Por Joseph Manuel A. Herrera

Al cierre de esta edición han pasado casi tres mneses desde que el médico Li Wenliang, junto a su equipo alertaran a las autoridades chinas del posible brote de neumonía de 7 pacientes causado por un coronavirus nuevo, el que ahora conocemos como gripe de Whuhan o internacionalmente catalogado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), como el COVID-19, provocado por el virus SARS-CoV-2.

El propio Li Wenliang se topó con la aberrante naturaleza de la burocracia China, llegando a ser amenazado por las autoridades de ser encarcelado o deportado a un campo de trabajo por provocar el pánico social. Hace un mes murió Li Wenliang derivado de las complicaciones del COVID-19; se han contagiado desde entonces más de 110 mil personas en todo el mundo, muriendo unas 3.826 y curándose 62.074 de estas.

En el mundo el porcentaje de mortalidad de la enfermedad es mucho menor a la registrada en el epicentro de la epidemia en la ciudad en cuarentena de Whuhan, capital de la provincia de Hubei, la más importante de la China central; la mortalidad en estas fechas ha descendido en otros territorios de la China continental, registrándose menos contagios y muertes por el virus diariamente en relación al cenit más alto del contagio entre finales de enero y mediados de febrero.

En cambio en lugares como Japón, Corea del Sur, Irán, Estados Unidos y la vieja Europa el porcentaje se sigue disparado, y países como Italia presentan ya una crisis sanitaria sin precedentes, obligando a las autoridades a establecer una fuerte cuarentena en el norte del país, más precisamente en la Lombardía, con una población y concentración demográfica equiparable a la de Wuhan, región desde donde ha saltado el virus a otros países de la Unión Europea.

La OMS por su parte sigue plantada en la confusión propia de no declarar la epidemia de COVID-19 una pandemia, que ya tiene en crisis sanitaria a más de una veintena de países y casos confirmados en más de cien; dicha declaración podría acelerar la rápida caída que registran los precios del petróleo al verse el mayor importador de mundo –China– con una economía parcialmente paralizada.

Así también profundizaría la caída libre de las bolsas de valores más importantes del mundo, caídas que se registran desde la semana pasada y que hace que este inicio de semana sea llamado LUNES NEGRO, reconociendo la caída más estrepitosa del mercado bursátil desde la crisis financiera desencadenada por la burbuja crediticia de las hipotecas en 2008.

Los magnates “comunistas” chinos: una cuarentena masiva y un hospital exprés

Occidente volvió la mirada plagada de prejuicios a China, hablando de ella y de sus más de 1,500 millones de habitantes como pobladores de Marte, acostumbrados a los ojos foráneos a comer cualquier animal rastrero, silvestre o exótico, incluso justificando el virus como un castigo divino contra un pueblo sin dios.

La xenofobia y el miedo al asiático se revivió en todo el mundo, incluso con impresionantes demostraciones de odio en los países desarrollados e industrializados. El virus ha manifestado la barbarie de la tribu que subyace en el ADN de los ciudadanos de Estados Unidos y Europa, cuando en buses, metros, plazas y parques han agredidos a sus propios compatriotas con la única excusa de sus rasgos asiáticos. El occidente capitalista y sus mayores agitadores en la prensa y la televisión de masas aprovecharon el momento para desdeñar a la dictadura de los magnates rojos que gobiernan el barbárico país de los hunos.

En los primeros momentos del virus, reconocido ya como epidemia por las autoridades chinas, se denunció en los medios occidentales la draconiana cuarentena que decretó la burocracia del Partido Comunista Chino (PCCH) para la zona de Wuhan, una ciudad de más de 40 millones de habitantes que quedaba aislada así del mundo –algo sin precedentes en la historia–, como una aberración que solo podía ser llevada adelante por una dictadura tenebrosa, como la que dirige los grandes talleres que fabrican la gran mayoría mercancías de la cadena de suministros que provee al mundo globalizado.

Los dirigentes chinos han restado aire a las críticas al interior del propio país donde la cuarentena y las medidas autoritarias para combatir el brote han derivado en conatos de revuelta y de ira de los ciudadanos a lo largo y ancho del territorio continental; la población ha acusado a la burocracia por sus amenazas y su inactividad cuando Li Wenliang advirtió de la epidemia a finales del 2019 y las autoridades solo pudieron ofrecerle la promesa siempre latente de la prisión o la horca, ante el miedo económico que generaría el cierre de las miles y miles de fábricas en China.

