Por Pierre Rousset
No hay hoy nada inhabitual en que los Estados Unidos pierdan una guerra. No ocurría lo mismo el siglo pasado. Hace justamente 40 años, la debacle estadounidense de 1975 en Vietnam fue un acontecimiento tanto más significativo en la medida en que Washington había movilizado, durante años, sus gigantescos medios para ganar. Para los Estados Unidos el pulso indochino tenía un alcance internacional de grandísima importancia. Entre revolución y contrarrevolución, confrontación de “bloques” este-oeste y conflicto chinosoviético, Vietnam era el “punto focal” de la situación mundial en una configuración geopolítica sin equivalente desde entonces.
El 30 de abril de 1975, el Ejército Popular de Liberación entró, sin disparar un tiro, en Saigón como consecuencia de una ofensiva relámpago. El régimen saigonés, sostenido por Washington, se hundió como un castillo de naipes. Cogidos por sorpresa, los Estados Unidos debieron evacuar el país de forma urgente, los helicópteros tuvieron que rescatar a sus ciudadanos en el tejado de la embajada estadounidense ¡ante las cámaras de televisión del mundo entero! Una terrible humillación para la superpotencia imperialista hasta entonces con reputación de invencible.
Hacía ya una buena veintena de años que los Estados Unidos se habían implicado en la lucha contra el movimiento de liberación en Vietnam; en efecto, comenzaron a intervenir antes de la derrota francesa de 1954, preparándose a tomar el relevo de un régimen colonial en pleno declive. No se trataba para Washington de defender intereses particulares (acceso a mercados, inversiones…). Lo que estaba en juego era absolutamente estratégico: frenar de forma definitiva toda dinámica revolucionaria en Asia.
Frenar las revoluciones asiáticas
Asia se había vuelto, muy pronto, en el principal foco de las luchas antiimperialistas. Fue en Europa donde las consecuencias de la Primera Guerra Mundial y de la Revolución rusa se hicieron sentir en primer lugar. Pero después de la derrota última de la revolución alemana (1923), la atención se dirigió hacia Oriente. Asia Central, musulmana, entró en ebullición. Revolución y contrarrevolución se enfrentaron en China a partir de 1925. Durante los decenios que siguen a la Segunda Guerra Mundial, se desarrollaron movimientos armados de liberación desde América Latina a África o a Medio Oriente, con países faro como Cuba, Argelia, Palestina, Angola, Mozambique… El imperialismo impuso su orden a golpe de dictaduras militares particularmente sangrientas (Chile, Argentina…) y con la ayuda de Estados como Israel. Todo el Tercer Mundo se vio afectado, pero fue en el Extremo Oriente donde, con la victoria de la revolución china (1949), el pulso tomó una dimensión completamente particular. China era el país más poblado del mundo, seguido de India que, aunque capitalista, se acercó a Moscú para ganar una cierta independencia. Francia se mostró incapaz de romper el combate de los vietnamitas. Se multiplicaron los focos revolucionarios en la región. Washington quería “contener y rechazar” la ola de liberación asiática sin escatimar medios.
No se organizó el bloqueo de China igual que el de Cuba. Habia que construir en los planos político, económico y militar un inmenso cordón sanitario que se extendiera, como un arco de círculo, desde la península coreana a la península indochina. Washington extendió el cerco por el Este: fue la guerra de Corea (1950-1953) que dejó, hasta hoy, un país dividido. Cerró por el Sur, haciendo de Taiwan una fortaleza -a la que se replegaron los ejércitos contrarrevolucionarios chinos para gran perjuicio de las poblaciones locales; el régimen del Kuomintang representó entonces a toda China en el Consejo de Seguridad de la ONU. Para estabilizar a sus aliados surcoreanos y taiwaneses, los Estados Unidos favorecieron la puesta en marcha de reformas agrarias y dejaron mucho más campo libre que en otros países del Sur a las grandes familias posesoras que controlan estados dictatoriales y dirigistas. Ese fue el origen del desarrollo inhabitual de un capitalismo coreano o taiwanés relativamente autónomo.
Los Estados Unidos ayudaron a Japón a reconstruirse (como a Europa del Oeste con el Plan Marshall), a la vez que le mantuvieron bajo su tutela estratégica. Se construyeron en Japón inmensas bases militares estadounidenses (en Okinawa). También en Corea del Sur, Filipinas, Tailandia. La VII Flota y sus portaaviones ocuparon el mar de China. Washington siguió cercando, esta vez en Asia del sudeste insular: el golpe de Estado de Suharto en Indonesia (1965). El Partido Comunista Indonesio (PKI), considerado como el mayor partido comunista del mundo capitalista, fue erradicado al precio quizá de dos millones de muertos y de un estado de represión general que perduró más de treinta años.
