Por Nabuel Moreno
El 25 de abril de 1974 se produjo una rebelión de la joven oficialidad del Ejercito, agrupados en el Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA) que puso fin a la dictadura de 48 años en Portugal. Fue una revolución incruenta, llamada “revolución de los claveles”. Las causas que originaron esa revolución, que sacudió a la vieja Europa, fueron analizadas en este texto escrito por Nahuel Moreno, cuya primera parte publicamos a continuación.
Posteriormente, en un corto periodo, por ausencia de una dirección auténticamente revolucionaria, la revolución Portuguesa fue derrotada pacíficamente por la "reacción democrática".
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(…) Portugal fue el primer país capitalista moderno que logró formar un imperio comercial, mucho antes que Inglaterra. Así, gracias a ello, pudo conseguir colonias que ha seguido explotando hasta la fecha. Se parece a Inglaterra, con la diferencia de que la decadencia de ésta comenzó hace décadas y no siglos. En los diferentes orígenes del atraso radica el distinto carácter de Portugal y de los “países del tercer mundo”. Aquél es un imperialismo senil, el más senil de todos porque fue el primero; en cambio, los países coloniales y semicoloniales no han alcanzado a desarrollarse en plenitud como países capitalistas, por haber llegado demasiado tarde. Si ni siquiera han podido obtener su plena independencia económico-política, mucho menos habrían de lograr transformarse en potencias imperialistas capaces de explotar a otros países.
Portugal se diferencia del imperio ruso en el mismo hecho. Este último llegó tarde al desarrollo capitalista. De ahí que fuera una semicolonia en relación a los imperios europeos (el capitalismo extranjero dominaba su economía.), aunque al mismo tiempo fuese imperialista en relación a las nacionalidades de su territorio.
Portugal nunca llegó a ser una semicolonia de otros imperios más poderosos, pese a su extremada debilidad: por el contrario, hasta los años 60, el régimen de Salazar había logrado un alto grado de autarquía.
Es un hecho histórico que, durante siglos, Portugal fue una submetrópoli comercial, y posteriormente industrial y financiera, del imperialismo inglés. Pero la crisis de 1929 permitió a la burguesía portuguesa independizarse relativamente de su carácter submetropolitano y la Segunda Guerra Mundial la independizó totalmente.
Mientras la crisis y la guerra herían de muerte a su socio inglés, la burguesía imperialista portuguesa utilizaba esa situación para fortificarse dentro de su imperio. La ayudarían dos hechos: primero, el no haber intervenido en la guerra mundial y no tener, por consiguiente, que pagar la reconstrucción del país; segundo, el que sus colonias más importantes estuvieran en el centro y el sur de África, la zona menos castigada por la guerra y por los movimientos de liberación nacional (zona muy distinta, por ejemplo, al extremo oriente, que había sufrido la invasión japonesa y visto el triunfo de la gran revolución china).
Esto permitió a Salazar mantener en pie un imperio autárquico, relativamente cerrado a las inversiones de otros imperialismos, sin elementos “submetropolitanos” (explotar en sociedad con imperialismos más fuertes), ni mucho menos “semicoloniales”. También, gracias a ello, la dictadura pudo sostenerse en el poder durante casi medio siglo.
Pero las condiciones favorables que habían permitido, pese a su atraso, mantener la independencia o autarquía, fueron quedando atrás a medida que se desarrollaba el “boom” económico imperialista de postguerra. La burguesía portuguesa, por sí sola, no podía desarrollar las nuevas ramas de producción características de la actual economía capitalista: automotriz, petroquímica, electrónica, bienes durables de todo tipo, etcétera. Para desarrollar esas ramas necesitaba imperiosamente entrar en sociedad con los monopolios yanquis o europeos. La guerra colonial agregó un factor suplementario de dependencia con relación a las grandes potencias imperialistas: la provisión de armas sofisticadas para enfrentar a los guerrilleros, que su atraso le impedía producir. Es así como, desde 1,960, comenzaron a entrar capitales yanquis y europeos al imperio. Si entre 1943 y 1960 solamente ingresaron 2 millones de contos, en sólo 6 años, entre 1961-67, entraron 20 millones, es decir, diez veces más, y esta tendencia continuaría.
