Por Rodrigo Quesada Monge
Existen muchas formas de abordar el centenario del Primero de Mayo en un pequeño país centroamericano como Costa Rica, porque estas condiciones establecen una particularidad histórica que lo vuelven único, pero al mismo tiempo universal. Las efemérides pueden quedarse en eso solamente, en efemérides. También las iglesias y los estados, así como las burguesías en todas partes del mundo, tienen sus efemérides. Por eso una manifestación es algo tan diferente a una procesión. En la primera predomina el coraje y la rebeldía. En la segunda la sumisión y el ritual. Por eso hay que evitar que un centenario como éste, el del Primero de Mayo en Costa Rica, caiga en ese ritual anodino y casi siempre improductivo, a los que nos tienen acostumbrados las clases dominantes.
Hoy, como nunca antes, esta clase de celebraciones no deberían repetir la molienda en la que se han convertido las tantas veces manipuladas fiestas patrias. El Primero de Mayo lo recordamos no tanto porque sea eso, precisamente, una fiesta, sino, sobre todo, porque es una forma de reavivar la idea de que hay muchas cosas por hacer para las clases trabajadoras, los campesinos, las mujeres, los intelectuales y los artistas de todo el mundo, a fin de contener la abrasadora avalancha que se nos ha venido encima, luego de la tragedia que fue la derrota del socialismo real en 1989 y 1991. Una tragedia que jamás les dio la razón a los ideólogos y defensores del sistema económico, el cual cada vez más demuestra su gigantesca incapacidad para resolver los grandes problemas de la Humanidad, sino que más bien esta tragedia, produjo una desbandada triste y desencantada de algunos dirigentes de las clases trabajadoras, lejos de las posibilidades del socialismo en el largo plazo.
Aquellos otros que mantuvieron sus sueños, sus ilusiones, las utopías y las esperanzas de que un mundo diferente fuera posible, se quedaron con las manos llenas de anhelos, respecto a su capacidad para decidir entre socialismo o barbarie, como decía Rosa Luxemburgo. Recordar el centenario del Primero de Mayo es recordarnos a nosotros mismos que hay mucho por hacer, y realmente poco que celebrar. Porque el triunfalismo del sistema económico vigente, desde que se operara el repliegue histórico y estratégico de las luchas por construir un sistema económico alternativo y más humano, ha querido arrebatarnos a todos los hombres y mujeres de a pie, el derecho a soñar, a disponer de una vida más productiva, más feliz, más solidaria y desjerarquizada. Recordar el Primero de Mayo es recordar que todas estas tareas están pendientes, hoy más que nunca insistimos.
La conmemoración del Primero de Mayo está compuesta precisamente de eso, de recuperar la memoria con nuestros compañeros y amigos de clase, de una larga historia de luchas, derrotas sonadas, éxitos transitorios, y, sobre todo, de una extensa cadena de fracasos, encarcelamientos, asesinatos y persecuciones de nuestros hombres y mujeres más heroicos y decididos, que no podemos olvidar en ningún momento, pues su ejemplo
es una conminación ineludible a tomar consciencia de que las grandes tareas a favor de los humillados, los explotados, los oprimidos y los arrinconados todavía están pendientes.
El Primero de Mayo nos evoca que la clase trabajadora tiene historia. Que sus grandes y pequeños logros son el resultado de luchas feroces, sangrientas, y de unas tonalidades sacrificiales que los que se llaman a sí mismos historiadores, deberían estarnos recordando constantemente. El Primero de Mayo no se reduce a los bien conocidos tres ochos, de los que, hasta la misma burguesía habla con cínica alegría: ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso, y ocho horas de ocio. Esta conmemoración va más allá, pues está compuesta también de una textura social y cultural, la cual los historiadores aún no logran retratar por completo. Tal cosa sucede porque la instalación de la fecha del Primero de Mayo como día internacional de los trabajadores en 1889, pudo verse como una feliz concesión por parte de la burguesía todopoderosa, que podía darse el lujo de legitimar la oposición a su institucionalidad.
