Este circo de ideas se presenta ante tan respetable audiencia, con el ánimo de hacer acopio de la reserva moral que está seguramente en la médula del pueblo hondureño, hombres y mujeres, para construir un lenguaje que exprese la verdadera dimensión de una sociedad más justa, equitativa y solidaria. Valga la aclaración que no siendo un intelectual de oficio, sino más bien un dramaturgo, cómico por más señales, lo poco que se y puedo aportar se lo debo al teatro y al estudio del drama humano; así que lo que a esta comedia teorética le falte, por favor otros lo complementen, la quiten, cambien y pongan puntos, comas y comillas, y todas las “eses” y plurales necesarias, para bien de muchos, si se puede de todos y así mantener vivo el movimiento dentro del movimiento mismo. Por si se mueve. Porque algún día se tendrá que mover.
Por Tito Estrada
El sentido del humor es una manera de mostrar, representar o decir las cosas que provocan risa y habitualmente conlleva un alto grado de crítica y agudeza mental. Generalmente revela una contradicción o ironía. Por eso produce hilaridad y relajamiento: es el resultado de una situación o condición inoportuna, negativa o adversa, superada por la inteligencia. Uno se ríe generalmente de los defectos de los demás, de situaciones imprevistas y hacer un chiste de alguien es básicamente mostrar y hacer visibles (risibles) sus debilidades o incompetencias, cuando no, de su astucia e inteligencia; es en cierto sentido una confrontación amable.
La risa es uno de los pocos distintivos puramente humanos. El concepto de “humor” deriva de la ciencia antigua que nominaba de esta manera lo que intuía como un sistema regulador del estado de ánimo de las personas. El sentido de humor es diferente en los seres humanos de acuerdo a su edad, educación, cultura, clase, género, etnia, sensibilidad, contexto, momento, en fin… es uno de esos reinos infinitos de la diversidad y pluralidad sociales.
Uno de los principales enemigos de la risa es obviamente la seriedad. Pero en este sentido la seriedad conlleva un alto contenido clasista y sectario, dado que a los “cómicos” tradicionalmente se les ha considerado de poca importancia, de bajos estratos intelectuales y sociales; vulgares, poco refinados, irreverentes, insolentes, irrespetuosos e impertinentes. La comicidad puede ser altamente subversiva. En cambio esa “gente seria” se atribuye todo lo contrario: altos calificativos, dotes superiores y fortuna, pero no siempre es así. Muchas veces, la mayoría de las veces, esa seriedad responde más bien a algún tipo de trauma mental o emocional, y/o algún impedimento social para ver la vida con la sutileza, distancia y rapidez necesaria para reírse y no sólo gozar de ella, sino verdaderamente desearla y disfrutarla. Reprimiendo hasta sus mismas inhibiciones, son la represión en persona y para ellas la libertad es desequilibrio.
Esta gente no admite el relajamiento, la soltura y se vuelven “pétreos”, cara parada, culo apretado, cara de puño… como se les llama popularmente. Entonces hablan de los que si tienen sentido del humor (para bien o para mal) en forma descalificadora, con sugerencias bastante subjetivas, irrespetuosas e irresponsables. Surgen así conceptos como “mujeres de la vida alegre” y lo que concierne en nuestro caso, en este momento: llamar “payasos” tradicionalmente a personas que se presumen no serias, desordenadas y falsas, “circo” al sitio o momento en que la gente exhibe conductas y actitudes consideradas negativas o que realiza actos contrarios a la moral establecida; en un intento por utilizar metáforas, tropos, sin percatarse de dónde vienen esas traslaciones de significado en las expresiones que usamos inadvertidamente. La sustitución de los nombres y términos exactos y correctos, sin considerar que hay un sector social (y cultural) que resulta agraviado, esa “mala educación” es mala práctica y es ya costumbre especialmente en los medios de comunicación. Normalmente lo que se usan son eufemismos, que solamente insinúan lo que se pretende decir pero que en realidad no lo dicen, quizás para señalar algún defecto sin ofender al defectuoso.
Los payasos son por lo general gente sencilla que se gana la vida mayormente entreteniendo a los niños y cuando no, son realmente gente talentosa de muy alta calificación académica y dotada de destrezas especiales. Seguramente entre ellos habrá personas nada serias y detestables, que más darán risa por su calidad personal que profesional, pero por nuestras calles, entre buses, deambulan afanados unos “locos” no divinos, con la cabeza en las nubes y la subsistencia en la cuerda floja. Tragando fuego los tres tiempos del día haciendo malabares con su existencia para vestirse con los remiendos de la ciudad y mandar sus hijos a la escuela. Maquillados con su sino mágico, son capaces de atrapar a un pez adolescente, elevarlo a las alturas y colgarlo en el trapecio de la imaginación. En cualquier esquina ensortijada de la vida, con un semáforo en rojo, hay un “diábolo” hilando admiración. Bajo un sol violento o una ensangrentada luna nívea, se la juegan arrancándole una moneda a la tristeza que los observa sigilosa entre vidrios oscuros, preguntándose: ¿de qué se ríen? …Si no valen una bolsa de churros vacía. Cierto, algunos “payasitos” no valen nada, son hijos de nadie y la nada, si no hacen piruetas en el circo de la subsistencia, se les pega el resistol y las niñas se pudren en la “vida alegre”.