Ese miedo es ya una realidad; la economía China, motor industrial del mundo está parcialmente detenida, así como el comercio que ésta tiene con el mundo globalizado capitalista, del que es su mayor producto a costa de la propia libertad de los chinos, que viven estos días una suerte de neo-feudalismo donde son los trabajadores los que sufren la enfermedad y la arbitrariedad de la burocracia, incluso dándose casos donde los trabajadores han sido reducidos a cuarentena en las fábricas donde laboran, volviéndose en los hechos siervos la gleba moderna condenados a sufrir y morir de coronavirus en sus puestos de trabajo, mientras los ricos dirigentes del Partido se previenen con lujosas alternativas a la cuarentena.

Otro de los métodos de la burocracia del partido que se ha beneficiado de la explotación extensiva del trabajador chino llevándolo a un nuevo régimen neo-feudal, fue publicitar mundialmente la erección en tiempo record de un colosal hospital para tratar a los infectados de la zona de Wuhan.

Si bien es cierto que la construcción acelerada del hospital vuelve a mostrar los beneficios incontestables de la ECONOMÍA PLANIFICADA, así como el sacrificio heroico de los miles de trabajadores que de manera sobrenatural trabajaron en jornadas extendidas y agotadoras al servicio del propio pueblo chino, también es cierto que el virus no se hubiera propagado tan rápidamente y por lo tanto la necesidad del mega hospital estaría descartada, si la propia burocracia china hubiera hecho caso a los llamados de alerta de los trabajadores de la salud y no solo a sus ansias incontrolables por seguir acumulando riquezas a costa de la supervivencia de miles de ciudadanos chinos, demostrando una vez más el carácter retardatario y restrictivo que produce la burocracia como del capitalismo de Estado chino.

Des-globalización y un nuevo hundimiento económico

En medio de una crisis sanitaria mundial, las potencias imperialistas vuelven a mostrar los dientes. Poco duró la buena voluntad del Presidente de los Estados Unidos Donald Trump al firmar un acuerdo comercial que zanjara momentáneamente la guerra comercial entre su país y China, para que este último pudiera dedicarse a combatir el brote de COVID-19.

La draconiana cuarentena no ha podido detener la desaceleración de las maquinas en China y el virus hoy, ha vuelto a demostrar las frágiles bases en que descansa la globalización capitalista y el orden burgués en el mundo; el alto parcial de la industria China ha hecho caer el precio internacional del crudo, pues el más importante importador de petróleo está pasando por horas oscuras.

La Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) presidida por Arabia Saudita se reunió primero para acordar la regulación de la producción, para evitar seguir inundando el mercado de crudo cuando los precios continúan bajando, teniendo una oferta que no corresponde a la demanda del mercado por el momento. Se volvió a citar entonces la OPEP, invitando esta vez al más grande productor que no forma parte de la organización, Rusia.

Esta reunión se saldó en las últimas horas con la negativa de Rusia de bajar la oferta de crudo que inyecta al mercado, los Saudís no pudieron dejar de lado este agravio que en las últimas horas ha llevado a la monarquía del Golfo Pérsico a iniciar una brutal guerra comercial contra la negativa de Rusia, guerra que seguirá bajando a sus mínimos históricos los precios del petróleo.

Por su parte Rusia no detendrá su producción petrolera, pues mientras el mundo sufre el COVID-19, los oligarcas rusos no ven mejor momento para destruir a sus rivales norteamericanos, cuyo negocio del crudo de esquisto, producido por el Fraking –mucho más caro, que la explotación tradicional– y quedarán rápidamente fuera del mercado ante la caída libre de los precios del oro negro.

La inseguridad que genera en los inversores el futuro que depara las siguientes semanas, ante la creciente infección de COVID-19 en todo el mundo, el cierre parcial de la industria China que hace que ahora las potentes economías desarrolladas tengan quebrada actualmente la cadena de suministros que depende casi en su totalidad de la producción china, así como la nueva guerra comercial entre la OPEP y Rusia, augura que la caída de más del 50% del valor de las acciones de las diferentes bolsas financieras del mundo, pueda llevarnos de una resección prolongada a una profunda crisis, que reducirá a juego de niños la ya sufrida en 2008-2009, de la cual la economía mundial recién empezaba a recuperarse.

El orden capitalista descansa en bases efímeras

Dos meses de COVID-19 han refractado las bondades anunciadas por los panfletistas del capitalismo. Son los propios defensores de la globalización capitalista los primeros que ante el miedo sanitario han llamado a cerrar los mercados, a restringir las rutas comerciales y fronterizas. Dos meses son los que han hecho temblar a la burguesía, que en lugares como Estados Unidos no han parado de imprimir dinero sin ningún respaldo para menguar artificialmente la inseguridad financiera de la bolsa de Nueva York. Solo los días podrán ir demostrando la incapacidad de la clase dirigente mundial para hacerle frente coherentemente a una crisis sanitaria internacional.

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