Por Nicolás Solís
En el artículo titulado ¿Adónde va la guerra civil Libia?, Orson Mojica afirma algunas tesis políticas que sería bueno analizar desde una óptica marxista.
El camarada Mojica dice que el imperialismo norteamericano y europeo, para ahorrarse los costos de una intervención militar directa en Libia, intentan hacer cambios desde arriba. De modo, que reconocen como interlocutor al CNPT (que es una iniciativa unilateral de gobierno provisional, formado con ex-ministros y ex-funcionarios del gobierno de Gadafi). Luego, dejarían que ambos bandos en guerra se debiliten, para propiciar entonces una negociación.
Para el camarada Mojica, el imperialismo se saldrá con la suya. Gadafi resiste –según él-, no para sostenerse en el poder, sino, para negociar con sus adversarios. Por su parte, la CNPT no tiene una política de reivindicaciones sociales, de modo que no le puede restar base de apoyo a Gadafi, y sin ello, afirma, no es posible vencer a ningún ejército. Los dictadores, por muy extraño que parezca, nos dice, tienen algún sustento social.
La CNPT, en su opinión, terminará negociando con Gadafi (a menos que éste logre aplastar, antes, a los insurrectos).
Cuando una guerra civil estalla, el resultado del conflicto depende de la política que implemente cada bando en pugna (la guerra –nos recuerda Mojica- es la continuación de la política por otros medios). La debilidad de la insurrección –escribe-, es su propia contradicción, ya que pese a tener una dinámica antiimperialista y anticapitalista, tiene una conducción burguesa. Esta contradicción es común a los procesos revolucionarios en los países atrasados, sentencia nuestro camarada.
En cuanto a la política a seguir en Centroamérica, Mojica nos informa que la izquierda se ha dividido en torno al conflicto libio. Un sector de la izquierda centroamericana apoya a Gadafi en la guerra civil, porque considera que es víctima de una conspiración contrarrevolucionaria del imperialismo.
Por su parte, él sostiene que Gadafi ha estrechado una alianza político militar con el imperialismo norteamericano y europeo en los últimos diez años. Adicionalmente –dice-, es una necesidad histórica derribar regímenes dictatoriales en cualquier parte del mundo. De modo, que el bando que lucha contra la dictadura de Gadafi es el más progresivo, y su triunfo militar abriría una situación favorable para el surgimiento de una dirección genuinamente revolucionaria.
Nuestro deber –concluye-, es apoyar militarmente al bando que lucha contra Gadafi y ayudar a que surja esa dirección revolucionaria, que se coloque al frente de la nación libia.
Estas son las tesis del camarada Mojica, que vamos a analizar.
En primer lugar, todo este fárrago de afirmaciones y de premoniciones políticas nada tienen que ver con el método marxista, que parte de un análisis de las condiciones materiales de vida de las clases sociales y de su participación consciente en las luchas políticas, ante situaciones objetivas de crisis del modelo de dominación.
Ciertamente, Gadafi, desde hace diez años, es un agente de la política imperialista; aunque en el pasado haya desarrollado acciones terroristas contra países de Occidente. Nunca tuvo, sin embargo, desde el punto de vista social, el menor rol progresivo en 41 años de poder dictatorial, de corte medieval.
Libia es un país cuya economía permanece estancada, al igual que desde la época colonial, sin diversificación alguna, dependiente exclusivamente de la renta petrolera. Una parte ínfima de los inmensos ingresos que provienen de la explotación petrolera (por empresas extranjeras), se distribuyen a la población, sin vínculo alguno con un empleo. No hay producción tecnológica que emplee mano de obra asalariada. Las capas medias, con formación técnica universitaria, demandan un empleo productivo. O bien, la posibilidad de emigrar en busca de realizar aspiraciones pequeño burguesas de superación social (lo cual, les viene prohibido por el régimen, que se ha comprometido con Europa a contener la emigración).
Estos sectores, relativamente cultos, están hartos de la falta de derechos y de una ideología estrafalaria que intenta sostener con una mezcla de religión mesiánica, pero, fuera de la ortodoxia islámica, un régimen hereditario, extremadamente corrupto, ineficiente y burocrático.
El ejército se ha dividido ante las órdenes de reprimir al pueblo. Pero, una parte, seguramente, la mayoría de las fuerzas militares, ha permanecido leal a Gadafi, gestando, entonces, una guerra civil.
A los norteamericanos les atemoriza que la insurrección triunfe militarmente, y que los mandos medios e inferiores del ejército deserten, y se integren a las fuerzas populares, dando lugar a un nuevo tipo de Estado, de democracia directa. Seguramente, políticamente aprueban y alientan, en silencio (como tiene que ser), los bombardeos a las fuerzas civiles. Al menos, hasta que los insurrectos se desmoralicen, y políticamente acepten una salida electoral, organizada por un gobierno provisional.
La debilidad del proceso libio no está en la dirección (ya que ésta cambia dinámicamente con el desarrollo de los acontecimientos), sino, que radica en los sectores pequeño burgueses que son quienes se han sublevado, sin otro contenido que la salida de Gadafi. Por ello, no es cierto, tampoco, que la insurrección tenga una dinámica antiimperialista y anticapitalista, como afirma el compañero Mojica. Tampoco es cierto que las revoluciones en los países atrasados sufran esa contradicción –que él señala- entre un programa anticapitalista y una dirección burguesa.