Para acabar de cercar a China, quedaba el Asia del Sur continental. Había guerrillas maoístas activas en Malasia y en Tailandia. Pero sobre todo se reanudó la lucha en Vietnam. La división del país, decidida en los acuerdos de Ginebra, no debía ser más que temporal, esperando la celebración de elecciones que el Vietminh y Ho Chi Minh estaban seguros de ganar. Washington no había firmado los acuerdos, ni se planteaba que llegaran a celebrarse esas elecciones; al contrario, el régimen saigonés y los consejeros estadounidenses emprendieron el asesinato sistemático de los cuadros revolucionarios que vivían en el Sur. Al comienzo de los años 1960, el PCV decidió la reanudación del combate sabiendo que, esta vez, haría directamente frente a los Estados Unidos y ya no a Francia.
Poner de rodillas al “bloque soviético”
Frenar las revoluciones asiáticas no era el único objetivo de la intervención estadounidense en Vietnam. Detrás de Pekín, también está apuntando a Moscú. Washington quería acabar con la configuración de los “bloques” que dominaba, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la escena internacional. Lo que estaba en juego era enorme: permitir al capital imperialista penetrar de nuevo en los inmensos territorios del “bloque del Este”.
Aunque localizado en Indochina, el conflicto vietnamita no era una guerra local, ni siquiera regional. Su alcance era, propiamente, mundial. Corolario: todas las contradicciones de la situación internacional se refractaban en él, condicionando los datos del combate de liberación: estado del movimiento obrero y progresista en Europa y en los Estados Unidos, estado de la solidaridad, apertura (o no) de nuevos frentes revolucionarios en el tercer mundo, ambivalencias de la diplomacia moscovita o pekinesa… pues, ambivalencias, las hubo.
No habia equivalencia simple entre el “campo revolucionario” y el “campo soviético”. No obstante ser bien real la confrontación “Este-Oeste”, el imperialismo también pudo utilizar los intereses propios de la burocracia soviética (y más tarde de la burocracia china) para presionar en momentos decisivos sobre los movimientos de liberación. Los partidos comunistas asiáticos lo aprendieron pronto, a su costa. A la salida de la Segunda Guerra Mundial, con los acuerdos de Yalta y de Potsdam, Moscú aceptaba que China y Vietnam permanecieran en el seno de la esfera de dominación occidental. Ni el PCC ni el PCV respetarán este reparto del mundo negociado secretamente a sus espaldas entre potencias aliadas.
En 1954, Moscú y Pekín actuaron, esta vez concertadamente, para forzar al PCV a aceptar, en las negociaciones de Ginebra, un acuerdo que estaba muy lejos de reflejar la realidad de la correlación de fuerzas sobre el terreno y que llevaba en su germen una nueva guerra, la guerra americana, la más terrible de todas. Los vietnamitas sacaron las lecciones de esta amarga experiencia: una quincena de años más tarde, rechazarán la participación de los “grandes hermanos” chinosoviéticos en las negociaciones de París, reducidas a un vis-a-vis con Washington y de las que salieron los acuerdos de 1973, acuerdos esta vez ganadores.
La geopolítica mundial se había vuelto aún más compleja con la emergencia del conflicto chino-soviético a mediados de los años 1960, al no aceptar Pekín que Moscú negociara a sus espaldas un acuerdo nuclear con Washington. El cisma que rompió, desde el interior, el “bloque del Este” representaba un verdadero rompecabezas para el PCV que tenía necesidad de la ayuda de las dos capitales rivales del mal llamado “campo socialista”. En cambio, era un chollo para los Estados Unidos que podían surfear esta nueva contradicción. Esta baza no les permitió evitar la debacle de 1975, pero se demuestró eficaz los años siguientes con la formación de una alianza EEUU-China-Jemeres Rojos con el objetivo de cercar Vietnam.
Todo esto no debe evidentemente hacer olvidar que la ayuda proporcionada por Moscú o Pekín a Hanoi durante la guerra estadounidense fue muy importante tanto en el plano económico como militar. La URSS y China sabían muy bien que estaban en el punto de mira de la intervención estadounidense en Vietnam. Si hubieran resultado victoriosos, los Estados Unidos habrían estado en posición de avanzar más aún. La ayuda chinosoviética fue, pues, uno de los factores de la resistencia vietnamita. Aunque ayuda considerable, no dejó de ser políticamente medida para no poner en peligro las posibilidades de diálogo con Washington: no se proporcionaron los misiles capaces de proteger el cielo de Vietnam del Norte de los bombardeos B52, se mantuvo, aunque el PCV no lo deseara, la oferta de un compromiso podrido.
