Por Olmedo Beluche
(Publicado en 2007)
Hace cuarenta años caía abatido, en una escuela de un pueblito lejano en los campos de Bolivia, Ernesto “Che” Guevara, revolucionario argentino, cubano, boliviano, congolés, latinoamericano, vocero de los pueblos oprimidos del mundo, que todos estos gentilicios se hicieron carne en el internacionalista más consecuente que haya nacido.
No había cumplido yo los diez años, pero ya sabía de su existencia. Por supuesto, no comprendía a cabalidad lo que estaba en juego, pero ese sentido de solidaridad y de justicia, que es natural en los niños de esa edad, antes que lo destruya la socialización y la moral individualista del capitalismo, me movía a la admiración por el Che. Tal vez por eso, recuerdo que, ante la pregunta trillada (“¿Qué quieres ser cuando seas grande?”) de una tía un poquito pesada y bastante gringuera, orondo le respondí: “quiero ser guerrillero”. Hasta hoy no olvido su cara de desagrado.
Estoy casi seguro que la noticia de su muerte me la dio mi padre, cuya confirmación debió escucharla por Radio Habana Cuba, la que ponía a diario en un tono bajito, como cientos de miles de latinoamericanos por aquella época.
Cuarenta años después, sus palabras retumban en mi mente: “En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte, bienvenida sea, siempre que ése, nuestro grito de guerra, haya llegado hasta un oído receptivo, y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas, y otros hombres se apresten a entonar los cantos luctuosos con tableteo de ametralladoras y nuevos gritos de guerra y de victoria.”
Che, tu grito de guerra llegó, no a uno, sino a millones de oídos receptivos. Y aunque la lucha no siempre discurrió por los caminos que previste, y adquirió nuevas formas, tu ejemplo cunde, inspira y vive en todos aquellos que día a día luchan por un mundo mejor, sin explotación, ni opresión, ni miseria capitalistas. Un mundo donde todos los seres humanos seamos realmente hermanos.
En este aniversario de tu muerte, conociendo tu verticalidad moral, estoy seguro que repudiarías un panegírico pomposo y vacío, reducido a formales alabanzas. Creo que preferirías que usemos la fecha para algo más productivo y útil, que pueda transformarse en “armas” políticas y armas reales para continuar la lucha en la que no cejaste hasta ese aciago día de octubre.
Hagámoslo: ¿Qué de la vida y el pensamiento del Che Guevara es útil a los jóvenes de edad y corazón que luchan a inicios del siglo XXI por “otro mundo posible”?
Algunos dirán, los más negativos, que la América Latina y el mundo de hoy tienen poco en común con los tiempos que le tocó vivir al Che. Que desapareció la URSS y el “campo socialista”; que el Vietnam que tanto admiró ahora vuelve al capitalismo y es amigo de Estados Unidos; que la Cuba socialista y revolucionaria, a la que dedicó lo mejor de su vida, apenas se sostiene en su ostracismo; que la guerra de guerrillas fracasó allí donde se implementó.
Y todo esto es en parte cierto, pero también es en esencia falso. Porque habiendo cambiado las formas en que la lucha de clases se presenta en el mundo, el meollo del problema sigue siendo la misma que señaló el Che:
“En definitiva, hay que tener en cuenta que el imperialismo es un sistema mundial, última etapa del capitalismo, y que hay que batirlo en una gran confrontación mundial. La finalidad estratégica de esa lucha debe ser la destrucción del imperialismo. La participación que nos toca a nosotros, los explotados y atrasados del mundo, es la de eliminar las bases de sustentación del imperialismo: nuestros pueblos oprimidos, de donde extraen capitales, materias primas, técnicos y obreros baratos y a donde exportan nuevos capitales -instrumentos de dominación-, armas y toda clase de artículos, sumiéndonos en una dependencia absoluta.