Hoy, muchos siguen creyendo, en sus afanes maltrechos por borrar la historia de un plumazo, que el Primero de Mayo vino al mundo porque así lo decidió buenamente una burguesía segura de sí misma, que podía permitir la existencia de grupos, políticos e intelectuales férreamente opuestos a su visión del mundo, sin temer que sus instituciones se tambalearan. No olvidemos que la mayor parte de estos opositores, Marx, Lenin, Trotsky, Kropotkin, Emma Goldman, Rosa Luxemburgo, Carlos Luis Fallas, Carmen Lyra, y muchos otros, fueron perseguidos, encarcelados, exiliados, desnacionalizados y finalmente aniquilados, por esa misma burguesía que decía estar muy segura de su revolución industrial.
Las grandes conquistas de la clase trabajadora en Costa Rica, durante los años cuarenta del siglo veinte, la Caja Costarricense del Seguro Social, el Código de Trabajo, los derechos sindicales, una jornada laboral más humana, las garantías sociales y muchos otros, no fueron jamás concesiones felices hechas por una burguesía cafetalera segura de que Costa Rica era una pequeña finca de su propiedad. Tampoco fueron logros
obtenidos por acuerdos políticos e ideológicos inter clasistas extemporáneos, como han sostenido algunos historiadores, tratando de vendernos la imagen de una Costa Rica, en la cual la lucha de clases jamás tendrá lugar. Si tal cosa hubiera sido cierta, la guerra civil de 1948 nunca hubiera pasado de ser una simple anécdota.
Es en esta dirección cuando adquiere sentido la conmemoración del Primero de Mayo, porque, la década de los años cuarenta del siglo veinte, sólo puede comprenderse a través del prisma de las organizaciones obreras y campesinas, que se asomaron al siglo desde 1913. Y por más aburrida que sea la historia sindical, como dice un historiador británico (David Cannadine), ella es un monumento, una masa gigantesca de logros y fracasos, de lo que han constituido las luchas de las clases trabajadoras a lo largo de la historia, en violento contraste con las supuestas concesiones hechas por las clases dominantes. Éstas conceden solamente lo que se les arranca a golpe y porrazo.
De tal forma que no es posible tener un retrato más o menos cierto de los avances hechos por los trabajadores en los años cuarenta en Costa Rica, sin comprender ampliamente que la segunda parte del siglo XIX prepara, arropa y augura esos logros.
Desde 1870, cuando la inserción de Costa Rica en el mercado mundial, anuncia la modernización de puertos, muelles y caminos, así como la construcción de ferrocarriles, y el consumo suntuario de jabones, perfumes y sombreros europeos (ingleses, alemanes, franceses y holandeses), las clases trabajadoras y los campesinos de este país, dibujan una consciencia de clase en la cual, cada vez con más vigor, cristaliza la diferencia de intereses, preocupaciones, identidades y aspiraciones.
En los valiosos trabajos de historiadores como Mario Oliva, Carlos Luis Fallas Monge, Vladimir de la Cruz y Marielos Aguilar se puede seguir, paso a paso, cómo evoluciona esa consciencia de clase. Los puntos de reunión, las lecturas, las formas de organización y lucha, así como los periódicos, revistas y panfletos que consume el trabajador costarricense, incluso sus dietas y vestidos, son magistralmente rescatados por dichos historiadores, permitiéndonos ver cómo las artesanías y las manufacturas del San José urbano, al lado de las primeras organizaciones sindicales en el agro nacional y aquel de propiedad extranjera, configuran una visión de mundo que tiene muy poco que ver con aquella que busca universalizar la clase dominante, aunque ello signifique manipular la historia de una gesta tan importante como la guerra patria de 1856, en la que los muertos los pusieron los pobres.
Es el grado de madurez de la consciencia de clase de los trabajadores y campesinos costarricenses, la que hizo posible fundar el Primero de Mayo de 1913, como una fecha decisiva en el calendario de su desarrollo. Y esa consciencia de clase, gravita beneficiosamente sobre las almas y los quehaceres de los luchadores y luchadoras de los años cuarenta del siglo veinte en Costa Rica. A pesar del supuesto colaboracionismo de clase que condujo hacia la guerra civil de 1948, de acuerdo con algunos historiadores costarricenses y norteamericanos. La radicalidad de consciencia de aquellos trabajadores que le dieron lugar a 1913, le metió presión social, y sustento histórico a los logros de los años cuarenta, y desnaturaliza la pretendida tibieza estratégica en que pudieran haber entrado los trabajadores organizados, en virtud de los torpes avances que hacía un capitalismo dependiente y sumiso, como el costarricense en aquellos momentos.