A regañadientes, el gobierno de Salazar-Caetano fue permitiendo esta penetración, pero sin permitir que fuera predominante. El socio principal siguió siendo la burguesía portuguesa. Si no llega a interponerse la revolución obrera, la tendencia del Portugal imperialista no deja lugar a dudas: su atraso lo condenará a transformarse en submetrópoli, es decir, socio menor de otros imperios más poderosos en la explotación de la clase obrera y de las colonias; y, a muy lejano plazo, no estaría descartado que perdiera totalmente su influencia en sus colonias y se transformara directamente en una semicolonia. Portugal, para mantener su actual independencia del capital extranjero, sólo tiene una alternativa: el socialismo, que le haría superar su atraso sin caer bajo el dominio de los grandes monopolios internacionales. Esta transición de un imperialismo relativamente independiente y dominante en su esfera de influencia, a dependiente o submetropolitano, como socio menor de otros imperialismos, caracteriza la actual dinámica de la economía burguesa portuguesa. Es una transición inevitable que provoca fuertes contradicciones dentro de la burguesía y pequeña burguesía portuguesa, como ya veremos.
La revolución colonial conmueve al imperio
Si el régimen de Salazar logró mantener intacto y, en un sentido, fortalecer su imperio durante medio siglo, la guerra colonial conmovió, por fin, su régimen.
Ya en 1962, un conocido periodista de la izquierda inglesa, al describir el inicio de la revolución colonial en Angola, escribía estas palabras, realmente premonitorias (para el caso de que ella se extendiera, como sucedió, a las restantes colonias portuguesas):
“En febrero de 1961 comenzó en Angola la guerra de liberación, que en estos momentos parece poder alcanzar las dimensiones de la guerra de Argelia, convertirse en el comienzo de la revolución del África Central y del sur y sacudir de tal modo los cimientos del colonialismo portugués que Salazar resulte herido de muerte y se transforme de este modo radicalmente la situación en la península ibérica” (Peter Freyer y Patricia McGowen Pinheiro; El Portugal de Salazar, Ruedo Ibérico, París, 1962, pág. 139).
Efectivamente, la guerra llevará al marasmo la economía del imperialismo portugués, que se vería obligado a mantener un ejército de 150.000 hombres y gastar casi la mitad del presupuesto en ella. El viejo imperio no pudo sostener esa situación (ni tampoco, como se demostraría más tarde, realizar con éxito la maniobra neocolonial).
El famoso libro de Spínola “Portugal y el futuro” no fue solamente el más importante “best seller” de los últimos años del Portugal fascista. Detrás suyo se escondían intereses no precisamente literarios. Su publicación indicaba que el alto mando del ejército portugués se había dividido, siguiendo las líneas en que lo había hecho la oligarquía portuguesa, como consecuencia del impacto de la guerra colonial, que ya llevaba más de diez años. El sector más reaccionario opinaba que había que continuar la guerra hasta el triunfo; el de Spínola-Costa Gomes que había que terminar con ella, negociando con las colonias una salida que las constituyera en estados asociados a la metrópoli, algo parecido a la actual situación de las colonias inglesas. Tanto unos como otros se oponían a la autodeterminación de las colonias, pero en tanto que los primeros: querían conservarlas como tales, el sector de Spínola aspiraba a mantener el imperio bajo una forma neocolonial. A ese objetivo sumaba otro, de primera importancia: “democratizar” al país para permitir su integración al Mercado Común Europeo y asociarse con éste en la explotación de las colonias y de la clase obrera portuguesa.
Este primer plan del sector oligárquico representado, por Spínola-Costa Gomes era parecido en lo político al que la gran burguesía española está desarrollando en la actualidad: aplicar una fuerte presión para que el propio gobierno “fascista” se “modernice”, es decir, “cambiar algo para que todo siga igual”. De allí que se limitaron a tratar de convencer —sin éxito— al gobierno de la conveniencia de liberalizar el juego político y de iniciar negociaciones para terminar con la guerra. La resistencia de Caetano estaba respaldada por los sectores burgueses que seguían apostando a la “autarquía” imperialista. Pero la revolución colonial, al tiempo que aceleraba la crisis política de la oligarquía portuguesa debilitando a su sector más cavernario, comenzó a filtrarse, al agudizar la crisis económica y social, en las propias filas de la oficialidad del ejército imperial.
La crisis en el ejército: MFA y “putsch”
Si la guerra colonial provoca una profunda división dentro de la oligarquía portuguesa, una crisis mucho más profunda comenzó a manifestarse en las fuerzas armadas del imperio portugués. Estas debían realizar terribles esfuerzos para mantener la guerra en las colonias. Los jóvenes sufrían cuatro años de conscripción. Muchos estudiantes eran enganchados como oficiales. Todos, oficiales, suboficiales y tropa, pasaban largos años fuera del país, en una guerra que les era ajena, plagada de decepciones y derrotas. En estas condiciones, la división del alto mando facilitó el comienzo de organización de un grupo de capitanes y oficiales de baja graduación estacionado en cuarteles próximos a Lisboa.
