Por: Ignacio López Recarte

A doce días de haberse celebrado las alecciones pasadas, el silencio del Tribunal Supremo Electoral (TSE) anunció un proceso de escrutinio único en su historia, proceso letárgico que poca comparación tiene con la efectividad del escrutinio de cuatro años atrás, con el cual fue declarado ganador en pocas horas el actual candidato y presidente Juan Orlando Hernández.

Cuando se hace una revisión del antecedente histórico, Honduras se encuentra ante un proyecto político que surge de la crisis generada durante el golpe de Estado a casi una década. El proyecto impulsado por el Partido Nacional para  tomar el control del país, inicia con el secuestro de la institucionalidad y la centralización de los poderes del Estado en uno solo, todo ello acompañado de un fuerte escudo de defensa que nace con la aparición de la Policía Militar, la depuración de la Policía Nacional y la inyección de fondos para impulsar campañas políticas. El plan gestado con la intención de frenar la alternabilidad del poder y garantizar que se mantenga en un solo sector, ha desencadenado a su vez, que en el proceso de elecciones atípicas se manifestara el desplazamiento masivo de personas para ejercer el sufragio. Es difícil a estas alturas discernir si la aceptación de la sociedad hondureña de participar en las elecciones puede ser utilizada como maniobra para legalizar y consumar todo el proyecto orquestado por el Partido Nacional, el cual comienza a evidenciar su vez a tener falencias.

Parece que el TSE tiene dificultades para dar las mismas respuestas contundentes que hace cuatro años atrás. Los argumentos utilizados son, que a modo de transparentar todo el proceso de escrutinio ha respondido a las demandas hechas por la oposición, y que ha sido esto lo que ha generado el retardo para declarar un ganador. Por su parte, las actas en posesión de los partidos de oposición, contradicen los resultados del TSE y aseguran que existe un nuevo presidente electo, el cual obviamente no es el señor Juan Orlando Hernández.

La incapacidad del TSE ha traído consecuencias fatales ante la imposibilidad para tomar el mando y emitir dictámenes contundentes.  Las protestas en el país han explotado y con ello la agudización de la crisis, la poca estabilidad con la que se gozaba pende prácticamente de un hilo y los políticos parecen jugar con ello. Por su parte, esto no parece generar ninguna carga emocional en el TSE sino que más bien, pacientemente ha dispuesto de todo el tiempo del mundo para dar garantías de que su trabajo es de fiar, todo muy contrariamente, a las aseveraciones hechas días atrás por la Organización de Estados Americanos (OEA), quienes ha puesto en duda que los procesos llevados a cabo para la elección puedan generar confianza y estabilidad en el país.

Conmovida, la población hondureña ha salido a las calles de sus barrios y colonias a protestar, a detener toda la actividad en el país y a tratar de transmitir al mundo los acontecimientos suscitados que tienen a Honduras en un retroceso en pleno siglo XXI. Tales protestas han logrado tener un impacto mediático, porque han logrado frenar de forma parcial las tentativas reeleccionistas del presidente, impulsadas por el Partido Nacional. Las protestas han provocado disturbios y algunas muertes, esto debido a que el gobierno ha enviado a la Policía Militar a las calles, con la orden de disparar a discreción a todo manifestante. Las muertes ocurridas parecen quedar en la impunidad, con respuestas simples, los misterios sobre quien abre el fuego se atribuyen a la misma inestabilidad, sin que los hechores de los crímenes tengan nombre o rostro.  

Ante tal situación, como medida el gobierno de la república decretó el Estado de Sitio, disposición que se aplica únicamente en casos extremos, los cuales no son aun el caso de Honduras. La medida empleada por el gobierno parece haber sido efectiva, las tomas de carreteras han disminuido, lo cual ha permitido obtener un poco más de tiempo para analizar con más detenimiento la situación.

El silencio de los nacionalistas anuncia  estocadas profundas para provocar heridas de muerte que sencillamente no pueden ser pasadas por alto. El silencio de las autoridades gubernamentales también se acompaña de algunas otras estrategias. La docilidad del actual presidente, ante las recomendaciones, se asisten también de ciertas directrices para los simpatizantes de su partido. Las marchas convocadas por la paz se contraponen con las protestas catalogadas como violentas de la oposición. Los simpatizantes del Partido Nacional hacen un llamado a la armonía mientras que la oposición clama claridad ante la situación; el discurso de los grupos de poder se encamina a la paz, una paz que evade el verdadero motivo de los disturbios: un presidente electo y una reelección que nadie pudo detener. Elecciones ilegitimas y los intentos por recuperar el control del país.

