Por Orson Mojica
La filmación del brutal asesinato por asfixia del negro George Floyd, a manos de un policía blanco, ha conmocionado a Estados Unidos y ha tenido repercusiones en el resto del mundo. No es la primera vez que ocurren este tipo de acontecimientos en ese país, plagado de abusos y violencia policiales contra sus indefensos ciudadanos.
El antecedente más inmediato ocurrió en 1992. Un video aficionado demostró que una patrulla policial en Los Ángeles, California, propinó una salvaje e injusta paliza al negro Rodney King. Los policías blancos fueron llevados a juicio, pero un jurado compuesto por blancos los absolvió, provocando una enorme rebelión de negros y de otras minorías, que dejo un total de 63 muertos y más de 2,000 heridos.
La gran diferencia entre 1992 y las actuales movilizaciones de protesta contra el asesinato de Floyd, es que están ocurriendo en el contexto de la recesión económica y la pandemia, convirtiéndose en la chispa que hizo explotar el enorme descontento social acumulado en Estados Unidos.
Para entender el alcance masivo de las protestas, tenemos que repasar, aunque sea rápidamente, la situación previa al asesinato de Floyd.
Arraigadas tradiciones racistas
El racismo es un problema histórico en Estados Unidos, forma parte de la cultura de ese territorio colonizado por blancos europeos, donde hubo poco mestizaje. Los colonos blancos aniquilaron a la población aborigen e importaron esclavos negros para realizar los trabajos mas duros en la agricultura.
El final de la guerra civil en 1865 no terminó con el racismo. La aprobación de la décimo tercera enmienda de la Constitución de Estados Unidos abolió formalmente la esclavitud, pero fue hasta la aprobación de la decimocuarta enmienda, en 1868, que estableció la igualdad de los ciudadanos ante la ley, al menos en el papel.
No obstante, en cada uno de los Estados se aprobaron leyes discriminatorias contra los negros, las que permanecieron vigentes un siglo más. El supremacismo blanco se convirtió en la ideología, discurso y actuaciones de las clases dominantes, que necesitaban oprimir y mantener bajo control a los trabajadores inmigrantes o de “color” provenientes de distintas partes del mundo. El racismo dominante sufrió un duro revés, aunque no desapareció, con las grandes movilizaciones por los derechos civiles en 1964. Se logró terminar con el apartheid y se establecieron mayores condiciones de igualdad.
Trump y el supremacismo blanco
Barack Obama ascendió a la presidencia de Estados Unidos (2009-2017) por que logró canalizar electoralmente el descontento social surgido por la crisis financiera del año 2008, especialmente de los jóvenes. Al no realizar los cambios que prometió en sus dos campañas, se produjo una enorme decepción y un contra fenómeno político derechista: el ascenso fulgurante del multimillonario Donald Trump.
En una pelea sin precedentes, Trump derrotó a todos sus competidores dentro del Partido Republicano, y ganó la mayoría de los colegios electorales en noviembre del año 2016, con un discurso visceral contra la inmigración, que resucitaba el tradicional racismo y la superioridad de la raza blanca de Estados Unidos. Y es que en las últimas décadas el crecimiento poblacional de las minorías, amenaza con convertir en minoría a los norteamericanos blancos de ascendencia europea.
El espejismo de la reforma tributaria de Trump
A pesar de su personalidad errática, Donald Trump representa y defiende los intereses de los grandes monopolios imperialistas. Logró engatusar a la clase trabajadora norteamericana, al prometer el regreso de los puestos de trabajo que se fueron a China, algo que no ocurrió.
La política económica de Trump no ha sido populista, sino clásicamente neoliberal: reducir impuestos a las grandes transnacionales, para que estas garanticen algún nivel de empleo. Estados Unidos es uno de los tres países con mas alta tasa de impuestos a las ganancias de las corporaciones: 35%. Con los impuestos de cada Estado llega casi al 39%. Pero cuando se incluyen las exenciones o beneficios fiscales, esa tasa se reduce al 27%. Las corporaciones se las ingenian para no pagar impuestos. Una forma de evadir al tío Sam, es trasladando sus cuentas a sus filiales al extranjero.
La reforma tributaria de Trump del año 2018, contempló reducir los impuestos a las ganancias hasta un 21%, también incluía recortes de impuestos para la clase media y familias de bajos ingresos. Trump se ufanaba que, gracias a los recortes de impuestos, unos 5 millones de trabajadores habían obtenido un aumento de salarios. Pero estos son una pequeña minoría en relación a la creciente pobreza de los trabajadores norteamericanos. Trump nunca mencionó que la reducción de impuestos a los ricos, aumentaría la deuda fiscal y, por lo tanto, la deuda interna de Estados Unidos en unos 1.4 billones de dólares en la próxima década, afectando visiblemente los gastos sociales, especialmente salud y educación.
Los estímulos fiscales a las grandes corporaciones, ayudaron a bajar la tasa de desempleo. Cuando asumió la presidencia en 2017, la tasa de desempleo andaba por el 4,8%. Para marzo de 2019, producto de la reforma tributaria, había bajado a 3,8%, cifras que los economistas consideran “pleno empleo”. No obstante, en este periodo, aumentó globalmente la pobreza y endeudamiento de la clase media, debido a que la mayoría de los trabajadores no recibieron aumento de salarios. El aumento de la productividad en Estados Unidos es inversamente proporcional al ingreso de los trabajadores.
Trump había prometido un crecimiento económico superior al 3% del PIB en su mandato, pero no lo logró: en 2017 el PIB creció 2,4%, en 2018 fue de 2,9% y en 2019 fue de 2,3%. El PIB per cápita fue 1,5% en 2017, 0,2% en 2018 y subió a 9,8% en 2019, probablemente por efecto el efecto desigual de la reforma tributaria que beneficia a la clase media alta, base social del trumpismo.
