«La gente que no me ama no merece vivir».
Muamar el Gadafi
Por Nicolás Solís
En la página web de “El Socialista Centroamericano”, se publicó un artículo de Olmedo Beluche, que pretende despejar dudas sobre las posiciones de izquierda respecto a la guerra en Libia.
Los errores de apreciación, respecto a Libia, Beluche los atribuye a una reducción lógica, por la cual, según él, se aprecia la realidad política solamente desde las contradicciones de clase, y se menosprecia la contradicción imperialismo-naciones oprimidas.
Lo sorprendente es que Beluche, que se reclama del marxismo revolucionario, a estas alturas no comprenda que las contradicciones de clase no son ajenas a la fase imperialista del capitalismo. Es decir, que sería inconcebible que el programa del partido obrero, que se coloca a la vanguardia de todas las luchas democráticas de las masas, no recoja la consigna contra la opresión imperialista (como manifestación de la lucha de clases).
Después de la revolución de Octubre, es parte de nuestro programa de transición la alianza con los sectores oprimidos del campesinado para enfrentar los intereses de la burguesía nacional, que la llevan a cooperar con la opresión colonial y neocolonial.
Beluche, sin comprender la esencia del método marxista, mete en un mismo saco a Omar Torrijos, Manuel Noriega, Hugo Chávez, Juan D. Perón, Nasser, y un largo etcétera hasta llegar al coronel Gadafi. Sin distinguir que algunos de ellos, como Nasser, Perón o Torrijos pudieron tener con el imperialismo, en algún momento, contradicciones nacionalistas de carácter progresivo, para nacionalizar recursos importantes de su país (por la presión social de sus pueblos), que en tal caso, debemos apoyar, pero, con absoluta independencia de clase, para contribuir a que las masas, por propia experiencia de lucha desborden a la dirección pequeño burguesa, por inconsecuente, dado que la lucha antiimperialista desemboca en el socialismo como fenómeno internacional (y este programa consecuente destruye la base de sustento de los aparatos burocráticos de tales figuras redentoras que, en realidad, frenan la iniciativa política de las masas dentro de límites aceptables para el neocolonialismo).
El capitalismo, por otro lado, enfrenta contradicciones propias, respecto a la forma de gobierno que resulta más adecuada a sus intereses en determinada coyuntura, marcada por la tendencia de desarrollo de la lucha de clases. Un régimen reformista o una dictadura bonapartista, como forma de gobierno capitalista, más que una selección teórica, corresponden: la primera, a una fase de ascenso económico, y la segunda, a una fase de recesión; influida tanto la una como la otra por el nivel de descontento y por la capacidad de movilización independiente de las masas.
El conflicto con Gadafi, no responde a una contradicción entre el imperialismo y las naciones oprimidas, sino, a un cambio de gobierno de parte del imperialismo (con contradicciones ínter burocráticas). Gadafi no representa nada de progresivo, sino, por el contrario, es un régimen opresivo, de carácter feudal, agente obsoleto del imperialismo (incluso, agente de Israel).
Beluche, en las siguientes líneas, escribe un disparate mayúsculo, que pone de relieve que no sólo no ha asimilado ni un ápice del marxismo, sino, que no comprende nada de la historia del movimiento obrero:
“Puede que para un revolucionario libio, el eje de su política sea el derrocamiento de Gadafi. Pero para un revolucionario europeo o latinoamericano el problema no es Gadafi, sino la política imperialista.
Luego, sin percatarse de la enorme contradicción, dentro de su escrito, Beluche reconoce que el marxismo es internacionalista. Sin que se le ocurra, siquiera, que un revolucionario europeo o latinoamericano no es distinto a un revolucionario libio. De modo, que el eje de la política en Libia es tarea de todo el proletariado por igual. Y que en cada trinchera mundial, cada revolucionario marxista, con métodos apropiados a las condiciones objetivas existentes en el país que se encuentre, no hará sino contribuir al triunfo de la estrategia del proletariado en el país que enfrente una situación revolucionaria.
