La visita de Nikky Haley a Honduras y Guatemala
La reciente visita de Nikky Haley, embajadora de Estados Unidos ante la ONU, a Honduras y Guatemala, en el periodo del 27 de febrero al 1 de marzo, acompañada de otros altos funcionarios del gobierno de Donald Trump, reflejan el interés de la política exterior imperialista en los países del denominado Triángulo Norte de Centroamérica, el portón de su patio trasero.
Haley, una de las funcionarias de más alto nivel y muy cercana al presidente Trump, se ha caracterizado en el Consejo de Seguridad de la ONU por defender el expansionismo norteamericano (que se expresa en el slogan “American First”). Estados Unidos, en su decadencia, se encuentra en una feroz competencia y rivalidad con otras potencias imperialistas, como los países de la Unión Europea (liderada por las dos veces derrotada Alemania), los nuevos imperialismos emergentes de Rusia y China, en escenarios como Medio Oriente y el Lejano Oriente.
Centroamérica está geográficamente colocada en el área de influencia de Estados Unidos. Por ello, la administración Trump se mostrado sensible y preocupada, para sus intereses de “seguridad nacional”, en relación a temas como la migración, el crimen organizado, la infiltración de células terroristas, que se traduce en la militarización de las fronteras de Estados Unidos, sus vecinos y Centroamérica en particular. Pero esta creciente militarización y fortalecimiento de los aparatos represivos está acompañada, al mismo tiempo, de programas de asistencia a instituciones de justicia y seguridad, prevención de la violencia y disminución de la pobreza vía el Plan de Alianza para la Prosperidad (PAP). Esta estrategia se traduce también en la promoción de inversiones y la exportación de capital que su economía necesita.
Sucintamente, la actual política exterior norteamericana en relación a Centroamérica se traduce, no solo en la defensa de la gobernabilidad y del statu quo, sino en la implementación de reformas democráticas para lograr un mejor funcionamiento de las instituciones del Estado, Para ello impulsa, a su manera, la lucha contra la corrupción, la promoción de los derechos humanos y de las inversiones extranjeras. Si bien en un momento la combinación de estas políticas puede parecer contradictorias, al ceñirse al objetivo de la gobernabilidad y la modernización de los Estados, aparece su coherencia. En un momento impulsa una línea más que la otra, como en una aparente bipolaridad. Así hemos visto, por ejemplo, diferentes ritmos aplicados en Guatemala y Honduras, los países priorizados por la administración Trump.
Mientras una serie de funcionarios gringos, sobre todo congresistas de ambos partidos, muestran su apoyo a la Comisión Internacional Contra la Impunidad y la corrupción en Guatemala (CICIG), en Honduras se muestran más conciliadores con el establishment y los poderes formales, dando su apoyo, a regañadientes, a la deriva autoritaria de Juan Orlando Hernández (JOH), país donde la maquinaria del Partido Nacional cohesiona a las distintas facciones de la burguesía. Pero la reciente visita de Nikky Haley nos indica que Estados Unidos baja instrucciones JOH sobre la agenda que debe aplicar. Una prueba de ello es la reciente captura, bajo cargos de corrupción, de la ex primera dama Rosa Elena Lobo, esposa del expresidente Porfirio Lobo, parte de la alta dirigencia del Partido Nacional.
La relación de Trump con el gobierno del FMLN es casi de ruptura. Los ataques constantes a la Mara Salvatrucha (MS-13) parece que tienen rebote contra el gobierno salvadoreño, el cual fue apartado de la gira de Haley. Trump se niega a darle oxigeno político al FMLN en medio de la campaña electoral, y más bien con sus actitudes hace lo contrario. La estrategia norteamericana en relación al Triángulo Norte parece estar excluyendo a El Salvador de las ayudas y coordinaciones con Estados Unidos, al menos por el momento, mientras se produce un cambio de correlación de fuerzas a lo interno de ese país.
Estados Unidos ha aplicado diversos planes en relación a Centroamérica, pero ninguno de ellos ha dado los resultados esperados. Por ningún lado se obtienen la estabilidad, la seguridad y el desarrollo económico anunciado en las reuniones internacionales. La crisis continúa carcomiendo, lenta y sistemáticamente, las bases de los Estados, especialmente dentro del llamado Triángulo Norte, esa parte de Centroamérica que sufre gangrena social.
Trump quiere que sean los propios gobiernos de Centroamérica los que paren el flujo migratorio, una misión casi imposible. Las presiones continuarán, agravando aún más la crisis, hasta que las masas se rebelen contra los gobiernos cipayos. Debemos de prepararnos para ese momento inevitable.