Con motivo de cumplirse el 60 aniversario de la Revolución e insurrección obrera de 1952 en Bolivia, publicamos extractos del Libro “Bolivia: la revolución derrotada”, escrito por Liborio Justo (1902-2003), quien firmaba bajo el seudónimo de “Quebracho”
La insurrección del 21 de julio de 1946
Varios levantamientos habían intentado ya derribar a Villarroel. Hasta que, por fin, lo lograron por medio de un movimiento popular que produjo una hecatombe política sin precedentes el 21 de julio de 1946, el presidente Villarroel y numerosos de sus colaboradores fueron asesinados.
El 21 de Julio se puso en práctica un bien premeditado plan de ataque. La Municipalidad, el Departamento de Tránsito y el Arsenal eran asaltados por la multitud, que logró vencer toda resistencia y apoderarse de las armas. El ejército había abandonado a su Jefe, después de haberlo forzado a apartarse de sus colaboradores civiles.
¿Fue realmente popular el movimiento del 21 de Julio de 1946? No hay duda que lo fue. Aunque iniciado por la pequeña burguesía, que había hecho un símbolo del mismo quitarse la corbata, logró abarcar masas cada vez mayores, hasta alcanzar al proletariado urbano, influenciado por el stalinismo.
Por sus objetivos y por sus realizaciones el 21 de Julio de 1946 se operó un levantamiento contrarrevolucionario, a pesar de que se apoyó en la movilización masiva de ciertos sectores populares, El control político del movimiento, de manera absoluta, estuvo en manos de la Rosca, que actuó por medio de sus propios partidos, de la masonería, amo virtual de la situación y colocada por encima de todas las divergencias políticas de su clase, y del stalinismo, que fue el eje de las operaciones callejeras.
El ascenso revolucionario alcanzó su punto culminante en el Congreso de Mineros celebrado en Pulacayo, en Noviembre de 1946, convocado extraordinariamente para fijar la orientación de la Federación. De un salto, los mineros se habían colocado en la primera fila de las masas revolucionarias bolivianas. El grueso de la masa llegó a establecer una unión con la Federación de Mineros y se mostró dispuesto a seguir su dirección. Estos acontecimientos grandiosos se producían en una situación en que la vanguardia revolucionaria era todavía débil. Pues así como una organización sindical – la Federación de Mineros – tuvo que asumir tareas propias de un partido revolucionario... ” “La ‘Tesis de Pulacayo’, adoptada por unanimidad, constituía un programa de revolución proletaria.
La lucha social prosiguió todo el año 1948 y 49. A principios de 1951 el M.N.R. que había sido dirigido en cierto período por Luis Peñaloza, reunió una Convención para sostener la candidatura presidencial de Franz Tamayo. Pero, a último momento, se resolvió levantar el nombre de Víctor Paz Estenssoro, entonces desterrado en Buenos Aires, y de Hernán Siles Zuazo, quienes triunfaron ampliamente en las mismas elecciones, realizadas en abril.
El triunfo del M.N.R. trajo serias consecuencias, ya que resultó inesperado para las viejas clases gobernantes: era la primera vez en Bolivia que triunfaba la oposición. La mencionada Junta, presidida por el general Hugo Ballivián, repudió las elecciones realizadas y declaró el Estado de Sitio.
La insurrección del 9 de abril de 1952
La Junta Militar, presidida por el general Hugo Ballivián, declaró nulas las elecciones y prosiguió gobernando hasta abril de 1952, oportunidad en que uno de sus miembros, el Ministro de Gobierno, general Antonio Seleme, que en esta ocasión representaba en las filas gubernamentales, se manifestó dispuesto a derribar al general Ballivián, en connivencia con sus enemigos del M.N.R., poniendo como condición el precio de siempre: la Presidencia de la República. El hecho debía realizarse como un golpe palaciego y casi subrepticio, ya que tanto el principal implicado como el M.N.R. tenían temor de la intervención de las mismas.
El 8, (abril) Seleme entregó algunas armas para miembros del M.N.R. y preparó el levantamiento, movilizando los carabineros que dependían de él.
En la madrugada, miembros del M.N.R. y efectivos del cuerpo de carabineros, salidos a la acción, se apoderaron de varios edificios públicos importantes, comenzaron a patrullar las calles y, a las 6 de la mañana la radio “Illimani”, en poder de los insurrectos, anunciaba solemnemente el triunfo del levantamiento. Sin embargo, el anuncio era prematuro.
A las ocho los militares adictos al gobierno, que se habían concentrado sin dificultad, sacaron todas sus tropas a las calles, desde los cuarteles, en son de combate, Pero el M.N.R. y el pueblo revolucionario, que ya se había volcado en multitud a las calles, instantáneamente se organizaron en grupos de combate y, a cada ataque militar, opusieron breve resistencia. Primero fueron sólo los hombres del Partido, luego los reforzaron las masas populares.
