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El comienzo de 2011 marca no sólo el inicio de un nuevo año cronológico, sino el final de una etapa política y el inicio de otra, la que nos trazamos en el I Encuentro Nacional del MPU (agosto de 2005): el Partido Alternativa Popular, nuestro esfuerzo central del último lustro, concluye su etapa como partido en formación sin poder cumplir los antidemocráticos requerimientos del Código Electoral.

Aunque es innegable que hay continuidad, también lo es que hay un nuevo comienzo y, como tal, se requiere una reflexión conciente sobre dónde estamos y hacia a dónde queremos ir, para que no nos perdamos por el camino. De ahí la necesidad de este documento y del II Encuentro Nacional del Movimiento Popular Unificado (MPU).

La acción política que no esté fundamentada en un análisis de la realidad y orientada por un programa que salga de ella para transformarla, está condenada al movimientismo, es decir, andar corriendo para todos lados sin rumbo fijo y, lo que es peor, sin construcción organizativa. Como decía Lenin: “No hay práctica revolucionaria sin teoría revolucionaria, y viceversa”.

Situación internacional: crisis económica y confusión ideológica

Analizar la situación de cualquier país, en especial en este momento de la historia llamado de globalización neoliberal, requiere el marco general de la situación mundial. Porque ninguna nación define su situación interna de manera aislada, al menos desde el surgimiento del sistema capitalista en el siglo XV y XVI.

Nada caracteriza mejor el momento internacional de 2011 que la crisis económica del capitalismo, crisis que no es sólo financiera, sino estructural y sistémica. Crisis imposible de cerrar pese a todas las medidas tomadas por los países imperialistas. Crisis que cambia de vestido o lugares pero que en el fondo sigue siendo el mismo mal crónico que se mantiene y se extiende porque, como expresara Carlos Marx, el capitalismo esconde una contradicción básica entre la alta socialización de la producción y la cada vez menor apropiación privada de los beneficios.

Pese a la desaparición de la Unión Soviética y el llamado “campo socialista”, en 1990, con la consiguiente expansión del sistema capitalista esos países y China, el sistema sólo ve recurrentemente momentos de crisis: en América Latina, en el 94, el “efecto Tequila”; en 2000-01, la crisis de las “puntocom”; en 2007-08, la de las “hipotecas basura”; en 2010, la insolvencia financiera de estados como el griego, irlandés, español, junto a la crisis del “euro” y la “guerra de divisas”.

Detrás de esas denominaciones, la palabra crisis sólo significa incapacidad del sistema capitalista para funcionar de manera “normal”, es decir, acumular plusvalía de manera creciente explotando el trabajo salariado. Porque, no lo olvidemos ni por un segundo: el sistema capitalista es un sistema de explotación de clase, es decir, de explotación del trabajo en beneficio de una minoría. Explotación de la gente y de la naturaleza, el saqueo de naciones enteras, para beneficio privado un puñado de empresas.

Por ello, mientras las crisis significan para la clase trabajadora mayor sufrimiento y explotación (desempleo, bajos salarios, carestía y pobreza creciente), los períodos de prosperidad capitalista tampoco implican una mejoría significativa en su nivel de vida. Panamá es la prueba fehaciente, con un alto crecimiento económico (promediando el 7%), iniciado en 2004 y que dura hasta el presente, la clase trabajadora (entendiendo por ella a todos los asalariados) ha visto cómo pierde un tercio de su capacidad adquisitiva y el subempleo se mantiene más allá del 40% de la fuerza laboral.

Sin embargo, crisis no significa el final del sistema capitalista, ni que veremos su colapso y la instauración de una sociedad mejor, el socialismo, por la fuerza ciega de la economía. No, la transformación política y social que se requiere para superar los sufrimientos que el sistema capitalista está causando a la mayor parte de la humanidad y a la naturaleza, sólo se puede lograr con un esfuerzo consciente de la clase trabajadora. De lo contrario el sistema sigue y se recrea.