El elemento fundamental de esa finalidad estratégica será, entonces, la liberación real de los pueblos; liberación que se producirá; a través de lucha armada, en la mayoría de los casos, y que tendrá, en América, casi indefectiblemente, la propiedad de convertirse en una Revolución Socialista.
Al enfocar la destrucción del imperialismo, hay que identificar a su cabeza, la que no es otra que los Estados Unidos de Norteamérica.”
Todo lo descrito en estos párrafos del Mensaje a la Tricontinental (abril-mayo de 1967) no sólo sigue siendo plenamente vigente, sino que la globalización neoliberal lo ha potenciado al máximo. El saqueo del mundo y la naturaleza por parte del imperialismo llegan al paroxismo; la polarización de la riqueza de un lado minoritario y de la miseria en un grado creciente de la humanidad; la guerra como método de rapiña (ahora no es Vietnam, pero están Irak o Afganistán); la amenaza de una guerra nuclear contra Irán; los sufrimientos indecibles y el valor estoico de los palestinos; la imposición de los mismos planes económicos neoliberales, fotocopiados desde Washington en todos lados; el gobierno norteamericano como cabeza del imperialismo global.
El mundo de hoy, cada vez más sumido en una misma opresión, requieren una actitud de lucha internacionalista y solidaria como la que practicó el Che, quien así no lo vea y crea que puede salvarse solo, que se ilusione pensando que su nación puede evadirse sola, está perdido, porque no ha entendido nada.
“Nuestros revolucionarios de vanguardia tienen que idealizar ese amor a los pueblos, a las causas más sagradas y hacerlo único, indivisible. No pueden descender con su pequeña dosis de cariño cotidiano hacia los lugares donde el hombre común los ejercita (...) Todos los días hay que luchar porque ese amor a la humanidad viviente se transforme en hechos concretos, en actos que sirvan de ejemplo, de movilización...” (El socialismo y el hombre en Cuba).
Hoy, como ayer, el problema central para la supervivencia del género humano, es el imperialismo. ¿Cómo enfrentarlo? El Che proponía repetir por doquier el ejemplo del heroico pueblo vietnamita. “Crear dos, tres, muchos Vietnam, es la consigna”. Hoy podríamos decir, crear dos tres Iraqs, o, por qué no, Venezuelas o Bolivias, ya que las formas de las luchas son variadas y cada pueblo la hace a su manera y en las condiciones que le toca:
“¡Cómo podríamos mirar el futuro de luminoso y cercano, si dos, tres, muchos Viet-Nam florecieran en la superficie del globo, con su cuota de muerte y sus tragedias inmensas, con su heroísmo cotidiano, con sus golpes repetidos al imperialismo, con la obligación que entraña para éste de dispersar sus fuerzas, bajo el embate del odio creciente de los pueblos del mundo!”
Todo lo que pueda haber de retroceso en la lucha por la liberación de los pueblos respecto a los años sesenta también fue atisbado por el Che. Es conocida su profunda repulsa y desconfianza por los burócratas del Kremlin, quienes, en nombre del socialismo, usufructuaban privilegios y negociaban con el imperialismo las luchas de liberación de los pueblos, como quien intercambia figuritas. Ahora esos mismos burócratas ya no hablan de socialismo (¡mejor!) y son prósperos capitalistas que se han robado (privatizado) las industrias de sus pueblos. Por algo en su mochila en Bolivia encontraron un libro de Trotsky.
En el Mensaje a la Tricontinental denunció directamente la política de la URSS y China de dejar solo al pueblo de Vietnam:
“El imperialismo norteamericano es culpable de agresión; sus crímenes son inmensos y repartidos por todo el orbe. ¡Ya lo sabemos, señores! Pero también son culpables los que en el momento de definición vacilaron en hacer de Viet-Nam parte inviolable del territorio socialista, corriendo, sí, los riesgos de una guerra de alcance mundial, pero también obligando a una decisión a los imperialistas norteamericanos. Y son culpables los que mantienen una guerra de denuestos y zancadillas comenzada hace ya buen tiempo por los representantes de las dos más grandes potencias del campo socialista.
