Historia

Por David Razianov

(Fragmentos de la conferencia sobre los últimos años de Federico Engels)

(…) Federico Engels provenía de una rica familia de fabricantes y también él lo era. La fundación de la primera Internacional se llevó a cabo sin su intervención, y hasta principios de 1870 no tomó en ella sino una participación insignificante e indirecta. Durante esos años escribió algunos artículos para las revistas obreras inglesas. No hablamos de la ayuda que sin cesar prestó a Marx, quien en los primeros años de la Internacional se encontraba en una extrema pobreza. Sin el socorro de Engels y la pequeña herencia que le había dejado su amigo Guillermo Wolf, a quien dedicó El Capital, Marx no habría podido vencer la miseria y hallarse en estado de escribir su obra fundamental. Entre su correspondencia hay una carta conmovedora dirigida a Engels para informarle que había recibido al fin la prueba de la última galera.

Por fin -escribe- este tomo está terminado. A ti sólo debo el haber podido concluirlo. Sin tu ayuda ilimitada jamás habría podido dar término al trabajo prodigioso de tres tomos. Te agradezco con todo corazón y te abrazo.

Engels fue fabricante, pero hay que hacer notar que no por mucho tiempo. Luego de la muerte de su padre, acaecida en 1860, quedó aún varios años como simple empleado. Sólo en 1864 fue asociado a los negocios, pasando a ser uno de los directores de la fábrica. Durante todo ese tiempo se esforzó por librarse de su "oficio de perro". Soñaba en su porvenir y sobre todo en el de Marx. Tenemos, a este respecto, varias cartas muy curiosas que escribió a Marx en 1868, en las que le comunicaba que estaba en gestiones para abandonar la fábrica, pero que quería hacerlo en condiciones que aseguraran su existencia y la de su amigo.

Llegó finalmente a entenderse con su socio y en 1869 dejó la fábrica, no sin asegurar, como decimos, el porvenir de Marx, quien, desde entonces quedó libre de la miseria. Pero hasta septiembre de 1870, Engels no pudo radicarse en Londres.

Para Marx la llegada de Engels fue no sólo una alegría personal sino también un alivio considerable en el trabajo que realizaba para el Congreso general. En efecto, debía tratar con innumerables representantes de distintas naciones, con quienes se comunicaba verbalmente o por escrito. Engels, que ya en su juventud estaba muy bien dotado para los idiomas, hablaba o. como decían bromeando sus amigos, chapurreaba una docena de lenguas. Era, pues, un auxiliar precioso para la correspondencia internacional, aparte de que en su larga práctica comercial había aprendido a ordenar los asuntos, lo que no constituía precisamente el fuerte de Marx.

Desde su incorporación al Consejo General de la primera Internacional, Engels se dedicó a este trabajo. Pero asumió aún otra parte de labor para aliviar a Marx, cuya salud estaba demasiado quebrantada por las privaciones y el trabajo excesivo. Enérgico, después de haber aspirado largo tiempo a este género de actividades. Engels, como lo prueban los debates del Consejo General, resultó ser uno de sus miembros más diligentes.

Pero la participación de Engels en el Consejo General tuvo igualmente su fase negativa. Cuando se estableció en Londres, los comunistas luchaban contra los bakuninistas y esa lucha repercutía en el Consejo. Por otra parte, en esa época, según lo hemos visto, existían entre los ingleses profundas divergencias en la apreciación de los problemas de principios y de táctica. (…)

La muerte de Carlos Marx

El 14 de marzo de 1883 murió Carlos Marx. Y Federico Engels tenía razón al escribir ese día a su viejo camarada Sorge:

'Todos los fenómenos, aun los más horribles, que se cumplen según las leyes de la naturaleza, comportan un consuelo. Lo hay en el caso presente. Tal vez los recursos de la medicina habrían podido darle todavía dos o tres años de vida vegetativa, de vida impotente para el ser que lentamente muere; pero Marx no habría podido soportar semejante vida. Vivir teniendo ante sí una serie de trabajos inconclusos y padecer el suplicio de Tántalo de pensar en la imposibilidad de terminarlos, habría sido para él mil veces más penoso que una muerte tranquila.