Era radical la nueva intelectualidad costarricense de finales del siglo XIX y de principios del XX, que vino al mundo cristalizando con una generación de hombres y mujeres dispuestos a pensar los asuntos sociales, económicos, políticos y culturales de otra forma, fuera del contexto establecido por una burguesía cafetalera que hacía todos los esfuerzos posibles por integrar a Costa Rica en el mercado mundial, pero entregando
la integridad, la independencia y la dignidad. Eran radicales los hombres y mujeres que trajeron libros extranjeros, ideas y preocupaciones de otras latitudes del mundo, donde los trabajadores hacían grandes avances a favor de sus sueños, aunque ello implicara sacrificios de proporciones históricas, como fue el caso de la Comuna de París en 1871.
Fueron radicales los trabajadores italianos, los españoles, los negros y los chinos que le brindaron a este pequeño país centroamericano, una nueva y agresiva idea de lo que significaba el internacionalismo, según lo habían imaginado los héroes y mártires de Chicago en 1886.
De tal forma que la radicalidad con la que debería ser pensada la conmemoración del Primero de Mayo en Costa Rica, debería recordarnos también que la cultura artesana y obrera, de profunda raíz urbana, convirtió a la consciencia de clase, en manos de los trabajadores y de los nuevos intelectuales surgidos a su calor, en una herramienta de gran poder para fomentar el buen criterio, la independencia, el orgullo de clase y una soberbia revolucionaria que demandaba y exigía lo que creía necesario y conveniente para enaltecer su dignidad como personas y como seres humanos en pleno desarrollo.
Son estos ingredientes los que vemos crecer con vigor y pujanza entre los años que van de 1913 a 1932. El 1 de Mayo no es una fecha conmemorativa, ni tampoco un aniversario, ni mucho menos una fiesta. El Primero de Mayo debe ser un símbolo y una esperanza, un porvenir y una realidad, decían los trabajadores costarricenses en 1916. Tal criterio, emitido en un período histórico abundante en problemas económicos, sociales y políticos, decanta con precisión una óptica desarrollada por los trabajadores con respecto a los cambios que estaba experimentando el capitalismo internacional. Durante los años veinte, la protesta popular urbana, todavía bajo la radical y romántica visión del precoz anarquismo costarricense, es el reflejo del fuerte impacto que iría a tener la depresión capitalista, en una economía pequeña como la costarricense, sujeta a los vaivenes del mercado internacional.
No está de más apuntar que, indistintamente de que la textura organizativa e ideológica del movimiento popular, durante estos años, sea diversa en función de parámetros geográficos, la radicalidad revolucionaria de la protesta popular no se agota en las tareas transitorias de la lucha sindical, como eran los salarios, los precios de los alimentos, de los servicios públicos, y de la jornada laboral. La lucha contra el sistema capitalista, iba más allá de la simple consigna callejera. Las huelgas de los años veinte, impulsadas por zapateros, sastres, linotipistas, panaderos y otros artesanos urbanos, indicaban que la clase trabajadora había encontrado medios y fines muy distintos a los promovidos por los sectores sociales dominantes. De inmediato, habría que apuntar que, mientras estos últimos se desgastaban tratando de encontrar la vía correcta para resolver sus problemas internos, a través de golpes de estado, cuartelazos y contubernios políticos que a duras penas amortiguaban el impacto que estaba teniendo la depresión capitalista internacional, los trabajadores en las regiones agrícolas y agro exportadoras más conflictivas, como las de producción bananera, le daban forma a una lucha sindical que se incrustaba en las lecciones históricas recibidas de las huelgas de los italianos a finales del siglo XIX.