En ese sentido, la otra cara de la moneda es que vivimos en un mundo marcado por la gran confusión ideológica. La gente comprende o intuye que el sistema capitalista está mal, pero no sabe cómo y por qué cosa debe cambiarlo. Mientras que las generaciones que nos precedieron, hasta el 90, fueron capaces de emprender grandes gestas épicas (como las revoluciones rusa, china, cubana, vietnamita y superar dos guerras mundiales) con la convicción de que el socialismo debiera significar una economía racional al servicio de la gente, la generación actual carece de esa perspectiva porque sabe que algo fracasó en la URSS, que la economía cubana marcha mal, pero no está claro qué ni por qué.

En esta confusión ideológica reinante tienen responsabilidad, tanto los que fueron aduladores por conveniencia de los regímenes totalitarios y burocráticos de los partidos comunistas (stalinistas), como aquellos que aprovecharon para tirar las banderas del socialismo y reemplazarlas por un proyecto de reformas al sistema capitalista bajo diversos signos políticos, proyecto reformista reiteradamente fracasado con la socialdemocracia desde inicios del siglo XX.

Pero como la realidad es más rica que cualquier esquema, en América Latina, la lucha de las masas populares contra el capitalismo neoliberal de los 90, parió movimientos sociales y políticos nuevos, aunque ambivalentes: revolucionarios por cuanto confrontaron con la lucha al neoliberalismo, sus regímenes y gobiernos; pero reformistas en cuanto a sus objetivos políticos.

De ahí surgieron  Chávez, Evo, Correa, y el llamado “socialismo del siglo XXI”. Estos movimientos y sus gobiernos, si bien se mantienen en los cauces del sistema capitalista, en lo económico, y en la democracia burguesa, en lo político, han tenido su cara positiva en devolver a los explotados la confianza en sus propias fuerzas y su movilización, así como la esperanza de que su acción política puede crear “otro mundo posible”, distinto al capitalismo en su fase neoliberal.

Estamos, pues, en una fase intermedia, en la que la realidad dirá si la clase trabajadora latinoamericana se mantiene movilizada y profundizando estos procesos hacia el único camino posible, el socialismo (pero distinto al burocratismo stalinista, por eso gusta el concepto de “socialismo del siglo XXI”) o si se estanca y retrocede manteniéndose en el cauce capitalista. La crisis europea y la entrada en escena de la clase obrera de ese continente da para ser optimistas, y el optimismo es lo último que puede perder un revolucionario.

Sin la pretensión de que nuestra pequeña organización, desde este pequeño país de Centroamérica, tenga todas las respuestas que el momento histórico requiere, sostenemos la convicción de que el capitalismo ha fracasado, y fracasa todos los días, por ello luchamos por un sistema económico y social donde cese la explotación de clase y que se administre racionalmente a favor de la gente y la naturaleza: el socialismo.

En ese sentido, el socialismo no es sinónimo de economía estatizada (capitalismo de estado o socialismo de mercado) sino de poder de decisión político en manos de las mayorías: la clase trabajadora.

Panamá: crecimiento económico con empobrecimiento generalizado

Si algo ha caracterizado la década que concluye es la gran prosperidad capitalista con un el empobrecimiento generalizado del pueblo panameño. En Panamá, a los negocios y los empresarios no les ha podido ir mejor; pero a los asalariados y al pueblo en general, no les ha podido ir peor.

En esta década ha habido un alto crecimiento económico que promedia el 7% anual, con un salto del PIB anual desde cerca de 12 mil millones a cerca de 20 mil millones, una prosperidad de la ganancia capitalista evidente; pero el reverso es la precarización laboral de los trabajadores, 42% en la informalidad (desempleo encubierto) y otro 7% en el desempleo abierto; con 90 mil menores de edad obligados a trabajar; con una disminución de los salarios en el PIB, desde el 38% al 30%; una polarización de la riqueza entre la gente de mayor ingreso; un aumento de la canasta básica superior al 30%; todo lo cual ha derivado en un aumento de la inseguridad y la delincuencia.

Visto de conjunto el modelo económico sostenido a través de los gobiernos “democráticos” de la post invasión, tenemos que se han exacerbado los rasgos históricos que fomentan el subdesarrollo y la dependencia. La agricultura y la industria se siguen deteriorando a favor de del sector terciario (comercio y servicios). Los únicos cambios de énfasis han sido hacia la promoción del sector turismo y la minería (la que más afecta al medio ambiente, como la de cielo abierto).