"La muerte no es terrible para el que muere, sino para el que queda", solía decir con Epicuro. Ver a este hombre genial y potente hecho un despojo, arrastrando su existencia para gloria de la medicina y contento de los filisteos que, fustigados tan implacablemente durante la plenitud de sus energías, tendrían una ocasión para escarnecerlo, habría sido un espectáculo demasiado grotesco, y más vale que así sea, que haya desaparecido y que pasado, mañana lo depositemos en la tumba en que descansa su mujer.

En mi opinión después de todo lo que atravesó, no había otro término; lo que sé mejor que todos los médicos. La humanidad toda, tiene una cabeza menos. Ha perdido a uno de sus representantes más geniales. El movimiento del proletariado seguirá su camino, pero no tendrá más el jefe a quien recurrían en las horas críticas

los franceses, los rusos, los americanos y los alemanes y de quien recibían siempre consejos claros y seguros, consejos que sólo podía dar un genio y un hombre completamente al corriente de las cosas”.

Tareas importantísimas incumbieron entonces a Engels. Escritor brillante, considerado como uno de los mejores estilistas alemanes de vasta erudición y especialista en muchas materias, en vida de Marx pasaba, naturalmente y por propia voluntad, a segundo plano.

“No puedo negar haber contribuido a establecer y, principalmente, a elaborar la teoría, durante los cuarenta años de mis relaciones con Marx. Pero la mayor parte de las ideas directoras, sobre todo en historia y economía, así como su fórmula definitiva, pertenecen exclusivamente a Marx. Lo que yo he dado, él mismo pudo haberlo suplido fácilmente, salvo tal vez dos o tres partes especiales. Mas lo que hizo Marx, nunca habría podido hacerlo yo. Marx estaba por encima, veía más lejos; su visión era más amplia y más rápida que la nuestra. Era un genio; nosotros, en la mejor de las hipótesis, sólo somos talentos. Sin él, nuestra teoría estaría muy lejos de ser lo que es. Por eso lleva con toda justicia su nombre”.

Publicación del segundo y tercer tomo de El Capital

Engels, como escribía al viejo Becker, debía asumir entonces el primer papel, después de haber desempeñado con gusto, toda su vida, el segundo. Marx y él habían estado siempre en perfecto acuerdo. Y el primer trabajo importante que tocaba ahora a Engels consistía en ordenar el legado literario de Marx. A despecho de las suposiciones de un profesor italiano que antaño en sus cartas a Marx se prodigaba en lisonjas a su respecto y que, después de su muerte, osó publicar que al referirse en el primer tomo de El Capital al segundo y al tercero, Marx había engañado al público, se encontró entre sus papeles los manuscritos de un segundo, un tercero y un cuarto tomos. Desgraciadamente, todos estos materiales fueron dejados en tal forma que Engels -sin poder consagrarles todo su tiempo- necesitó once años para ponerlos en orden y clasificarlos. La escritura de Marx era muy poco legible; a menudo empleaba abreviaciones sólo inteligibles para él. Poco antes de morir, cuando comprendió que no estaba en condiciones de acabar su trabajo, dijo a su hija menor que Engels quizás aprovecharía alguna cosa de esos papeles.

Felizmente, Engels pudo cumplir la parte principal de aquel trabajo. Editó el segundo y el tercer tomo de El Capital. El plan de estas conferencias no nos permite detenernos en esa obra, pues la exposición acerca del primer volumen de El Capital ha sido transferida a otro curso. Pero para mostrar la importancia del trabajo de Engels, diremos que sin él, probablemente nadie habría sido capaz de llevarlo a cabo. La obra presenta algunos defectos, pero no son imputables únicamente a Marx. Poca esperanza tenemos de ver alguna vez en nuestras manos todos los manuscritos tal como los tuvo Engels, y no podemos, como tampoco las generaciones futuras, estudiar los dos últimos tomo de El Capital sino en su actual estado, en la forma que los dio Engels.

Otro deber le quedaba, que antes había cumplido como colaborador y auxiliar de Marx, y que ahora recaía sobre él, con todo su peso.

