EL SALVADOR.- Endeudamiento, desempleo, hambre, marginalización social y barbarie
Antes de la pandemia, los Estados de Centroamérica ya estaban enfermos, todos tenían los mismos síntomas: crisis fiscal, creciente endeudamiento para sufragar el funcionamiento mínimo de los gobiernos, violencia, delincuencia y descomposición social, migración masiva hacia Estados Unidos, etc. El grado de gravedad de este cáncer social provocado por el capitalismo neoliberal variaba en cada país, unos estaban más graves que otros.
El caso más crítico le correspondía a El Salvador, un país que se levantó rápidamente de la postración de la guerra civil que terminó oficialmente con los Acuerdos de Paz de 1992. Esa relativa estabilidad económica dio origen a un nuevo régimen bipartidista entre la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) y el nuevo partido formado por la ex guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).
En esta dolorosa transición de las dictaduras militares a la democracia, además del gobierno de Alfredo Cristiani (1989-1994), ARENA logró imponer su hegemonía con los gobiernos de Armando Calderón Sol (1994-1999), Francisco Flores (1999-2004), y Elías Antonio Saca (2004-2009). Bajo este último gobierno los efectos del neoliberalismo ya se hacían sentir en su verdadera dimensión, provocando un enorme descontento social que permitió el triunfo de FMLN, con el gobierno de Mauricio Funes (2009-2014) y Salvador Sánchez Cerén (2014-2019).
Las ilusiones democráticas de amplios sectores de la población, que demandaba cambios profundos que beneficiasen a los más pobres, se esfumaron bajo los dos gobiernos del FMLN, porque no hubo ningún cambio real, sino la continuación de las mismas políticas neoliberales que hundieron a ARENA. El resultado fue el mismo: también se hundió el FMLN. Las sucesivas derrotas electorales del FMLN mostraban el enorme descontento social hacia el sistema bipartidista que, no trajo ninguna mejora sino el empeoramiento de las condiciones económicas, se agotó en menos de dos décadas.
Tanto bajo los gobiernos de ARENA, como del FMLN, el crecimiento económico de El Salvador no ha pasado del 2% del PIB anual, una cifra muy por debajo del crecimiento de la población que, sin ninguna oportunidad de mejoría económica, debe migrar hacia Estados Unidos. Este prolongado estancamiento económico explica el fenómeno de la violencia social. Lo jóvenes no tiene oportunidades de superación, son lanzados a la marginalidad social, y se ven forzados a delinquir en una especie de guerrilla urbana que refleja el enorme grado de descomposición social.
Mientras la mayoría de la población se hunde gradualmente en la marginalidad social, las cupulas de los partidos tradicionales se enriquecen con los fondos del Estado. Tres de los últimos cuatro presidentes de El Salvador (Francisco Flores, Elías Antonio Saca y Mauricio Funes) han sido procesados penalmente por corrupción.
Y aquí es donde surge Nayib Bukele, como el “salvador supremo” y “super héroe” que denuncia y promete luchar contra la corrupción del bipartidismo, logra cautivar a la mayoría de la población, y gana las elecciones en 2019.
La pandemia ha puesto al desnudo el pavoroso nivel de endeudamiento de El Salvador, un país que ya no puede sostenerse solo. Según el Ministerio de Hacienda, el gobierno de Bukele se ha endeudado con Letras del Tesoro (Letes) por la cantidad de 1,566 millones, es decir el 30 % de los ingresos corrientes del país. En lo que va del año, el gobierno de Bukele se ha endeudado con $4,100 millones ($3,000 millones aprobados por los legisladores; $645 millones aprobados a finales de 2019; y los $426 millones en Letes). La deuda pública superará el 93 % del PIB al final de este año.
En la lucha contra la pandemia, Bukele repite el mismo libreto de los gobiernos anteriores: maneja discrecionalmente fondos millonarios para favorecer a los grupos de empresarios más cercanos. El forcejeo con la Asamblea Legislativa es por el manejo de este botín, producto del endeudamiento.
Los ataques verbales de Bukele contra ARENA y el FMLN es porque necesita ganar las elecciones legislativas del año 2021, pero el nivel de endeudamiento y crisis social nos indica que el proyecto bonapartista de Bukele esta con los pies hinchados.
El Salvador es el eslabón más débil de la cadena de Estados enfermos en Centroamérica. Se puede romper en cualquier momento. Los trabajadores y los sectores populares deben rechazar los cantos de sirena de Bukele, recuperar la independencia política y luchar encarnizadamente contra la decadencia económica que somete a la mayoría del pueblo a la degradación social y la barbarie.