El factor vietnamita
La geopolítica mundial de después de 1949 (victoria de la revolución china) y 1954 (derrota francesa) hizo de Vietnam el “punto focal” de la situación internacional, la “trinchera avanzada” del combate revolucionario por retomar los términos de una larga consigna gritada en las manifestaciones de solidaridad: “Os saludamos, hermanos vietnamitas, soldados de la primera línea”. Pero el movimiento de liberación tuvo que ser capaz, en ese país, de llevar una carga muy pesada: estar “en primera línea” frente a los Estados Unidos.
Las luchas anticoloniales en Vietnam no tomaron precozmente la amplitud espectacular de lo que ocurrió en China en los años 1920. Sin embargo, el movimiento nacional y, singularmente, el PCV son contemporáneos del PCC. El núcleo dirigente inicial de estos dos partidos se formó en la onda de la revolución rusa, antes de la estalinización de la URSS. Ambos se identificaron, sin embargo, con el “campo socialista”, aunque manteniendo una autonomía de decisión a diferencia de la subordinación directa de otros PC. Ambos acumularon una experiencia de lucha variada antes de implicarse en una guerra popular prolongada, desde el giro de los años 1930 en China, un decenio más tarde en Vietnam.
Antes de la guerra americana, el Vietminh adquirió una legitimidad nacional profunda con la proclamación de la independencia en agosto de 1945, luego con la dirección de una “guerra del pueblo” que infligió al cuerpo expedicionario francés la derrota de Dien Bien Phu -un éxito sin precedentes frente a una metrópoli colonial. Los Estados Unidos se enfrentaronn pues a un adversario aguerrido y enraizado, aunque, por la conciencia de su poderío, no dudaran de su victoria.
Por su duración, la lucha de liberación de Vietnam encarna todo un período, abierto por la revolución rusa. La victoria de 1975 fue de alguna forma su clímax: triunfó en un conflicto frontal con el imperialismo estadounidense. Anunciaba también, aunque no fuera inmediatamente evidente, el fin de ese período, debido a la violencia de los conflictos interburocráticos y a las crisis que roían los regímenes soviético y chino.
Una guerra total
La intervención de los Estados Unidos en Indochina, fue en primer lugar una escalada militar sin equivalente fuera de las guerras mundiales. Se utilizaron los inmensos medios desplegados en la región, desde las bases de Okinawa a las de Thailandia transformada en un “portaaviones terrestre”. La VII Flota machacó las costas vietnamitas mientras su aviación podía intervenir rápidamente. Los bombarderos gigantes B52 operaban, devastadores, desde gran altura. Por primera vez, los helicópteros se utilizaron de forma masiva en los combates (Francia los había utilizado ya en Argelia). Napalm, defoliantes (agente naranja que sigue envenenando el país), bombas de fragmentación… A parte del arma atómica y la destrucción de los principales diques que habría ahogado bajo las olas una parte de Vietnam del Norte (dos medidas cuyas consecuencias internacionales eran imprevisibles), todo se puso en práctica. Los cuerpos expedicionarios estadounidenses alcanzaron los 550 000 hombres. Se tiraron contra el pequeño territorio indochino dos veces más toneladas de bombas que las lanzadas por el conjunto de los aliados en todos los frentes del conflicto 1939-1945. En total, no lejos de 9 millones de militares estadounidenses participaron en el conflicto.
La guerra se llevó a cabo en múltiples terrenos. Un plan de asesinato selectivo de los cuadros del Frente Nacional de Liberación en el Sur -el Plan Phoenix- provocó varias decenas de miles de víctimas. Se puso en marcha una “reforma agraria” para enfrentarse a la heredada del Vietminh y para intentar constituir una base social al régimen saigonés (campesinos capitalistas). Se agruparon las poblaciones rurales en granjas estratégicas y se instauró un sistema de control policial, hogar por hogar, hasta en las ciudades para mejor localizar a cualquier persona extraña. Para reducir el número de las pérdidas humanas en el cuerpo expedicionario se decidió la “vietnamización” de las fuerzas armadas contrarrevolucionarias, se trataba de “cambiar el color de la piel de los cadáveres”…
En los Estados Unidos, la economía participó en el esfuerzo militar e hizo otro tanto el mundo científico a quien el gobierno demandaba ampliar la paleta de ingenios de muerte: bombas penetrantes para destruir túneles, detectores de calor para localizar la presencia humana, minas antipersonales que se confundan con el entorno natural… Los científicos, en su gran mayoría, lo realizaron sin remordimientos, hasta el momento en que el movimiento antiguerra levantó el vuelo con el aumento de las pérdidas estadounidenses (60 000 GIs encontraron la muerte, por unos tres millones de vietnamitas muertos, cinco millones heridos, y diez millones de desplazados).
