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La crisis de la Iglesia Católica y la escogencia del nuevo Papa Francisco

El cristianismo fue la religión de los esclavos del imperio romano, hasta que el emperador Constantino I, en el siglo III de nuestra época, la declaró religión oficial de Roma, fusionando los ritos del paganismo romano con los del cristianismo, de origen judaico, sentando las bases de la Iglesia Católica.

 

Desde entonces, la Iglesia Católica ha sido un aparato de poder, ligado a monarcas y presidentes, defensora del statu quo social, es decir, de la permanencia del sistema de explotación del hombre por el hombre. Es la institución contrarrevolucionaria más antigua de la humanidad, con más de 2,000 años de existencia.

Hasta el momento, la Iglesia Católica ha logrado sobrevivir a sus diferentes cismas y divisiones (La Iglesia Ortodoxa y el Protestantismo, son las más importantes), pero la actual crisis que sacude a la Iglesia Católica es quizás la más profunda que se conozca, y coincide con la crisis general del sistema capitalista: escándalos sexuales, pederastia, ruina del banco del Vaticano, disminución de curas y feligreses, etc.

La sorpresiva renuncia del Papa Benedicto XVI no fue un rayo en cielo sereno, sino que fue producto de la intensa lucha de grupos de poder dentro de la Iglesia Católica. El duro de Ratzinger no le devolvió vitalidad a la Iglesia, por ello debió marcharse.

Pero la sorpresa ha sido mayor en la medida que el colegio de Cardenales escogió rápidamente en menos de 48 horas a un cardenal latinoamericano, al jesuita argentino Jorge Mario Bergoglio, el nuevo papa Francisco.

Cuando se produjo la escogencia del polaco Juan Pablo II, la Iglesia Católica lo hizo con el ánimo de influir en los acontecimientos que ocurrieron al poco tiempo: el derrumbe de la URSS y del llamado campo socialista. Y la Iglesia Católica contribuyó enormemente a la estabilidad política en la restauración del capitalismo en el este de Europa.

La escogencia no ha sido una casualidad: América Latina reúne al 50% de los fieles católicos, y es un continente en permanente ebullición revolucionaria. En relación al buen olfato político de la Iglesia Católica, no podemos equivocarnos. La escogencia de un jesuita nos indica el grado de gravedad de la crisis de la Iglesia Católica.

¿Será que, ante su crisis, la Iglesia Católica se prepara para volver al cristianismo primitivo, comunitario? No, no lo creemos. Al contrario, el perfil del nuevo papa Francisco, hijo de obrero, hombre austero y bonachón, nos indica que la Iglesia Católica se prepara para disputarle los fieles no solo a las iglesias protestantes, sino también a los partidos políticos nacionalistas que, ante el derrumbe de los viejos partidos comunistas, han vivido un periodo de auge en América Latina, y cuya mayor expresión ha sido el chavismo en Venezuela.

El nuevo Papa Francisco comienza a enarbolar el discurso jesuita de “compromiso con los pobres”. La Compañía de Jesús, fundada en 1540 por San Ignacio de Loyola, fue un ejército al servicio de los papas, encargado de combatir a las disidencias protestantes, logias masónicas, etc. Como orden religiosa conservan todavía una estructura militar, siendo el ala más fuerte y mejor organizada de la Iglesia Católica.

En Centroamérica, los jesuitas siempre han educado a los hijos de la oligarquía, aunque en la década de los años 70 del siglo XX abrazaron la teología de la liberación, ejerciendo influencia sobre las guerrillas del FSLN y del FMLN; pero ahora ya no son un ala “progresista” sino que representan a la Iglesia Católica. En esta transición, conservan resabios de su discurso anterior. En los próximos años, la izquierda centroamericana deberá enfrentar la ofensiva de los curas por adormecer la conciencia crítica de los trabajadores en momentos en que arreciará la crisis del sistema capitalista. Ahí estaremos, en primera fila, al frente de la pelea por la independencia política de la clase trabajadora y la defensa del socialismo.

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