Medio Oriente


Por Nicolas Le Brun

Uno de los argumentos de la izquierda reformista y neo estalinista, es que El Assad es un bastión de la resistencia en contra del imperialismo yanqui y de la UE. Otro de los argumentos esbozados es la amplitud del régimen de Damasco, como un valor agregado para apoyarlo.

Siria, un gendarme del imperialismo en la región

A mediados de los años setenta, el régimen sirio, del papá El Assad, invadió el Líbano con un doble propósito.

En primer lugar, el acuerdo que diseño el mapa del Medio Oriente, dividió los restos del antiguo imperio Otomano en varias “parcelas” controladas por las potencias vencedoras de la primera Gran Guerra. El Líbano fue dejado por fuera del nuevo estado sirio como un reconocimiento a los maronitas libaneses y como una forma para el imperialismo francés de asegurar sus espaldas. Durante la invasión de 1976, uno de los argumentos fue el de la “unificación “ de la gran Siria. Pero lejos de esta argumentación, el objetivo sirio era de contener el avance del MNL (Movimiento Nacional Libanés), movimiento nacionalista pequeño burgués pero que ponía en cuestión no solo al régimen libanés, sino al régimen sirio. Por otro lado, la presencia palestina en el Líbano, era motivo de preocupación para el régimen sirio. Los dos movimientos juntos eran un factor que podía impulsar la revolución dentro del área y de las fronteras sirias. La intervención siria se dio con el beneplácito de la Liga Árabe, que le dio su mandato y del imperialismo yanqui que vio una oportunidad para que los sirios hicieran su labor de gendarme en un sector del país. Los sionistas por su lado también invadieron el país, para apoyar a las milicias falangistas que ejecutaron una de las masacres más sangrientas, la de los campos de Sabrah y Chatilla. Las fuerzas sionistas se fueron retirando y la hegemonía siria se fue consolidando hasta su salida del territorio libanés en el 2005, luego de la guerra del Golfo. Eso no impidió dos hechos remarcables, el primero fue el bombardeo de los campos de refugiados palestinos por parte de la aviación siria y luego de la creación bajo el padrinazgo del régimen de El Assad y del régimen de los Ayatolas, de la fuerza militar chiita, el Hezbollah o partido de dios. Estos últimos combaten desde hace tres años al lado del gobierno. En un principio solo contaban con el apoyo de los sectores chiíes pero luego el apoyo se fue ampliando, llegando incluso a obtener el de los sectores suníes y cristianos de la sociedad libanesa que ven en El Assad un garante de la estabilidad regional.

Esto no es obra de la casualidad, el polo Teherán-Damasco-Moscú no es un polo revolucionario, ni mucho menos, es todo lo contrario.

Durante décadas la autoridad del Hezbollah, ha sido utilizada para la reconstrucción del país sobre un modelo neo-liberal, un proyecto burgués nacionalista que aspira a consolidarse como clase y de pesar en el concierto regional.

Es este sentido el aliado fundamentalista del que nadie habla durante estos análisis de la teoría de la conspiración es un viejo conocido y también aliado de Teherán, que ha jugado un rol progresista cuando ha combatido las invasiones sionistas en el Sur del Líbano. Fuera de eso, es una camisa de fuerza en contra de las aspiraciones de las masas.

La primavera árabe abrió las puertas a la revolución

Durante la primera guerra del Golfo, las masas en todos los países del Magreb y del Oriente Medio manifestaron en contra de la intervención imperialista. Sin embargo los regímenes de la Liga Árabe se negaron en su conjunto a apoyar militarmente al gobierno de Saddam Hussein en contra de esta fuerza de intervención. Esto porque políticamente y estructuralmente las burguesías árabes no van a impulsar a las masas en esa dirección que hubiera podido abrir las puertas para el desarrollo de una revolución que hiciera caer las fronteras nacionales y los regímenes totalitarios implantados desde décadas.

La chispa que encendió de nuevo esta aspiración fue la denominada árabe que partió de Túnez hacia casi todos los países del área.

Uno de los epicentros de esta contestación fue la caída del gobierno de Mubarak. La grave crisis económica y política que había provocado enormes masas de desempleados y de una creciente represión no se detuvo en las fronteras nacionales. En este caso, el gobierno de los Hermanos Musulmanes, luego de las potentes movilizaciones que dieron como resultado la caída del antiguo gobierno, se hizo sobre la base del respeto total a las estructuras del antiguo régimen. Tal como en Túnez, el período posterior se vio ensombrecido por la entrada en escena de partidos islamistas. El proyecto de estos partidos no era el de hacer avanzar los procesos revolucionarios, si no más bien el de reprimirlos con base en los principios religiosos, movilizando a una serie de milicias para militares encargadas de ejecutar y reprimir a la oposición. El caso más flagrante, fue el del asesinato del líder sindical tunecino de la UGTT y miembro del Frente de Izquierda, Chokri Bellaid por parte de las milicias del partido islamista Ennhada en el poder. Esto tenía el objetivo de disuadir las manifestaciones contra el régimen, no solo durante la dictadura de Ben Alí, si no posteriormente, en el bastión obrero más importante de ese país.