Impulsor de la Segunda Internacional

Después de la disolución de la Primera Internacional. Marx y Engels continuaron llenando las funciones del antiguo Consejo general. Ahora, Engels sólo había de ser intermediario entre los diferentes partidos socialistas, debía aconsejarlos y, en consecuencia, estar minuciosamente informado de sus situaciones. Y justo después de la muerte de Marx, el movimiento obrero internacional se desarrolla con fuerza, de suerte que en 1886 se plantea el problema de la organización de una nueva Internacional. Pero todavía después de 1889, año en que se reunió en París el primer congreso que fundó la Segunda Internacional (la cual quedó sin comité central permanente hasta el año 1900), Engels, en calidad de escritor y de consejero, tomó la más activa participación en el movimiento obrero de casi todos los países de Europa. El viejo Consejo general, compuesto por muchos miembros y con secretarios para cada país, estaba ahora personificado por Engels.

Apenas un nuevo grupo marxista aparecía en cualquier país, pedía consejos a Engels, quien, gracias a su excelente conocimiento de los idiomas, llegó a responder casi sin errores, en las respectivas lenguas de sus corresponsales. Engels seguía con atención el movimiento obrero de cada país, en su literatura propia. Esto le absorbía mucho tiempo, pero consolidaba así la influencia del marxismo, ciñendo hábilmente sus principios a las distintas particularidades nacionales. No hay país en cuyo movimiento obrero no participe, colaborando en su órgano central. Escribe artículos en los diarios alemanes, austríacos, franceses; todavía encuentra tiempo para redactar un prefacio a la traducción polaca del Manifiesto Comunista y para ayudar con sus consejos e indicaciones a marxistas españoles y portugueses, suecos y daneses, búlgaros y serbios.

(…) Pronto vio Engels los frutos de su acción enérgica. Desde que se fundó la Segunda Internacional no participó directamente en los trabajos de sus congresos. Evitaba las intervenciones públicas y se limitaba a ser el consejero de aquellos de sus discípulos que en todos los países dirigían el movimiento, le informaban de los sucesos importantes y se esforzaban en utilizar su autoridad. Merced al prestigio de Engels, algunos partidos lograron y conservaron un ascendiente considerable en la Internacional. En las postrimerías de su vida, ese procedimiento de comunicarse exclusivamente con los jefes del principal partido de cada país, trajo consigo algunos inconvenientes. Mientras que se levantó inmediatamente contra los extravíos de los marxistas franceses en la cuestión agraria y señaló el carácter proletario del programa, Engels cedió a la presión de los alemanes, temeroso de que se repusiera en vigor la ley contra los socialistas, y suavizó su introducción a los artículos de Marx sobre la Lucha de clases en Francia, que son una brillante aplicación del principio de la implacable lucha de clases y de la dictadura del proletariado.

En el prefacio de la cuarta edición alemana del Manifiesto Comunista, que escribió el día de la celebración internacional del 1° de mayo (1890). Engels, señalando el crecimiento de! movimiento obrero, deplora que Marx no esté ya para ver con sus ojos ese espectáculo reconfortante. Mientras que Marx no fue conocido sino en los medios más avanzados del movimiento obrero y en vida no gozó de gran popularidad, Engels, que valoraba perfectamente la importancia de la fama, aunque la detestara como su amigo en lo que le concernía personalmente, llegó a ser al final de sus días uno de los hombres más populares del movimiento obrero internacional. De ello pudo convencerse cuando en 1893, accediendo por primera vez a las sugestiones de sus amigos, visitó el continente. Los desfiles, las ovaciones de masas, las ceremonias organizadas en su honor revistieron grandiosas características como consecuencia del formidable desarrollo del movimiento obrero a partir del año 1883. Así, en el congreso internacional de Zúrich, en el que sólo quiso ser un invitado y pronunció un pequeño discurso al final de la sesión, Engels fue objeto de una ovación sin precedentes.

Tenemos que mencionar aquí un episodio de ese congreso, al que asistió Engels. El partido socialista polaco gozaba entonces de influencia desproporcionada en la Internacional, donde hacía ostentación de un marxismo y lanzaba la palabra de orden de la independencia de Polonia, desviándose cada vez más hacia un vulgar social-patriotismo. Paralelamente había surgido otro grupo marxista, que ya entonces hacía notar el alejamiento del partido socialista polaco de la senda proletaria. Ese pequeño grupo, dirigido por Rosa Luxemburgo, pedía ser admitido en el congreso de Zúrich. Se lo rechazó, Plejánov tampoco lo sostuvo, porque, como me manifestó en presencia de Engels, consideraba que sus esfuerzos a nada conducirían. Había, también, en verdad, otras razones, la principal de las cuales era que el núcleo de Luxemburgo destacaba sus vínculos con la organización polaca Proletariado, otrora aliada de la Narodnaia Volia, y, por consiguiente, había combatido al grupo Emancipación del Trabajo.