La política imperialista, no es el avasallamiento en abstracto de una nación del tercer mundo. En el caso de Libia, la política imperialista trata de impedir que las masas derriben por métodos revolucionarios a Gadafi y que establezcan un gobierno independiente. Gadafi pasa a segundo término. La lucha de clases, que está a la base de la política imperialista, se concentra en impedir que Gadafi sea derribado por vía revolucionaria. De modo, que su intervención tiene por objeto sustituir, con mano propia, a Gadafi, por un gobierno títere, afín a sus intereses.
La lucha antiimperialista pasa por el método y por la agrupación de fuerzas para derribar a Gadafi, cuya consecuencia inmanente es la naturaleza y la toma del poder. El imperialismo forma un gobierno de transición con militares y ex-funcionarios de Gadafi; las masas combatientes, forman órganos de poder revolucionario a partir de los Comités de Lucha, que planifican el uso de recursos y disponen de órdenes a la sociedad, con transformaciones jurídicas que facilitan la solución de problemas apremiantes de las masas.
Para remachar su concepción pequeño burguesa, Beluche se pregunta:
“¿Qué hacemos frente a la guerra civil en Libia?”.
Y en lugar de trazar la línea política que el movimiento proletario internacional debe emprender respecto a las acciones militares del régimen de Gadafi en Libia, responde, sorprendentemente:
“Es un asunto soberano del pueblo libio resolver o no el futuro del régimen de Gadafi”
O sea, que la soberanía de Libia, en el concepto nacional pequeño burgués de Beloche, permite a Gadafi –agente feudal del imperialismo- aplastar internamente a las masas con las armas compradas a España, Francia, Italia y Rusia, y por el ejército mercenario conformado gracias a los fondos adquiridos por el robo de la renta petrolera.
La soberanía de Libia, para nosotros, es un concepto progresivo, de independencia frente al imperialismo. No un concepto abstracto, propio de la pequeña burguesía, que en la lucha concreta permitiría a un tirano masacrar a su pueblo sin intervención ajena.
Para que no quepa duda de la claudicación total de Beluche a las ideas de la pequeña burguesía escribe:
“Frente a la actual crisis en Libia, un revolucionario puede estar por el derrocamiento de Gadafi (¿?), pero a condición de que primero condene la intervención militar imperialista”.
Para aclarar la confusión de cierta izquierda, Beluche musitará conceptos abstractos sobre la soberanía nacional. Levantará su voz para remarcar que Gadafi, que lleva 42 años en el poder, pidió a la ONU una comisión independiente que investigue las denuncias sobre la matanza de civiles de parte de sus mercenarios. Moralmente, condenará como un crimen el silencio respecto a los bombardeos de la OTAN. Criticará ásperamente el reduccionismo de ver una guerra civil como una manifestación de la lucha de clases. Y dejará al pueblo libio resolver sus problemas, frente a un ejército de 120 mil mercenarios del Chad, Níger, Sudán, Simbaue, Malí y Liberia, armados de artillería, tanques y aviones (que continúa recibiendo refuerzos vía Argelia, por medio del Frente Polisario).
La posición de un revolucionario es totalmente la opuesta. Frente a la actual crisis en Libia, un revolucionario debe incidir –sin condiciones- para que las masas derriben a Gadafi, con independencia de la intervención imperialista, para formar un gobierno que desplace totalmente al régimen transitorio respaldado por la OTAN.
A la misma pregunta: ¿Qué hacemos frente a la guerra civil en Libia? Respondemos: hay que profundizar la guerra civil. Hay que llamar a la formación de soviets en las áreas liberadas. Que los soviets llamen al reclutamiento militar de la población; que repartan la tierra a los campesinos pobres; que controlen los fondos provenientes de la venta de petróleo en las áreas liberadas para usarlos en la obtención de recursos y logística de guerra; que nombren a los funcionarios del gobierno, removibles en todo momento y con un salario igual al de un obrero; que se establezcan relaciones diplomáticas con los gobiernos de África y de Europa, y que los soviets demanden armas y combatientes internacionales, bajo su dirección, para acabar con el reducto en Trípoli del tirano Gadafi.
La contradicción con el imperialismo debe darse, forzosamente, por el desarrollo de la guerra civil. El proletariado mundial deberá apoyar la formación, el reconocimiento y la ayuda al gobierno de los soviets, frente a la pretensión del imperialismo de abortar la revolución, y de formar un gobierno de ex funcionarios de Gadafi.