Es esa radicalidad revolucionaria la que el Partido Comunista de Costa Rica, a partir de 1934, logró sistematizar e instrumentar de manera efectiva, dándole forma a una protesta popular que cada vez que recordaba al Primero de Mayo, lo hacía con la clara precisión de quien tenía bien perfilado al enemigo de clase. Para muchos que, por estos mismos años de la década de los treintas y cuarentas, creían ciertamente que en Costa
Rica no existían conflictos sociales, y que todo podía ser resuelto al calor de un café caliente y de una buena conversación, las ideas y prácticas de hombres como Carlos Luis Fallas, Carmen Lyra, Manuel Mora Valverde, Carlos Luis Sáenz, Luisa González, Arnoldo Ferreto, Humberto Vargas y muchos otros, resultaban inauditas y extemporáneas, porque habían introducido en la supuesta cultura democrática del costarricense promedio, nuevas nociones con las cuales la historia de Costa Rica podía ser reinterpretada de forma totalmente diferente. Eran la noción de conflicto, la noción de imperialismo, la noción de la lucha de clases, la noción de revolución, que el anarquismo, durante la segunda parte del siglo XIX y principios del XX, trató de impulsar con figuras del calibre de Joaquín García Monge, Omar Dengo y Roberto Brenes Mesén, solo para mencionar algunos de los más destacados.
Pero el Partido Comunista de Costa Rica, luego Vanguardia Popular, demostró que era posible celebrar el Primero de Mayo en la prisión, como lo haría su comisión política en 1948 en la Penitenciaría Central de San José. Le había llegado la hora al más feroz anti-comunismo de que se tenga memoria en la historia costarricense del siglo veinte.
Porque muchos de aquellos dirigentes comunistas, arriba mencionados, tuvieron que dejar el país, bajo amenaza de muerte, para nunca más volver. A partir de este momento, la textura de las celebraciones del Primero de Mayo, cambió sustancialmente, y se convirtió en un gesto de rebeldía que les estaría recordando a los costarricenses, que se había hecho una gran injusticia con hombres y mujeres talentosos, valientes y abnegados.
Era la hora de la ignominia. La hora en que se les prohibía a los comunistas expresarse libremente. Un período sombrío que se extendería hasta los años setenta del siglo anterior.
Serían los grandes acontecimientos que tuvieron lugar durante los años sesenta en la isla de Cuba, los que darían un nuevo impulso a la idea de la revolución en Costa Rica, y por supuesto al sindicalismo revolucionario costarricense, impulsado mayormente por los herederos de la tradición comunista en este país, que había sido mutilada después de la guerra civil de 1948. La revolución cubana de 1959, no sobra indicarlo, les devolvió a los latinoamericanos un sentido de la dignidad y de la independencia, que parecía haberse paralizado con la guerra de 1898. La revolución bolchevique de 1917, sobre la cual tantas y tan bellas cosas dijeran en su momento hombres como García Monge y Omar Dengo, y mujeres tan lúcidas como Carmen Lyra, encontró en las luchas sindicales, de contundente factura anti-imperialista, impulsadas por Carlos Luis Fallas en las fincas de la infame United Fruit Company, la lógica consecuencia de una manera de abordar la confrontación social que no tenía antecedentes en Costa Rica. Porque Fallas tenía perfectamente claro que la lucha sindical en las regiones del banano en el Caribe costarricense, centro y sudamericano era una lucha de dimensiones revolucionarias ineludibles, porque estaba de por medio la reforma agraria, algo de lo que, en América
Latina, rara vez se hablaba sin causar decenas de muertos.
La inversión extranjera en el agro, la minería, la electricidad, los servicios públicos, y la voracidad aliada de los dueños del capital en Costa Rica, tienen una larga y triste historia que contar. Basta mencionar el contrato Soto-Keith de 1884 para recordarnos con pelos y señales, la enorme capacidad entreguista que ha desplegado siempre la clase dominante en Costa Rica. Pero ese ha sido el ejemplo dado por casi todos los países latinoamericanos. Dicho entreguismo ha sido puesto a prueba contra la evidencia de los hechos, cada vez que el imperialismo y sus agentes han tratado de violentar las instituciones de países donde, supuestamente, la democracia burguesa funciona más o menos bien, como era el caso de Costa Rica, al iniciarse los años setenta del siglo veinte.