Los procesos síquicos y cognoscitivos (experiencias emocionales y educativas) que construyen la personalidad, se desarrollan a temprana edad a partir de la incorporación del niño(a) a la cultura, que es, dicho de otra manera, la integración del “otro(a)” a la incertidumbre solitaria de mi propio “yo”. Desarrollando el lenguaje (verbal, no verbal, espacial, etc.) y la comunicación igualmente diversa, fundamentales en la dinámica de la cultura, se minimiza esa soledad. Interactuando se aprenden las normas sociales adoptando las estrategias de vida y valores, asimilándose de acuerdo o desacuerdo con el contexto de desarrollo. Según algunos sicoanalistas esta integración del yo y el otro (el acceso a la cultura y sociedad como sistema) es función paterna, ergo patria. Pero en este patriarcado, de paternidad irresponsable, literalmente “nos lleva quien que nos trajo” y colgando de una madre “atulinada”, aprendemos a “golpes” de las caídas en la realidad donde callejeamos con una sonrisa pintarrajeada, entre soledades y abandonos, unos más y otros menos. Así nos vamos alforjando tristes en esa experiencia de la vida incierta, casi truncada desde sus inicios que es nuestra primera “constitución”, individual, social y política. Si esta primaria constitución del ser ya “es pura babosada”… qué esperamos que sean las demás.
Entre cómicos y serios, más o menos chabacanes, cargamos grandes contradicciones personales y sociales que aprendemos a sortear, pero en la medida en que tomamos conciencia de la situación y nos educamos adecuadamente, aspiramos a algo más profundo y revolucionario de lo que llaman “tolerancia”, sinónimo de “tener que aguantarnos los unos a lo otros”, y visionamos algo más amable, atinado, amplio y benigno, una calidad de vida que todos podamos “elegir” libremente, con la certeza de que hacemos acopio de una cultura alternativa, al filo de los tiempos en que vivimos hoy, aquí en Honduras, a finales de la primera década del siglo XXI, con la felicidad como el fin supremo de la humanidad, antiguo pensamiento que en la medida que pasa el tiempo adquiere nuevos significados. Esas son las verdaderas “elecciones primarias” que tenemos que hacer y optar por el cambio de esos accesos patriarcales a la cultura para cambiar nuestras “constituciones” políticas, sociales, espirituales y viceversa. El cambio es lo permanente. La brevedad de la vida es lo que la eterniza.
Hace algún tiempo se utilizaba la frase “palabra de hombre” contraria a la “palabra de mujer”, pero dichosamente se ha dejado de usar precisamente por las mismas razones. Se trata entonces de establecer una ética, sencilla y distinta en la comunicación para la coexistencia pacífica e integral en una nueva racionalidad; que contiene riquezas intangibles que poco conocemos y que son auténticos caudales en los que difícilmente reparamos, porque entre coloniales e “imperiales” hemos permanecido severamente marginados; pero con estos los tesoros, patrimonios y matrimonios de la humanidad que “felizmente” podemos ir re-descubriendo, re-inventando y re-construyendo… “re-suscitando”, podemos re-unirnos para gozar de un lenguaje que exprese la verdadera dimensión de una sociedad más justa, equitativa y solidaria. Para que un juez sea justo, decía mi papá, antes de ser juez, tuvo que haberse decidido por la justicia.
No se trata de sustituir la moral existente por otra, que es quizás inexistente… que es más bien la otra cara “maquillada” de la misma moneda… un “salto mortal”, léase circense, en el vacío de la doble moral. No llamar “las cosas por su nombre” (Rigo Paredes) cuando es razonable y necesario hacerlo, digamos que no es… éticamente apropiado. Más bien limita las posibilidades del lenguaje y la comunicación. Y aún cuando en cierta medida los nombres de las cosas sean puramente arbitrarios, es con ellos que las identificamos y podemos organizar el mundo, dotarlo de sentido y comprenderlo, valorarlo, y por eso “riñe” indudablemente con el concepto de una nueva sensibilidad en el pueblo hondureño. Por todo esto es necesario cuidar del desarrollo cultural en nuevos términos, no sólo para aparecer actualizados en los “escenarios” del “Business Show” y morar como “moros” en nuestras propias costas, viviendo ”entre comillas” en este mundo “unidimensional” y “bi-polarizado”; sino que procurando un desarrollo ampliamente inclusivo, diverso, simultáneo, integrado e integrador, dinámico, alegremente crítico en vez de tristemente “cítrico”, porque esas maromas del lenguaje corresponden a contenidos específicos, mediados por el contexto histórico y social en que se desarrolla la individualidad como unidad básica del enjambre social, siempre susceptible de transformación. “No se puede ser moral en una sociedad inmoral” decía Brecht, y viceversa. Pero seguro que cambiando el “uno” se inicia irreversiblemente el cambio del “otro”, como la piedra que cae por el abismo y no para hasta que toca fondo.
Necesitamos un nuevo país llamado Honduras, un símbolo nacional particular con valor universal, para que no nos perdamos en el difícil paso de la historia escrita a la historia viva. La responsabilidad que tenemos por delante es monumental y vamos a hacerle monumento a la alegría de ver “la madre patria” redimida en toda la extensión de la palabra.