El país ha perdido un tercio de la tierra cultivable, pasando a la dependencia total de las importaciones de alimentos, incluso en rubros claves como arroz y maíz. La industria sigue más raquítica que nunca con el agravante de que ha sido vendida a intereses extranjeros. La única industria que crece es la construcción, pero por ser  el refugio del capital financiero y el sector turismo asociado a intereses foráneos (“pro mundi beneficio”).

En fin, el país sigue siendo altamente dependiente del canal y las reexportaciones portuarias o vía la zona libre de Colón. Es decir, un modelo económico que fomenta poco empleo y de baja especialización (lo que implica bajos salarios). Para no mencionar tópicos que nadie cuestiona como el deterioro de los servicios de salud pública o de la educación nacional.

La experiencia demuestra que el modelo capitalista panameño ha fracasado desde el punto de vista de la calidad de vida de la mayoría de la población. Por lo cual, se requiere un verdadero cambio (pero no el de Martinelli) hacia un sistema económico que, partiendo de la nacionalización de sectores clave de la economía, como los servicios públicos (incluyendo telefonía, electricidad y combustibles), así como un canal realmente al servicio del desarrollo nacional, fomente el empleo fortaleciendo la agricultura (garantizando la seguridad alimentaria) y la industria nacionales, priorizando la educación y la salud públicas.

Un régimen político oligárquico y antidemocrático

Este retroceso en la calidad de vida del pueblo y la clase trabajadora ha sido posible por un ataque sistemático a las conquistas sociales y a los derechos adquiridos en los 30 años anteriores, lo que se conoce como modelo neoliberal, en el cual han sido partícipes todos los gobiernos de la “era democrática” impuesta por la cruenta invasión norteamericana de 1989.

Todas las reformas lanzadas por los gobiernos del Panameñismo, PRD y Cambio Democrático, desde el Código de Trabajo a la Caja de Seguro Social no son más que recortes a derechos adquiridos y saqueo privado de las arcas públicas.

Para poder ejecutar estas medidas impopulares, el imperialismo norteamericano impuso en 1990 un régimen político que, con apariencia democrática (elecciones cada cinco años), es en realidad una plutocracia (un gobierno de los ricos) en la que se alternan los mismos políticos y sus partidos al servicio de la oligarquía que en verdad gobierna.

Para ello han impuesto un Código Electoral restrictivo que impide el surgimiento de reales opciones de cambio, impidiendo el surgimiento de partidos políticos no sólo de la clase trabajadora, sino incluso provenientes de las capas medias de la sociedad. Bajo una apariencia de “alternabilidad democrática”, en realidad la ciudadanía sólo puede elegir en un menú cerrado de candidatos millonarios o financiados por ellos, con campañas electorales multimillonarias, que sirven para el clientelismo político, es decir, la compra descarada de votos.

El propio Tribunal Electoral reconoce esta situación al admitir que, en la elección presidencial de 2009, el Sr. Martinelli gastó de fuentes privadas más de 19 millones de balboas, mientras que la Sra. Balbina Herrera reconoció gastos por mas de 9 millones, para no mencionar gastos en campañas a diputados y alcaldes que oscilaban entre los 100 mil y el millón de balboas.

Pero el engaño funciona porque la mayor parte de la ciudadanía cree vivir bajo un régimen democrático y porque está presa de la lógica impuesta por el sistema de gobierno burgués/oposición burguesa. Es decir, cuando la ciudadanía se decepciona del gobierno imperante, su descontento es canalizado y neutralizado hacia el partido burgués opositor de turno, creyendo que así vendrá el cambio que tanto anhela.

Hasta 2005, ayudó a que esa lógica burguesa se impusiera la ausencia de una alternativa político electoral popular, antiimperialista, antineoliberal y bolivariana. Las dirigencias sindicales fueron cómplices de esta situación por acción u omisión. Unos porque crean la falsa expectativa que el PRD y el “torrijismo” representan los intereses de los explotados; otros porque se contentan con la lucha social negándose a una lucha en el plano político con el falso argumento de que “las condiciones no están dadas”.

