Por Olmedo Beluche
El director, productor y actor salvadoreño panameño, Norman Douglas, ha presentado en la ciudad de Panamá, el 21 de febrero último, la obra de Howard Zinn, “Marx en el Soho”. Con esta puesta en escena Norman alcanza las ochenta y tantas desde que arribara a nuestro país a inicios de los años 80, en medio de la cruenta guerra que desangraba a su país natal, siempre fiel a su estilo de proponernos un teatro que nos hace pensar y que huye del facilismo comercial que impera nuestro medio.
Con ella cierra un ciclo, según dice, que se inició en la Universidad de Panamá y por eso vuelve a ella. Aunque le hemos objetado el auditorio escogido, el “José D. Moscote”, demasiado grande (300 butacas) para la pobreza cultural que junto a la económica nos mantienen sumergidos en la apatía generalizada.
Pero el tamaño del auditorio sin duda es un reflejo del compromiso siempre optimista que impulsa a Norman Douglas por llevar a este controvertido personaje (dado por muerto a fines del siglo pasado y que hoy renace entre tantas revoluciones y revueltas, desde el Medio Orienta hasta América Latina) cerca de la nueva generación de jóvenes luchadores panameños, para vinculen una práctica revolucionaria a una teoría revolucionaria, como proponía Lenin.
La obra consiste en un largo monólogo de casi hora y media de duración en el que Marx, actuado brillantemente por Norman (hasta se le parece tanto que, si no es por la barba postiza creeríamos que es cierto que ha resucitado el “Moro”) en el que esta figura insigne del movimiento obrero mundial es presentada en sus múltiples facetas humanas y los más importante de sus aportes teóricos.
A veces una obra literaria o artística puede enseñar mucho más que cien libros de texto, y éste es uno de esos casos. Allí, a unos pasos del espectador, aparecen los aspectos biográficos más relevantes del fundador del materialismo histórico, con todos los dilemas personales que le agobiaron, sus alegrías e infelicidades. Por si fuera poco lo anterior, este retorno de Marx nos permite apreciar lo más importante de sus debates políticos y teóricos, incluso sus confrontaciones con Bakunin, su alter ego y encarnación del anarquismo del siglo XIX, por quien, evidentemente, Norman deja escapar un dejo de simpatía.
Todo desarrollado de manera sencilla y amena, jocosa por momentos, sin mucha parafernalia, salvo la barba postiza de Norman. Un ojo experto tal vez podría criticar algunos elementos técnicos, pero mi impresión y la de la mayoría de los que asistimos al estreno fue la de salir con renovados afectos hacia el histórico personaje, un compromiso moral en la lucha por el socialismo y, como no, cavilando sobre algunas pullas que Norman hábilmente soltó contra quienes nos llamamos “marxistas”, cosa que Marx nunca fue.
Tal vez no ha habido un mejor telón de fondo para el estreno de esta obra: una crisis económica del capitalismo global; la revolución árabe en todo su esplendor, a pocos días de las sublevaciones de Túnez, Egipto, Bahrein y sonando los tiros en Libia; y la revuelta de los indígenas panameños contra el Código Minero del reaccionario gobierno de Ricardo Martinelli.
Sólo queda exhortar a activistas y organizaciones, al igual que a los docentes de Ciencias Sociales, animarse a invitar a Norman Douglas a presentarles en otros escenarios a este Marx resurrecto, que el teatro también puede ser otra forma de la lucha política.