Este relativo bienestar de la economía, era la carta principal de Trump para obtener la reelección en noviembre del 2020, pero hubo un hecho inesperado que cambió todo el panorama económico y político en Estados Unidos: la pandemia del coronavirus y las repuestas erráticas de Donald Trump.
Pandemia y recesión económica general
La crisis económica que estaba oculta, y era maquillada por las políticas monetarias de la FED y la reforma tributaria de Trump, de pronto mostró toda su crudeza ante el embate del microscópico coronavirus
Al inicio Trump minimizó las posibilidades de contagio, refiriéndose burlonamente al virus chino de Wuhan, afirmaba que era una simple gripe, y que con el verano se disolvería el peligro. Las fanfarronadas de Trump impidieron que Estados Unidos se blindara contra el contagio masivo. Fueron los gobernadores de los Estados más poblados, California y New York, quienes comenzaron a tomar medidas de emergencia para contener la propagación del virus.
El resultado ha sido calamitoso para el pueblo norteamericano: Estados Unidos supera los 2 millones de contagios, y los 115,000 muertos por la pandemia. El centro de la pandemia, ya no es China, sino Estados Unidos. La pandemia desnudó un sistema de salud publica privatizado, incapaz de responder a las urgencias que provoca el coronavirus
Los efectos sobre la otrora economía más poderosa del mundo fueron catastróficos. Los economistas advierten que la caída en el PIB será de un 20% o 30% para el segundo trimestre de 2020, la caída más grave en un siglo, peor que la gran recesión de 1929.
Trump se vio obligado a cambiar su política económica neoliberal, y desde el estado intervino para regular la crisis económica. Desde el Congreso, en un acuerdo bipartidista, el Estado federal aprobó millonarios planes de rescate, ayuda financiera a empresas y subsidios directos a los trabajadores. Si no hubiera mitigado la crisis con miles de millones de dólares, Estados Unidos estaría siendo sacudido actualmente por una rebelión masiva de los trabajadores.
Para abril de 2020, mas de 40 millones de personas habían solicitado ayuda estatal para desempleados. La tasa oficial de desempleo llego hasta 14,7%, pero en mayo descendió un poco, hasta 13,3% lo que significo un repunte del empleo en la medida que muchos de los Estados reabrían sus economías. Pero estas fluctuaciones en el empleo no indican que la recesión pasará pronto. Al contrario, los economistas han elaborado los pronósticos mas oscuros para la economía mundial.
Creciente radicalización de jóvenes y trabajadores
Desde las internas y la campaña electoral del año 2016, la precandidatura de Bernie Sander reflejó un fenómeno de radicalización de la juventud, que llevó a Barack Obama a la presidencia.
Bajo su administración, se produjo el estallido juvenil del movimiento “Ocuppy Wall Street “ en el año 2011, el que no fue masivo pero simbólico de los cambios que ocurren en la conciencia de los jóvenes norteamericanos. Esta corriente de jóvenes a la izquierda volvió a apoyar la precandidatura de Sander en el año 2019
Así como Trump refleja a la clase media y un sector de trabajadores blancos, también existen otros sectores que luchan por defender y ampliar los derechos civiles y democráticos, en una creciente polarización política y social
El asesinato que cambió a Estados Unidos
El asesinato de Floyd ha sido la chispa que ha encendido la pradera estadounidense. La crisis económica se agudizó con la pandemia, y el rechazo pasivo a las políticas económicas y tributarias de Trump, hizo explotar a los jóvenes por el punto más sensible: la lucha contra el racismo.
Al inicio, las primeras marchas eran de jóvenes negros, pero estas marchas se fueron nutriendo de personas de diferentes razas, participaban blancos, negros, latinos y de otras minorías, todos repudiando el racismo pregonado por Trump, a quien consideran el inspirador intelectual de ese tipo de asesinatos.
En las principales ciudades de Estados Unidos se produjo una oleada de marchas espontaneas de decena de miles de personas, que perdieron el miedo al coronavirus y con mascarillas, pero sin guardar el distanciamiento social, marcharon una y otra vez, produciendo un conjunto de movilizaciones en defensa de los derechos civiles que fueron conquistados con las enormes movilizaciones de negros en 1964.
La importancia de estas marchas reside en que son multirraciales y se han dirigido contra los aparatos policiales de los Estados, pero también contra la administración de Donald Trump.
La marcha que llegó hasta la Casa Blanca y que fue reprimida con gases, es sintomática del estado de animo de las masas populares en Estados Unidos. Al comienzo de las movilizaciones se produjeron saqueos, que reflejan el odio contra el racismo, pero posteriormente las marchas fueron mas ordenadas y la policía tuvo que retroceder, y en algunos Estados hasta se sumaron a las marchas.
El Partido Demócrata quiere pescar en rio revuelto
Las protestas contra la violencia policial han provocado un deterioro político mayor de la administración Trump. Alas del partido republicano se han visto obligados a manifestar su apoyo a las protestas. Trump ha comenzado a descender en las encuestas. El mal manejo de la pandemia le está pasando factura.
Joe Biden, virtual candidato del Partido Demócrata, trata de vender su imagen de político moderado para aprovechar el momento, postulándose como posible sucesor de Trump, pero sin asustar a la clase media blanca, y como gran defensor de los derechos civiles. No confiamos en el Partido Demócrata. Muchas cosas van a cambiar por que los jóvenes y los trabajadores han comenzado a movilizarse. Solo en ellos confiamos.