La contradicción en los países atrasados es, más bien, entre un programa democrático, capitalista, y una clase burguesa incapaz de ejecutar dichas tareas democráticas por vía revolucionaria, contra los vestigios feudales en el agro. Esto es lo que lleva a los obreros a realizar la revolución democrática y, a la vez, a intentar consolidar transformaciones socialistas (que degeneran en procesos burocráticos en el Estado, sin el auxilio de la revolución socialista en los países desarrollados).
Tampoco es cierto que un ejército se derrote con políticas sociales. La sentencia que la guerra es la política por otros medios significa, precisamente, que la guerra tiene medios propios, una vez que la política ha llegado a ese ámbito. Un ejército se derrota cuando se le impide aplicar su estrategia militar. En el caso de Libia, el objetivo militar de un proceso insurreccional, que se encuentra a la defensiva estratégica, debe concentrarse, quizás, en el punto neurálgico de la economía. La producción y exportación petrolera. Gadafi y los norteamericanos deben comprender que mientras no caiga Gadafi, no habrá petróleo libio por meses y años, y que esta experiencia será seguida por los otros pueblos insurrectos en todo Medio Oriente (con las consecuencias desastrosas para el nivel de consumo de combustible de la economía Occidental).
Es decir, la guerra se desarrolla en el plano estratégico militar (incluido el logístico), no con consignas sociales. Si no hay pericia, organización militar, habilidad, disciplina, capacidad combativa, moral de lucha, la derrota y la muerte no se pueden evitar con consignas sociales.
Otro tanto absurdo, es que se diga que la izquierda centroamericana se ha dividido por el conflicto libio. Quien apoya a Gadafi ni es ni ha sido de izquierda. Si se entiende por izquierda a todo movimiento político que se reclama de la causa obrera, no hay en el mundo alguien que identifique a Gadafi con el movimiento obrero. El apoyo a Gadafi no proviene de ningún sector proletario o socialista, sino, del oportunismo. Que, ahora, más se descara, frente a un conflicto que lleva a Gadafi a la represión militar abierta contra la población civil.
El camarada Mojica nos dice que aunque parezca extraño los dictadores tienen sustento social. Pero, más que de sustento, se trata de una etapa de la lucha de clases, en la que, a consecuencia de alguna derrota física o moral (por la degradación económica), los trabajadores pierden sus derechos, y los elementos lumpen se ofrecen a ejecutar las tareas viles de represión y servilismo. Todos los regímenes de gobierno son un reflejo de la correlación de fuerza entre las clases. Pero, de una correlación dinámica, que objetiva y subjetivamente sacude y transforma los gobiernos a lo largo de la historia moderna. Y los dictadores con su capa burocrática caen, sin que ningún sector social les siga en la caída
No es cierto, ni mucho menos, que sea una necesidad histórica derribar a los regímenes totalitarios. Por lo menos, no en el sentido que el término “necesidad histórica” tiene en el marxismo. La necesidad, para el materialismo histórico, es aquello que está implícito en la realidad y en su devenir. Por inferencia lógica se concluiría, con la afirmación de Mojica, que es una necesidad histórica la formación de regímenes democráticos formales y, ello, no sólo es falso, sino, que es una ilusión pequeño burguesa, reaccionaria. Se debe luchar contra los regímenes totalitarios, y derribarlos, pero, no por necesidad histórica, no como un fin, sino, porque en la lucha por la amplitud de sus derechos, el movimiento obrero se fortalece, adquiere conciencia de sus intereses y desbroza el camino de la lucha de clases, por formas de democracia superiores, que permiten transformar el sistema económico, y unir el contenido con la forma.
En el caso de Libia, la política no puede ser apoyar “militarmente” (¿qué significa apoyo militar?) al sector más progresivo, que combate a Gadafi, dirigido por la burguesía (¡), sin contenido social (¡). De modo, que se desgasta inútilmente hasta concluir en una negociación propiciada por el imperialismo (¡). Para ayudar, cuando triunfe militarmente (a pesar que se dice que no triunfará), a que una dirección genuinamente revolucionaria se coloque al frente de la nación (¿qué es una dirección “genuinamente” revolucionaria?).
¡Cuánta palabrería vana! La dirección genuinamente revolucionaria deben ser cuadros nuestros de avanzada: no hay otra interpretación posible. Pero, no surge del triunfo militar una dirección revolucionaria. Las masas en lucha ya cuentan con una dirección revolucionaria, genuina. Falta que cuadros socialistas hagan suya la lucha contra Gadafi, que organicen los comités de combatientes, que por sus méritos combativos logren convertirse en delegados en los centros de decisión, y que orienten el enfrentamiento hacia la toma del poder de los sectores plebeyos, para disponer de los ingresos petroleros hacia una transformación de la economía, con el desarrollo de las fuerzas productivas.
Lo menos que se debe hacer en esta lucha por derribar a Gadafi, es exigirle al propio gobierno que rompa relaciones con el tirano. El título de este artículo polémico debió ser una consigna válida: ¡Todos contra Gadafi!