La urgencia de un partido alternativo de los trabajadores y el pueblo

Sin embargo hay síntomas que permiten avizorar una ruptura creciente de sectores de la ciudadanía con el régimen político. Mucho de ese descontento fue canalizado por la campaña electoral del empresario Ricardo Martinelli, en 2009, ante la ausencia de una alternativa política de los sectores populares con participación concreta en los comicios.

Para subsanar parcialmente este déficit, tanto el PAP como ULIP, lanzamos la idea del candidato presidencial por libre postulación, con la reconocida figura del Prof. Juan Jované. Lo cual ayudó a crear un referente y educar a sectores significativos del pueblo en la necesidad de una alternativa popular frente a los candidatos de la oligarquía. Ese fue un paso, pequeño, pero importante.

Para ayudar al proceso de conformación de una alternativa política popular, y como parte de la educación política que requieren los trabajadores panameños, hacia una toma de conciencia de clase (“para sí”), el I Encuentro Nacional del Movimiento Popular Unificado lanzó la urgencia de construir un partido electoral de los trabajadores y el pueblo que se erigiera como alternativa a los partidos de la burguesía plutocrática. En confluencia con otras fuerzas políticas, y luego de un largo debate, nació en 2006 el Partido Alternativa Popular.

El Partido Alternativa Popular marcó un hito histórico en Panamá, en varios sentidos: fue la primera ocasión, desde 1984, en que se constituyó un partido político electoral de izquierdas con reconocimiento legal; ese esfuerzo se logró con un método democrático y de consenso que permitió la unidad de sectores de la izquierda panameña; abrió una trocha en la maraña tramposa del Código Electoral, demostrando que sí es posible hacer la lucha política a los partidos de la oligarquía en ese terreno y no sólo en la lucha social; finalmente, el PAP se convirtió en un referente político organizativo para un sector de la vanguardia popular y su sigla empezó a ser reconocida por algunos sectores de las masas.

El éxito del Partido Alternativa Popular fue tal que, incluso sectores organizados del movimiento popular y social que hasta el 2009 nos criticaban, como la dirigencia de SUNTRACS-FRENADESO, se han decido  a seguir nuestros pasos e iniciar la inscripción un “instrumento político”. Desde el MPU-PAP saludamos esa iniciativa porque es correcta y necesaria.

El Partido Alternativa Popular logró una importante victoria política al sobrepasar los 5,000 adherentes a nivel nacional y constituir equipos de trabajo en todas las provincias. Aunque esa cifra, que es suficiente para ser reconocidos como partido legalmente constituido en el 90% de los países de América Latina, en Panamá con su Código Electoral antidemocrático, es insuficiente para sostenerse como partido en formación. En ese sentido podemos afirmar que el PAP no ha fracasado, sino que los obstáculos que impone el régimen oligárquico requieren condiciones de movilización y unidad todavía mayores, que lamentablemente no se han dado.

Contrario a lo que afirman algunos, que se negaban a constituir un partido en 2005-06, alegando que las “condiciones no estaban dadas”, y que dicen que ahora “sí están dadas”, el problema es que en 2005 se vivió la mayor lucha social en 20 años, en defensa de la Caja de Seguros Social. Ese año la ruptura en la conciencia de las masas  con el régimen y sus partidos tal que, si la dirigencia de FRENADESO hubiera asumido la tarea, en pocos meses habría conseguido superar las firmas que exige el Código Electoral.

De entonces a acá, la lucha de clases ha venido a menos, lo cual es evidente en las calles, en las luchas y en el vaciamiento de muchos organismos. La explosión de Changuinola contra la Ley Chorizo de julio pasado fue demasiado sectorizada y no tuvo continuidad como para cambiar el signo del momento político. Por ello, ahora hay condiciones mucho más difíciles que en 2005 para inscribir un partido popular y de izquierdas.

Pero, pese a las dificultades, sigue siendo una necesidad urgente y sigue siendo posible construir ese instrumento político electoral que movilice a las masas en ese plano para enfrentar y derrotar al régimen oligárquico y abrir mayores espacios de democracia directa y participativa. La tarea sigue planteada.