El turno llegado al régimen del partido Baas no se hizo esperar. Sin embargo, la respuesta fue brutal. El mosaico del país se fue desquebrajando debido al componente multiétnico y multicultural.

Por un lado, el esquema de dominación colonial representado por el régimen sirio, donde una minoría étnica, en este caso los drusos de confesión chií, con alianzas con otros sectores, han oprimido a una mayoría de origen sunita y a los kurdos presentes en este país y dispersados en varios otros mas como Turquía e Irak. Solo dentro de Turquía, viven cerca de diez millones de kurdos. La lucha armada emprendida durante los 70 y que dio origen al PKK, Partido de los Trabajadores del Kurdistán, ha hecho que las intervenciones de las fuerzas armadas turcas tengan como objetivo privilegiado las fuerzas kurdas en Siria. Sin embargo, un statu-quo sui generis entre las fuerzas del régimen sirio y las fuerzas del YPG, los kurdos de Siria, fue respetado hasta el 2015, cuando la aviación del régimen bombardeó sus territorios. El giro dado en la situación reciente, con el acercamiento entre los rusos y el gobierno de Erdogan no anticipan nada bueno para las aspiraciones autonómicas de los kurdos en un nuevo escenario.

Por otro lado, el autodenominado Estado Islámico, sunitas de confesión wahabita, es decir de la corriente fundamentalista de las monarquías del Golfo, como la de Arabia Saudita y Qatar, han impuesto un régimen de terror contrarrevolucionario, convirtiéndose en un segundo polo que ahoga el empuje revolucionario de las masas por derribar el régimen de El Assad. Sin embargo, las fuerzas del EI no han sido tan castigadas ni por los bombardeos de las fuerzas imperialistas, ni por los turcos, ni por los rusos. Los objetivos van desde las otras fracciones islamistas hasta el ESL.

El factor determinante en todo esto es la ausencia de una dirección revolucionaria que lograra hacerle contrapeso a todas las alternativas sectarias y confesionales alimentadas por las diferentes potencias imperialistas que tienen sus intereses en el área. Pero si de algo tienen pavor los regímenes burgueses de la región, es la alteración del escenario global. En ese sentido mantener en el poder al carnicero de El Assad es fundamental para llegar a un acuerdo de “paz”. Desde la extrema derecha, como por ejemplo el Frente Nacional de Marine Le Pen ya en el 2015 llamaba a aliarse con El Assad para derrotar al Estado Islámico y llamaba a seguir el ejemplo ruso que comenzaba los bombardeos sobre las ciudades controladas por la oposición siria. De la misma forma, el presidente del Frente de Izquierda, Jean Luc Mélenchon, felicitaba a El Assad por según él “eliminar a Daesch”. Para tranquilizar su conciencia reformista, argumentaba también que la oposición revolucionaria siria era “ultra minoritaria” lo que justificaba los bombardeos.

La paz de los cementerios se negocia en Siria

Las potencias imperialistas, desde Rusia, pasando por Turquía, los Estados Unidos, la Unión Europea e Irán se frotan las manos y saben que el momento de las negociaciones y el reparto del botín se avecina. Todo esto sobre las tumbas del casi medio millón de víctimas causadas por el conflicto. El sitio de Alepo no es sino de una evidencia más de la barbarie del régimen y sus aliados.

Esto también le permitiría a Erdogan afianzarse más en el poder y llevar adelante sus reformas bonapartistas que le llevarían eventualmente a derrotar al PKK y a las milicias que combaten en Siria. Estas últimas podrían crear un estado kurdo en las fronteras mismas del estado turco.

Los cañones y la aviación no han dejado de apuntar principalmente a la población civil. Es paradójico como, cuando Palmira estaba ocupada por DAESCH, un corredor fue abierto para que pudieran dejar la ciudad. Luego cuando las fuerzas sirias y rusas estaban ocupadas en destruir Alepo, los combatientes del Estado Islámico pudieron recuperar de nuevo la ciudad. Es decir, para los rusos y sus aliados el objetivo tampoco es destruir a Daesch como lo han hecho creer si no de barrer del mapa todo rastro de rebelión y sentar un precedente a todos los que se han opuesto al régimen.

Desde el PSOCA, llamamos a los trabajadores y trabajadoras del mundo a sostener la revolución siria que es una de las vías para que el movimiento de masas de estos países pueda liberarse de los regímenes dictatoriales de toda índole, desde los confesionales chiíes o sunitas hasta los supuestamente laicos que se apoyan en las minorías para oprimir a las mayorías étnicas.

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