Con las protestas populares que tuvieron lugar en 1970 en torno al inolvidable contrato minero de ALCOA, entró en Costa Rica una forma de rebelarse que dejaba atrás el viejo y malquistado criterio, de que toda manifestación debía ser una suerte de procesión. Se había hecho evidente que la violencia revolucionaria, la violencia popular, también era posible en la mortecina Costa Rica sindical de aquellos años.
Las décadas de los años setenta y ochenta estuvieron repletas de grandes derrotas del imperialismo en Asia y África, pero también en América Latina las derrotas y carnicerías sufridas por el movimiento popular, en todas sus distintas y variadas expresiones, fueron realmente escalofriantes. Las dictaduras militares se dedicaron sistemáticamente a liquidar al peor de todos sus enemigos de clase: al sindicalismo revolucionario. Entre 1973 y 1989 casi la quinta parte de todo el caudal sindical en países como Argentina, Chile, Uruguay y Brasil fue aniquilado. El genocidio adquirió proporciones bíblicas en América Central, donde los sindicatos fueron demolidos hasta sus cimientos.
En estos casos, las celebraciones del Primero de Mayo no pasaron de ser meramente actos de fuerza, casi de fe, en unas reivindicaciones que serían rápidamente engullidas por una legislación sindical lenta y engorrosa.
Para cerrar con broche de oro, la trágica pero largamente esperada caída del socialismo real, trajo consigo una epidemia de desencanto, agotamiento y auto-fobia, como la llama el historiador y filósofo italiano Doménico Losurdo, que ha producido una desbandada penosa de viejos y probados luchadores revolucionarios, hacia campos y territorios donde jamás serán bien recibidos, pues siempre serán vistos como arribistas inoportunos. Domenico Losurdo habla de auto-fobia ahí donde el viejo dirigente comunista, siente pena, culpa y remordimiento de una vida entregada a la lucha revolucionaria, y practica la autoinmolación en los altares de la burguesía para no languidecer política y existencialmente. Según Losurdo el canibalismo entre comunistas, al menos entre los europeos, ha llegado a ser realmente patético.
En el medio de semejante debacle, en el medio de una crisis económica del sistema capitalista que ha probado todo, menos sus posibilidades reales de ser superada en el corto plazo, pues ya lleva seis años y los trazos que da son más bien en el sentido contrario, de que está empeorando cada día, la reactivación de las discusiones sobre el pensamiento revolucionario clásico y moderno, es el aliento fresco y prometedor que estábamos esperando. Claro, estas discusiones se dan en otras latitudes, cercanas a Costa Rica, pero igualmente lejanas como en Argentina, Chile, Brasil, Bolivia, Venezuela, Cuba y los Estados Unidos. En Costa Rica algunos desesperaron por sepultar al marxismo lo más pronto posible.
Es que, si Marx tenía razón, como dice el filósofo irlandés Terry Eagleton, ante la evidencia contundente de que el sistema capitalista se encuentra en colapso desde hace seis años, recordar el Primero de Mayo significa, ante todo, recordar que la agenda de problemas, aspiraciones y luchas por parte del movimiento de los trabajadores está tan vigente como nunca antes. Porque los defensores más entusiastas del sistema económico, sirviéndose de las recetas propuestas por el neoliberalismo, buscaban y continúan buscando evitar que aquel se les derrumbe por completo, haciéndoles creer a los trabajadores que hoy viven en el mejor de los mundos posibles. En este caso, según ellos, los poderosos, no son necesarios los sindicatos porque son elementos de fuerza y conflicto en un momento cuando la solidaridad es necesaria para salvar al sistema económico.
Dichosamente, en Costa Rica hay gente con visión política y decencia social, como para percatarse de que aquella patraña los trabajadores tienen siglos de estarla escuchando. Las luchas contra el Combo del ICE, contra el TLC, contra las concesiones de obra pública, contra todos los intentos por parte de los patronos, públicos y privados, por encontrar caminos para arrinconar al trabajador y estrujarle cada vez más su salario y sus conquistas histórica, configuran una cadena de eventos que indican a ciencia cierta la fuerza y las posibilidades que tiene el movimiento sindical en Costa Rica, sin el cual la historia laboral y social de este país sería muy diferente.
¡Qué viva el Primer de Mayo!