24 horas de protesta de la Policía Nacional

Uno de los grandes golpes hacia el muro institucional levantado por el gobierno, ha sido el respaldo de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional. En el fervor de las protestas inesperadamente se une este último, quien ya golpeado después de su depuración, levantó demandas a los altos mandos y estableció condiciones para regresar a las calles. La sublevación de algunos policías desertores, el lanzamiento de las bombas lacrimógenas al cielo en señal de protesta, aumentó el fervor de las masas y otorgó mayor fuerza al movimiento de insurrección en todo el país. Las acciones generaron automáticamente una situación tal vez no figurada por el gobierno, situación que inmediatamente fue revertida con las mejoras en las demandas de los policías y prontamente se restableció la estabilidad dentro de la institución policial. El rápido regreso de la Policía Nacional ha provocado nuevamente el fortalecimiento de la estructura gubernamental.

Estos dos golpes, el toque de queda y la rectificación de la Policía han generado incertidumbre en los movimientos de protesta y les han vuelto pasivos. Pareciera que las acciones emanadas de la ciudadanía indignada están siendo absorbidas rápidamente por las directrices de la clase política de la oposición, directrices con estrategias ya antes utilizadas y poco efectivas y con entera confianza en una institucionalidad secuestrada. Tales movimientos pacíficos se identifican con grandes desplazamientos de masas, recetarios impulsados por una clase burguesa que no busca revolución sino más bien negociación. Este panorama, arrastra una vez más a que el pueblo hondureño dependa de una dirigencia que, día a día pierde el control y permite que los planes establecidos por el gobierno de turno sigan su cauce. Se recupera poco a poco el orden establecido. Honduras no soporta más una crisis y decide continuar con las labores antes de perder más; suspendido el toque de queda, autorizada la portación legal de armas, el mensaje claro es que se recupera el control del país, en tanto la ciudadanía se sumerge nuevamente en la cotidianidad, mas no en la indiferencia.

Reelección o triunfo del socialismo.

Las maniobras del gobierno de turno se han especializado en emplear los problemas sociales a su favor. Si las medidas que se toman generan inconformidad, se culpa a la oposición de crear la inestabilidad. El discurso reeleccionista se focaliza en tomar a esta como un supuesto, lo cual la normaliza y la vuelve digerible, en tanto que la negociación continúa en torno a ejes que no satisfacen a cabalidad las verdaderas demandas del pueblo. Las estratagemas del gobierno han dado nuevamente un giro en el cual se busca asociar la victoria de la oposición con el Chavismo y el socialismo del Siglo XXI, lo cal ha obtenido una rápida respuesta por parte de la embajada estadounidense en Tegucigalpa, quienes han respaldado el proceso electoral en Honduras calificándolo como digno de fiar. La normalización de la reelección se plantea como un artificio para que no se critique el mal inicial sino los procesos que se usaron para llegar a la misma, ya no se trata del problema de la reelección, se trata de una lucha que se pretende plantear la disputa por la supervivencia de una derecha que no desea instaurar el “socialismo de siglo XXI” en el país.

Todo parece apuntar que los esfuerzos están dando frutos, la dilatación del problema también ha contribuido para recuperar espacio perdido; el tiempo juega en contra si los procesos se alargan ya que con ello se busca el agotamiento de las masas, las cuales, no pueden competir porque no se posee la herencia de las luchas de sociales ni mucho menos los recursos para sustentarlas, la crisis del país ha sido utilizada como un estira y encoje en favor de los grupos de poder.

A pesar de todo, aun se cuenta con el tiempo para volver a retomar la ventaja que se había ganado con la insurrección civil, las decisiones que tomen a partir de estos días son claves en el futuro por esa razón es preciso tomar consciencia en este momento, no es posible bajar la guardia. Las medidas deberán ser más radicales, el Paro Nacional se ha vuelto no solo una necesidad sino también un deber, así como la organización de comités en los barrios y colonias. La lucha debe radicalizarse si se pretende obtener resultados contundentes en favor de una sociedad desamparada, pero esto tampoco puede ser posible si la manifestación desordenada, amorfa se establece como la máxima forma de expresión; la protesta sin organización incurre en un sinsentido y se resume en un mero desplazamiento de masas, si no trasciende a una lucha consciente. Esta es una de las grandes debilidades que permite que los grupos dominantes ganen nuevamente los espacios, la derrota de los movimientos se debe a que la protesta es asumida de formas frívolas, como si fueran cosa de un día, como una mera catarsis para que fluya la indignación para regresar una vez más a la labor diaria. Esta ignorancia, no debe de ser permitida si se pretende hacer un cambio a pocos días u horas de que se anuncie un ganador. Todo dependerá de lo que verdaderamente desee el pueblo hondureño, la gran disyuntiva de sufrir o luchar

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