetivo de administrar el territorio, hasta que las conversaciones de paz fructificaran, pero el ejército marroquí no se retiró. Y todo siguió igual. Ni un solo avance para los saharauis, que sólo veían al tiempo jugar en contra: deserciones, conflictos internos, incluso casos de corrupción... inevitable en la lógica del perdedor.
Por lo demás, en la nueva lógica internacional (tras la Guerra Fría y la primera globalización) Marruecos ha salido otra vez reforzado. Y mucho. A pesar de la infiltración islamista en el reino alauí (que en los barrios marginales incluso de una ciudad tan internacional y cultural como Marrakech es brutal), el nacionalismo marroquí sigue teniendo una gran proyección social. Y su acento religioso -al estar liderado por una monarquía semiteocrática, en la que el rey es también la cabeza del Islam, y no renuncia a ejercer como tal- lo vuelve, de facto, un freno al radicalismo, como también a la inmigración ilegal. Si a eso se le une la posición fronteriza de Marruecos con Europa es obvio que Rabat juega un papel estratégico para la seguridad europea y global. Y se aprovecha lo que puede. Cobra prenda.
La libra de carne
Esta ecuación, por lo demás, es mortífera para la causa saharaui. El Gran Marruecos -que es la gasolina del nacionalismo y, por lo tanto, un motor del freno al islamismo radical magrebí- tiene a la ex colonia española en el corazón de su propio imaginario. Más allá de legitimidades históricas, siempre dudosas por definición, se alimenta de este control del Sahara. Es su libra de carne. Y no hay ni que decirlo, en la jerarquía de problemas del mundo están claros los puestos que ocupa cada cual...
A los saharauis sólo les queda su intifada. Y la han puesto en marcha. Una nueva generación parece venida a inmolarse en ella. Va a ser un camino de sangre. La historia, como la vida, es terrible a veces. Y la de las saharauis parece maldita. Del desalojo del campamento en las afueras de El Aaiún no se sabe los muertos. No se sabrá nunca... Sólo se sabe que ni Europa ni EE UU preguntarán -de verdad- por ellos. Tampoco se sabe el final.