Por: Abril Yánez
La vida es lucha y sufrimiento, pero la grandeza y la fuerza sólo se miden por la fuerza y la grandeza de la oposición. G.F. Hegel
Al son de consignas, silbatos, ollas, tambores y bailes con la vistosidad de banderas, mantas, sombrillas y la candencia de las caderas juveniles se cubrían las calles de la ciudad y las miradas de peatones o pasajeros con sus insultos o la bocina de los vehículos en apoyo a las manifestaciones de tantos profesionales de la educación eran noticia de interés nacional.
Aunque durante años a fuerza de toletes, lacrimógenas, encarcelamientos y asesinatos las autoridades estatales no lograban doblegar el ánimo combativo ni quebrantaban la unidad del gremio más grande del país, éste se mantenía en pie de lucha en defensa de la escuela pública y los derechos adquiridos.
La beligerancia de antaño, ahora en declive por incidencia de represiones físicas, psicológicas y económicas como estrategia gubernamental, ha quedado opacada por el miedo y la desconfianza. Ahora la incertidumbre flota en el ambiente y amedrentar es cosa de todos los días al grado de soterrar la dignidad aflorante del oprimido, después del golpe de estado.
Todos pretéritos que salen a luz en cada conversación, señal de que los interlocutores añoran las acciones que daban vida al grito iracundo y a la indignación que abatía el espíritu noble del hondureño en harapos.
Se debe reorientar la lucha
Es evidente que el magisterio aún se encuentra atascado en la apatía frente a las arbitrariedades del Secretario de Educación que día a día amenaza con sanciones que van desde la deducción de salario por día no laborado, la suspensión de salarios mensuales completos, cobros indebidos y el despido del cargo (comenzando por los dirigentes magisteriales). Todo cumplido según sea el caso.
Estas arbitrariedades han llegado al punto de ebullición en el sentir de los/las docentes, contrastando el temor y la debilidad emocional con la inconformidad y la queja de miles que ven fracasados sus derechos laborales y de jubilación y que, ante la impotencia de no poder salir a las calles a gritar su descontento, se sumergen en el afán del trabajo y la ansiedad, cosa que, psicológica y emocionalmente, no es recomendable para nadie y menos, para quienes trabajan con elemento humano.
Es ahora cuando los dirigentes y estrategas del gremio deben actuar con sabiduría e ir un paso adelante, reorientar la lucha incorporando a padres, madres y estudiantes para reforzar nuestras filas fortaleciendo así, las jornadas de protesta y, a la vez, manifestarle al gobierno y las autoridades que el descontento es generalizado en toda la población pues las represiones, en cualquiera de sus formas, nos afecta a todos.
Así mismo se debe buscar la manera de concientizar a las bases a retomar las acciones de lucha, porque el miedo no nos librará de la anarquía ni el enclaustramiento provocará que los opresores del pueblo respeten los derechos ganados en las calles, pues está demostrado que aunque estemos en las aulas impartiendo clases, la zozobra e inseguridad laboral derriba los ánimos e incrementa los niveles de depresión y nerviosismo, lo que nos hace vulnerables a los desequilibrios emocionales, el yerro en la toma de decisiones o la desconcentración en las labores diarias. Indudablemente esto perjudica, no beneficia.
Estamos en los albores de las elecciones generales y hemos de aprovechar el interés hipócrita de los políticos para ganar adeptos, orillándolos a revertir las decisiones tomadas en perjuicio de la educación pública, pero a la vez, focalizar la instrucción política de las bases en rescate de las mentes atrofiadas en el oscurantismo bipartidista. Es el momento de restablecer la fuerza beligerante del magisterio.