NICARAGUA.- Diferentes fases de la lucha contra la dictadura Ortega-Murillo
Las masacres en Nicaragua ya superan los 400 muertos, cerca de 300 desaparecidos, casi 800 secuestrados, y más de 2,000 personas heridas. Cantidades espeluznantes si tomamos en cuenta los 6 millones de habitantes, y que han sido realizadas en apenas 90 días de luchas contra la dictadura Ortega-Murillo.
En la revolución democrática en curso podemos aprecias tres fases. La primera fase fue de indiscutible ascenso de la lucha democrática, que va desde el estallido de la protesta estudiantil el 18 de abril, su posterior masacre, acontecimiento que encendió la llama de la insurrección popular, pasando por la masacre durante la marcha del día 30 de mayo, la protesta antigubernamental más grande en los últimos 50 años, comparada únicamente con la marcha del 22 de enero de 1967, que también fue masacrada.
El ascenso estudiantil y popular se mantuvo hasta mediados de junio. En este periodo, la dictadura se estaba tambaleando. Ortega-Murillo maniobraron, convocaron al Dialogo Nacional haciendo creer que estaba dispuesta a ceder las peticiones de la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia (ACJD), esa extraña y antinatural alianza de los empresarios del COSEP con los movimientos sociales presididos por estudiantes y el movimiento campesino.
En esta primera fase se produjeron embriones de poder dual en los territorios liberados (Masaya, Carazo, Nagarote, una parte de León, ciudades y pueblos en el Norte, en la zona central y en el Caribe, etc). Lamentablemente, a pesar de nuestros insistentes llamados, estos embrionarios organismos de poder popular no lograron centralizarse, no se convirtieron en el ansiado gobierno nacional de los luchadores.
En esta primera fase se desperdició una coyuntura sumamente favorable, cuando la dictadura estaba desfalleciendo. En vez de acelerar la movilización, convocando y manteniendo el Paro Nacional por varios días, hasta que cayera la dictadura, los empresarios del COSEP se encargaron de que el Paro Nacional no se profundizara, difundiendo la falsa idea triunfalista que ya la pelea se había ganado.
El compás de espera perseguía el cansancio de las masas. El torpedeo del Dialogo Nacional, donde nunca se resolvió nada, era la otra parte de la misma estrategia dilatoria, mientras la dictadura reorganizaba sus fuerzas.
A mediados de junio se inició una segunda fase, marcada no solo por las continuas masacres, las que se mantuvieron durante la etapa de ascenso, sino por una ofensiva especial destinada a quebrar los tranques y destruir las barricadas en Managua y en las principales ciudades. La Policía Nacional ya estaba agotada por los constantes embates de la insurrección desarmada. Ortega-Murillo recurrieron al siniestro cofre de la infamia, de donde sacaron los primeros grupos paramilitares, compuestos por militancia fiel, dispuesta a cometer los crimines más horrendos, para que sus jefes de mantuvieran en el poder a toda costa.
Los paramilitares, verdaderas fuerzas de choque del fascismo, utilizaron métodos de guerra civil contra la población que peleaba en las calles sin armas. Los empresarios del COSEP se encargaron insistir en la lucha cívica y pacífica, mientras masacraban a los mejores activistas. Uno a uno, los barrios, zonas y ciudades, fueron recuperadas por la caravana de la muerte, hasta dejar de últimos a los estudiantes de la UNAN y el aguerrido barrio de Monimbó, en Masaya. La superioridad de armamento de los paramilitares se impuso sobre los morteros artesanales. En esta fase, fueron más de 30 días de horror y terror. Las masacres han sido tales, que hasta la OEA se vio obligada a pronunciarse, en lenguaje confuso, contra el régimen Ortega-Murillo. Obviamente, las continuas masacres han hecho retroceder a las masas, iniciando un periodo de retroceso, aunque el enorme descontento social no solo se mantiene, sino que ha crecido, por eso ocurren a diario pequeñas marchas en casi todos los pueblos de Nicaragua. Debemos mantener esa resistencia hasta volver a la ofensiva en las calles.
Estamos entrando a una tercera fase, la de la negociación y la de posibles traiciones. Nicaragua ya no es la misma, y nadie mejor que Daniel Ortega lo sabe. La dictadura inició su ofensiva para cambiar la correlación de fuerzas, y en cierta medida lo ha logrado, para poder negociar las reformas democráticas que exigen Estados Unidos, la OEA y los empresarios del COSEP. Pero no ha logrado aplastar a las masas, solo hacerlas sangrar y retroceder. El forcejeo está girando en torno al adelanto de las elecciones, la ACJD ya dejó de lado la exigencia de la renuncia inmediata. Es una victoria relativa para la dictadura, pero tiene los días contados, por su aislamiento a nivel nacional e internacional. Ortega-Murillo están peleando para conservar las mayores cuotas de poder en el periodo de transición que se iniciará más temprano que tarde. De nuestra claridad dependerá que sepamos revertir las victorias del orteguismo en esta nueva fase.