Como sucede tantas veces en la historia, todo comenzó por una razón mezquina, baladí sí se quiere. Los capitanes de carrera querían mejores condiciones que las que tenían los enganchados. Efectuaron una presentación a la superioridad y siguieron presionando para ver satisfechos sus pedidos. Pero, a poco de organizarse, llegaron a la conclusión de que el gran problema no eran los capitanes enganchados, sus camaradas de armas e infortunios, sino la guerra colonial y el gobierno fascista, y se volcaron a la lucha. Había que terminar con la guerra y el gobierno fascista.
La participación de los capitanes transformó el plan de recambio de un sector de la oligarquía y de Spínola en un “putsch” militar. La resistencia de Caetano a aceptar los consejos de Spínola lo había colocado en una situación sin salida ni perspectivas. El descontento y malestar de la clase media, reflejados en la protesta y organización de los capitanes, lo sacó de esta incertidumbre. Spínola creyó que podía usar a estos últimos en la mecánica del golpe, para luego despedirlos, agradeciéndoles los servicios prestados y obligándolos a volver a la férrea disciplina de los cuarteles. El programa del Movimiento de las Fuerzas Armadas —como finalmente se denominó la organización de los capitanes de carrera a que nos referimos—, ambiguo, sin ninguna claridad, se prestaba a que fueran así utilizados. Por otra parte, el MFA también quería servir al representante de la gran burguesía y asegurar la disciplina. El terror al movimiento de masas y a la indisciplina unía a Spínola con los capitanes descontentos. Todo estaba preparado para que fuera un “putsch” sin intervención popular y obrera. Pero las cosas sucedieron de otro modo.
Un “putsch” que se transforma en una revolución obrera
Desde pocos años después que el fascismo subió al poder en Italia, se inició una polémica entre el stalinismo y el trotskismo sobre el carácter social de la revolución antifascista, El stalinismo aprovechó los triunfos de la contrarrevolución fascista para trasladar a los países europeos su nefasta teoría de las “etapas” revolucionarias de los países atrasados. Según los stalinistas se trata, al igual que en éstos, de una larga etapa de revolución democrática acaudillada por la burguesía liberal. De esta teoría sobre el futuro de la revolución europea sacó su política de frentes populares o democráticos con la burguesía liberal para desarrollar hasta el fin la revolución democrática antifascista.
El trotskismo sostenía que sólo una clase, la obrera, con sus métodos de movilización, podía derrotar al fascismo, imponer las más irrestrictas libertades democráticas y hacer progresar a los países hacia el socialismo. Las libertades democráticas que se conquistaran iban a ser subproductos de la lucha revolucionaria de la clase obrera; no una etapa histórica, sino una maniobra de la burguesía para calmar a la clase obrera con concesiones y evitar así que hiciera la revolución socialista. Por otra parte, para que haya una etapa democrática burguesa, es necesario que exista una burguesía o pequeña burguesía capaces de acaudillar a las masas en un proceso revolucionario hasta sus últimas consecuencias. Pero, desde mediados del siglo pasado, no existe esa burguesía “progresista”, dado que lo que más teme es la movilización de la clase obrera, ya que el proletariado es su más importante enemigo histórico, mucho más que el imperialismo, las potencias capitalistas rivales y los restos feudales. A estos sectores la une su condición de capitalistas o explotadores; de la clase obrera la separa tajantemente el hecho de ser su explotadora directa. Si todo esto es verdad para los países atrasados, lo es mucho más para los adelantados, donde la burguesía ni por un minuto puede dejar de ser doblemente contrarrevolucionaria, ya que, además de explotar a sus obreros, explota a sus colonias. Portugal ha sido una nueva prueba histórica de la validez de ambas teorías y políticas. Veamos.
“(...) a pesar de que las radios controladas por el Ejército llamaban a que la población se mantuviera en calma y en sus casas, decenas de miles de civiles inundaron las calles, acompañaban a los tanques, ofrecían claveles rojos y fraternizaban con los soldados, al mismo tiempo que masiva y alegremente se lanzaban al más radical desmantelamiento del odiado aparato represivo fascistizante.
“(.) El desmoronamiento del aparato represivo de la dictadura abrió súbitamente la posibilidad de una inmensa movilización obrera y popular. El mismo día 25 y los subsiguientes, las calles eran recorridas incesantemente por manifestaciones espontáneas de miles de personas gritando, contra el fascismo y la PIDE [Policía Internacional y de Defensa de Estado], por el fin de la guerra, por la fraternización con los militares, etcétera. Un símbolo elocuente de esto tal vez sea lo ocurrido en numerosos liceos, donde los jóvenes secundarios inmediatamente pasaron a descubrir, perseguir y detener a los antes temidos informadores (‘bufos’) de la PIDE, y a la Legión Portuguesa. El ‘saneamiento’ de los elementos reaccionarios se extendió como un reguero de pólvora por todo el país.