A pesar de las considerables pérdidas, que tuvieron graves consecuencias tras la victoria (la infraestructura militante de cuadros revolucionarios originarios del Sur quedó muy debilitada), la resistencia vietnamita aguantó. El coste económico en los Estados Unidos se volvió exorbitante. El movimiento antiguerra se conviertió en un factor de inestabilidad política interna. El año 1968 sacudió Occidente… y Washington se vió forzado a negociar. Dos años después de la firma de los acuerdos de París, el régimen se hundió.
Jaque, pero no mate
Ese año 1975, siguiendo la estela de la victoria vietnamita, Mozambique proclamó su independencia (en junio), así como Angola (en noviembre) aunque ambos fueron invadidos por África del Sur; pero en este último país, el régimen de apartheid encontró, también él, su fin en 1994…
A los Estados Unidos se les puso en jaque en Vietnam, pero sin embargo, no fue jaque mate. Los acuerdos de París no desembocaron en un compromiso como el que se dio en los acuerdos de Evian entre el imperialismo francés y el nuevo régimen argelino. Muy al contrario. Washington tomó la política de la venganza y el conflicto prosiguió bajo otras formas. En 1972, en un gesto espectacular, Richard Nixon acudió a Pekín mientras los combates estaban en su paroxismo en la península indochina. Se dibujó una alianza de circunstancias que condujo, después de 1975, a un frente antiVietnam entre el imperialismo americano, China (donde Deng Xiaoping retomó la dirección) y… los Jemeres Rojos (tras la máscara oficial de Sihanuk).
La guerra no estaba acabada. Washington mantuvo la presión diplomática sobre el país y decretó el embargo (que duró hasta febrero de 1994 e impidió la inversión internacional). Los Jemeres Rojos, que habían entrado en una huida hacia adelante criminal en el propio Camboya, multiplicaron los ataques fronterizos y reivindicaron el delta del Mekong. En diciembre de 1978, el ejército vietnamita intervino masivamente y el régimen Pol Pot se hundió. La población deportada volvió a sus casas. En febrero-marzo de 1979, unos 120 000 hombres del ejército chino atacaron en varios puntos la frontera norte; correspondió a las milicias locales y a las tropas regionales hacerles frente, ya que las fuerzas regulares vietnamitas estaban implicadas en el teatro de operaciones camboyano. Para el PCC se trataba de señalar a Hanoi que los archipiélagos de las Spratleys y Paracels son chinos, una prefiguración de los conflictos territoriales marítimos actuales.
La guerra después de la guerra provocó una crisis en Vietnam. Como en Rusia, en China o en Cuba, el imperialismo hizo pagar cara su derrota, cuando la sociedad salía agotada de 30 años de conflictos. El régimen se endureció más aún -en el pasado había dejado aislado, más o menos, a Ho Chi Minh (fallecido en 1969), había apartado a Giap en más de una ocasión y llevado a cabo una purga secreta en el seno de la dirección, poniendo a supuestos “prosoviéticos” en residencia vigilada durante años. Temía que la comunidad china del sur del país se conviertiera en una quinta columna y atacó además a los grandes comerciantes capitalistas… a menudo chinos. Pekín atizó las brasas, lo que contribuyó al éxodo masivo de los “boat people”.
La derrota de los Estados Unidos de 1975 tuvo consecuencias duraderas. El imperialismo estadounidense conoció un declive relativo, del que Europa habría podido beneficiarse. Durante años le fue políticamente imposible implicarse directamente en una nueva guerra. Una ventana favorable para las luchas habría podido abrirse, si las consecuencias del conflicto chino-soviético no la hubieran cerrado inmediatamente. La derrota en la victoria no vino del enemigo exterior, sino del enemigo interior de toda revolución social: la burocracia. Así como, no lo olvidemos, de la debilidad de la solidaridad internacional, una cuestión siempre muy presente. Muy hermosas páginas internacionalistas fueron escritas durante los años 1965-1975, realizadas en particular, aunque no solo, por la radicalización de la juventud en numerosos países. Era sin embargo muy tarde. El pueblo vietnamita habría podido ganar su independencia en 1936-37 cuando el Frente Popular en Francia o en 1945, si París no hubiera podido enviar un cuerpo expedicionario a la reconquista de su antigua colonia o en 1954 si Pekín y Moscú no hubieran concluido un acuerdo con París o, también, en 1968, como consecuencia de la ofensiva del Têt. Hubo que esperar a 1975, tras decenios de destrucciones y de pruebas que habrían podido ahorrarse a las fuerzas de liberación y a toda la población.