¿Qué hacer?

En primer lugar, junto con las fuerzas políticas y sindicales que así lo comprendan, el Movimiento Popular Unificado (MPU) se compromete a sostener al Partido Alternativa Popular, al margen de su reconocimiento legal o no, como un referente político y orgánico con el programa de transformaciones que requiere la sociedad panameña. El PAP y su Comité Ejecutivo (con todas sus debilidades) expresa una realidad cualitativamente superior a la suma de sus partes.

En segundo lugar, el MPU sostiene su compromiso histórico con el movimiento social y sindical panameño, priorizando la unidad popular desde las filas de la Unidad de Lucha Integral del Pueblo (ULIP). Construida con un método democrático y sin exclusiones, la ULIP ha ido creciendo en prestigio y fuerza en el largo proceso de la lucha de clases nacional.

El MPU participa del PAP y ULIP como un componente que levanta un programa socialista porque las transformaciones que Panamá y América Latina requieren, van muchos más allá del marco estrecho de la democracia burguesa.

La misión fundamental del MPU consiste en ayudar al movimiento obrero y popular a racionalizar el proceso político desde la perspectiva de sus intereses de clase. En ese sentido, debemos fortalecer orgánicamente al MPU enfatizando la educación política de la vanguardia para que asuma el reto de las tareas históricas que tiene planteadas. Esa es la debilidad más grande de las organizaciones de izquierda panameñas, que se caracterizan por ser revolucionarias en la acción, pero confusas en el programa y la ideología.

Para ese objetivo, la educación socialista, nos proponemos sostener y mejorar la edición del periódico Voz Popular y, en la medida de lo posible, una revista política de propaganda de mayor peso.

Respecto a la lucha político electoral, lo importante a tener siempre presente es que, desde nuestra perspectiva, que es la de la tradición marxista, hay dos factores decisivos, uno de principios y otro táctico.

Lo de principios es que utilizamos las elecciones para crear conciencia política de clase (lo que El Manifiesto comunista llama “conciencia para sí”) promoviendo la independencia política de la clase trabajadora respecto a los partidos de la burguesía y educando en la necesidad de su propio partido.

Por eso no nos interesa cualquier acuerdo electoral, sino los acuerdos  que sirven a este objetivo. No promovemos campañas oportunistas bajo diversos disfraces políticos “porque el objetivo es ganar”. Eso no sirve para nada y le claudica al régimen político burgués.

Lo táctico es la forma como usamos las elecciones para promover el principio de la independencia de clase. Aquí el asunto dependen de las condiciones específicas del momento y puede oscilar desde el llamado voto nulo o blanco (como hemos hecho en estos 20 años) a la participación con un partido o candidatos propios (lo mejor y a lo que aspiramos).

En este sentido, hacia 2014, en el horizonte se avizoran dos o tres caminos posibles:

El primero, y más improbable, es que una crisis mayor del régimen político permita una apertura que de pie a una nueva legalización del PAP. Es improbable, mientras no haya un estallido popular, ya que la burguesía panameña y sus partidos, acaba de demostrar en la Comisión de Reformas Electorales su poca voluntad de apertura con reformas que faciliten la participación electoral de sectores populares.

La segunda y más probable, es que utilicemos la conquista (del PAP y ULIP) de la libre postulación presidencial, aprovechando el gran reconocimiento público alcanzado por la figura del Prof. Jované, para abrir por ahí un canal de participación. Esta opción tiene una cara positiva, por cuanto rápidamente puede sumar sectores diversos que confluyan a ella; y una cara negativa dada por quienes juegan a “independientes” para no comprometerse en un esfuerzo programático y partidario, que es el que se requiere y por el cual luchamos.

La tercera, difícil pero que no descartamos a priori, es que se llegue a un gran acuerdo que abarque todo el espectro popular, incluso al partido que ha anunciado FRENADESO. Decimos que es difícil porque los compañeros mantienen una perspectiva sectaria que no busca la confluencia de fuerzas populares, sino a la hegemonía exclusiva de su organización. Sin embargo, como nosotros no somos sectarios, preferimos dejar la puerta abierta, aunque con pocas expectativas.

Panamá, enero de 2011.

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