“La presencia activa de las masas y particularmente de la clase trabajadora fue claramente visible en las manifestaciones del 1 de Mayo, durante las cuales 500.000 personas salieron a las calles solamente en Lisboa, y en la oleada de huelgas y movilizaciones que la siguieron para imponer las más diversas reivindicaciones democráticas y económicas. De esta manera se conquistó un margen de libertades muy grande y se provocó un cambio sustancial en la relación de fuerzas entre las clases.”
Así resumió Aldo Romero, en el Nro. 1 de Revista de América, las consecuencias del “putsch” militar en líneas generales, todo el periodismo produjo versiones similares.
Las fechas son a veces, por un extraño azar, simbólicas. La semana revolucionaria abierta el 25 de abril, día del “putsch”, culminó el Primero de Mayo, día obrero internacional por antonomasia, con una manifestación de 500.000 personas en Lisboa. Ella indicó claramente, tanto en su composición social como por las consignas que se corearon, la presencia de una revolución obrera que había comenzado a llevar a cabo un programa democrático, o bien algunas de sus tareas fundamentales.
Muchas de las consignas eran esencialmente antifascistas y democráticas, tal el caso de “Muerte al fascismo”, “Muerte a los PIDES”, “Saneamiento”. Algunas de ellas, de apoyo a la burguesía —“Viva Spínola”— o a la pequeña burguesía —“Viva el MFA”—, denotaban el atraso del movimiento obrero portugués tras 50 años de ostracismo político. Llama la atención la falta de consignas anticolonialistas (con la excepción de la un tanto ambigua de “Fin de la guerra”) en una revolución que —como se demostraría más adelante— era, consciente o inconscientemente, profunda y objetivamente anticolonialista. Probablemente, los vivas a Spínola reflejaban en forma harto confusa dicho carácter, puesto que aquél, tras la publicación de su libro, pasaba por ser el abanderado del fin de la guerra por todos los medios.
Pero junto a estas consignas se coreaban otras, tales como “Salario mínimo a 6.000 contos” y “Álvaro Cunhal al gobierno”, que ya demostraban, en cuanto a reivindicaciones específicas, la primacía absoluta de la clase obrera en el movimiento. No se escucharon en él demandas que correspondieran a intereses específicos de otras clases ni sectores. Finalmente, reafirmando los métodos obreros revolucionarios, esta gran manifestación fue precedida y sucedida por infinidad de huelgas, el método de lucha obrero por excelencia. Y la liquidación del aparato fascista comenzó a llevarse a cabo directamente, asaltando y deteniendo a sus personeros, sin escuchar las recomendaciones de los militares.
Tomadas en su conjunto, las consignas demuestran la combinación de circunstancias que provocó el comienzo de la gran revolución obrera antifascista. Los vivas a Spínola y al MFA fueron el reconocimiento del movimiento de masas a los putschistas burgueses y pequeño burgueses que habían abierto las compuertas, así como los mueras al fascismo indicaban claramente el objetivo inmediatamente democrático de la revolución obrera que había comenzado y que se concretaba tanto en el método de las manifestaciones y las huelgas como en las consignas de “salario mínimo” y “Alvaro Cunhal al gobierno”. Pero también expresaban un hecho indiscutible: era el pueblo en su conjunto, desde la clase media hasta el proletariado, quien se aprestaba cambiar al régimen fascista. Visto desde este ángulo, se trataba de un gran movimiento popular, pero un movimiento popular que tenía como su soporte más vigoroso y dinámico a la clase obrera. Era, en síntesis, una revolución obrera que se combinaba con todos los sectores explotados, principalmente la clase media urbana, y comenzaba a exigir el cumplimiento hasta el fin de las tareas democráticas, al tiempo que se proponía desde el comienzo tareas y métodos de lucha propios del proletariado.
Pocos meses después, esas mismas masas trabajadoras saldrían, solas, a las calles para gritar “Muera Spínola”, demostrando una vez más la dinámica obrera, socialista, de la revolución. Dinámica que los propios explotadores y sus sirvientes de la clase media, como el MFA, el PC y el PS, se verían obligados a reconocer al recurrir a la gran estafa de autodenominarse “socialistas” y disfrazar sus proyectos burgueses tras la mentira de que lo que está recorriendo Portugal es ya la marcha hacia el socialismo.