Sea como fuere, el grupo de Luxemburgo quedó completamente aislado. A ella misma se le rogó que abandonase el congreso. Sufrió una afrenta ante toda la Internacional, en presencia del propio Engels. Puede ser que llorara, pero no abandonó ni a Marx, ni a Engels ni al socialismo científico; se reafirmó más en su convicción y se dijo: Convenceremos a la Internacional, le probaremos la justeza de nuestra posición. Esta característica distinguía precisamente a Rosa Luxemburgo de la mayor parte de los mezquinos intelectuales que, afiliados por casualidad en un partido proletario, al ser víctimas de una injusticia aparente o real, se apresuran a salir de él para vilipendiado y pasar en seguida, a las filas de la burguesía. Un partido no es un pensionado de "niñas bien". Está compuesto por hombres apasionados que, en la disputa, se dan a veces golpes sensibles. Esto es desagradable, pero inevitable, tanto en el orden nacional como en el internacional. Y después de ese congreso de Zúrich, en que fueron desechadas igualmente otras personas, que inmediatamente se pusieron al lado de los anarquistas o simplemente del de la burguesía, Rosa Luxemburgo probó ser verdaderamente discípula de Marx y Engels, representantes de los intelectuales revolucionarios cuya principal misión es la de ayudar a la clase obrera a tener conciencia de sí misma y hacer de los obreros revolucionarios no intelectuales sino obreros ilustrados.

La muerte de Engels

Contrariamente a Marx, Engels conservó su facultad de trabajo casi hasta los 75 años de edad. En marzo de 1895 escribió a Víctor Adler una carta interesante, en la que le indica en qué orden conviene leer los tomos segundo y tercero de El Capital. Por esta época también escribió un interesante complemento del tercer tomo. Se disponía a escribir la historia de la Primera Internacional. Y en medio de esta actividad intelectual lo sorprendió la enfermedad que lo arrebató el 5 de agosto de 1895.

Los restos de Marx reposan en el cementerio de Highgate, en Londres, en la misma sepultura de su mujer y su nieto. Una simple piedra constituye su tumba. Cuando Bebel escribió a Engels manifestándole su intención de proponer la erección de un monumento sobre la sepultura de Marx. Engels le respondió que las hijas de éste se oponían categóricamente. En la época en que murió Engels, la práctica de la incineración comenzaba a extenderse. Pidió por eso que su cuerpo fuese quemado y sus cenizas arrojadas al mar. A su muerte, se vaciló en ejecutar sus últimas voluntades, porque algunos camaradas alemanes eran del parecer de los que ahora quieren transformar la plaza Roja de Moscú en un cementerio, con monumentos funerarios, además. Felizmente, otros camaradas hicieron que el deseo de Engels fuese respetado. Su cadáver fue quemado y la urna con sus cenizas arrojadas al mar del Norte.

Ambos amigos nos han dejado un monumento más perdurable que el granito, más elocuente que cualquier epitafio: el movimiento comunista internacional del proletariado, que, con el estandarte del marxismo, el comunismo revolucionario, marcha hacia la revolución social triunfante. Nos han dejado el método de la investigación científica, las reglas de  la estrategia y de la táctica revolucionarias. Nos han dejado un tesoro inestimable, al que acudimos todavía para el estudio y la comprensión de la realidad.

Les faltó una sola felicidad: experimentaron la alegría de sentir la tempestad de la revolución, de tomar en ella parte activa, pero sólo era la revolución burguesa. No pudieron vivir hasta la revolución social del proletariado. Mas sus espíritus están presentes en nuestra revolución y en medio del fragor cada vez más próximo de la revolución universal, resuena el llamamiento poderoso que hicieron hace muchos años: ¡Proletarios de todos los países, uníos!

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