Mientras tanto, el pueblo había asaltado el arsenal militar de plaza Antofagasta para procurarse armas y seguía la lucha sin desfallecimientos.
Por la noche, ante la resistencia de las tropas del Ejército, que parecían llevar la mejor parte, y la proximidad de los refuerzos de las guarniciones militares vecinas, que estaban por llegar, el Jefe militar de la insurrección, general Seleme, juzgó la situación perdida, dio orden de retirarse a los oficiales y tropas de carabineros, y se refugió en la Embajada de Chile. Por su parte, el comando del M.N.R., sintiéndose también, en desventaja, gestionó un arreglo con las fuerzas de la Junta Militar.
Pero si unos jefes huían y otros estaban dispuestos a transar, el pueblo no. Las milicias, supliendo con su valor la defección de sus jefes, fueron prolongando la lucha contra los efectivos militares. Y cuando la acción aparecía como más encarnizada, por la retaguardia del Ejército aparecieron dramáticamente los mineros de Milluni, que decidieron el combate.
Del 9 al 11 de abril la ciudad de La Paz, vive sus sesenta horas rojas. La lucha que se libra, de barrio en barrio, se define luego en la ocupación de manzanas y calles y, finalmente, se pelea casa por Casa. El Ejército utiliza morteros y cañones, que los Oficiales, dominados por el miedo, emplean sin precisión, destruyendo inútilmente barriadas miserables. En Oruro, los mineros descabezan, en una hazaña de extraordinario valor, las fuerzas del Regimiento ‘Camacho’, que se disponía a trasladar sus efectivos a La Paz. En pocas horas más se resuelve la suerte de la lucha en favor de la Revolución.
Triunfante la insurrección, Hernán Siles Suazo, que había sido el jefe del intentado golpe de Estado, quedó como jefe también de la misma, y se hizo cargo del gobierno como Presidente Provisional. Pero el 15 de abril llegó a La Paz, Víctor Paz Estenssoro, que había estado desterrado en Buenos Aires y, a su vez, se instaló en el Palacio Quemado como “Presidente Constitucional”.
Mientras tanto, la marea popular que, día a día, se intensificaba se manifestó concretamente en la formación de la Central Obrera Boliviana, la famosa C.O.B., surgida el 17 de abril de 1952, como derivación de la Tesis de Pulacayo.
Desde el primer momento, la C.O.B., al frente de la cual aparecía Juan Lechín, se presentó como la legítima representación de los trabajadores organizados en las milicias armadas que controlaban el país y eran el único y efectivo poder existente en Bolivia. El “camarada Presidente” era un virtual prisionero del proletariado y sus milicias, custodiado y vigilado en el Palacio Quemado.
¿Revolución nacional o revolución proletaria?
Sin embargo, el proletariado boliviano no conservó ese poder para sí, para llevar a cabo la Revolución Proletaria, según lo había establecido la Tesis de Pulacayo, y lo entregó a los jefes del partido pequeño-burgués, que había iniciado el levantamiento, quienes aspiraban simplemente a llegar al gobierno por un nuevo golpe palaciego.
Pero, a las pocas semanas del 9 de abril, el “prisionero del Palacio Quemado”, se dio maña para postergar la nacionalización de las minas, principal demanda del pueblo de Bolivia, este hecho, capital en el propósito de frenar la revolución, produjo un detenimiento del ritmo con que se manifestaba el fervor de la masa, siendo aprovechado por el oficialismo para tomar medidas que señalan el comienzo de la contrarrevolución. Y tales medidas se orientaron, desde el primer momento, hacia la destrucción de la democracia sindical y la burocratización del poder adversario: la C.O.B.
Lo segundo fue la liquidación de las milicias de la C.O.B., las que fueron siendo suplantadas con las tituladas milicias del M.N.R., recolectadas a salario entre los elementos del hampa y desocupados.
Una tercera medida fue la concesión del voto universal, establecido por decreto del 21 de julio de 1952, con lo que se ponía fin al voto calificado que había existido hasta entonces, el que dejaba al margen de las urnas a los analfabetos. El llamado a las urnas en estas circunstancias sólo trataba de distraer al pueblo del camino que llevaba e ilusionarlo para que obtuviera con los votos lo que ya había obtenido con las balas.
El cuarto aspecto de la labor subrepticia de destrucción de las conquistas revolucionarias, lo constituyó la anulación y burocratización del control obrero con derecho a veto que se estableció en las minas
Pero la medida contrarrevolucionaria más importante tomada por el gobierno del M.N.R. fue la reorganización del Ejército, que había sido disuelto y desarmado por el pueblo, decretada el 24 de julio de 1953, y la reapertura del Colegio Militar.
Así terminó la gloriosa revolución obrera Boliviana, trágica en su genero por ser la única revolución Americana que llevó al poder al proletariado y que su dirigencia, y ya sea por omisión o acción, entregó el poder a la Burguesía.