Preguntemos, para lograr una respuesta honrada: ¿Está o no aislado el Viet-Nam, haciendo equilibrios peligrosos entre las dos potencias en pugna?
Y, ¡qué grandeza la de ese pueblo! ¡Qué estoicismo y valor, el de ese pueblo! Y qué lección para el mundo entraña esa lucha.”
En Argelia en 1965, criticó directamente la política comercial de la URSS:
“El desarrollo de los países que han tomado el camino de la libertad debe ser apoyado por los países socialistas; esta es mi profunda convicción.
¿Cómo puede ser considerado de beneficio mutuo vender a los precios del mercado mundial las materias primas que ha costado sudor y sufrimiento a las masas de los países atrasados y comprar a los precios del mercado mundial las máquinas producidas por las grandes plantas automatizadas de hoy en día?
Es obligación de los países socialistas terminar esta tácita complicidad con los países explotadores del Oeste”.
Respecto al carácter y la dinámica de los procesos de liberación de los países oprimidos, el Che respondió a los reformistas de ayer y hoy, a los “comunistas” stalinistas que sostenía la “teoría de la revolución por etapas”, según la cual nuestros pueblos repetirán el caminos de Estados Unidos y Europa de un “desarrollo” capitalista dirigido por una “burguesía progresista”, el Che señaló muy claramente, en un párrafo muy semejante lo dicho por Trostky:
“Por otra parte las burguesías autóctonas han perdido toda su capacidad de oposición al imperialismo -si alguna vez la tuvieron- y sólo forman su furgón de cola. No hay más cambios que hacer: o revolución socialista o caricatura de revolución.”
La misma convocatoria por parte del Che, y de la dirigencia cubana, encabezada por Fidel, a la conformación de la Tricontinental y posteriormente, la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), fue el intento, lastimosamente no repetido ni continuado, de conformar una Internacional revolucionaria, en momentos en que los burócratas de Moscú habían disuelto la III Internacional, fundada por Lenin y Trotsky. Hoy habría que retomar esa idea.
El Che siempre tuvo una clara convicción “bolivariana” de la liberación de nuestro continente, es su faceta más conocida, porque no sólo la teorizó, sino que la llevó a la práctica, hasta las últimas consecuencias:
“Podemos preguntarnos: esta rebelión, ¿cómo fructificará?; ¿de qué tipo será? Hemos sostenido desde hace tiempo que, dadas sus características similares, la lucha en América adquirirá, en su momento, dimensiones continentales. Será escenario de muchas grandes batallas dadas por la humanidad para su liberación.”
¿Podemos criticar al Che? ¿Hay algo en lo que estaríamos en desacuerdo con él? La hipocresía y la adulación seguramente son características que él repudiaba, así que mejor discutamos de frente las diferencias, como al le habría gustado, como deben hacer los revolucionarios.
A nuestro modesto juicio, la parte más débil de los aportes del Che fue su teoría del foco guerrillero. No porque haya que descartar para nada la realidad de que las revoluciones son sangrientas, ni que creamos la ficción de que el fantasma de la guerra civil esté descartado de nuestro futuro, ni creamos aquellos cuentos de que el “mundo cambió” y la historia se estancó en la democracia liberal (burguesa).
La violencia es partera de la historia, y los acontecimientos en Venezuela y Bolivia indican que ella sigue allí, acechando, pese a los triunfos electorales de los sectores progresistas.
El problema es otro. De los escritos del Che se aprecia un claro unilateralismo en cuanto a los métodos de la lucha revolucionaria, la guerra de guerrillas. Hay también una exaltación un poco exagerada del campesinado latinoamericano y sus posibilidades revolucionarias. Esto en un momento en que, a partir de mediados del siglo XX, Latinoamérica dejaba su pasado rural y latifundista, por una industrialización sustitutiva, con crecimiento urbano cada vez mayor, y un peso creciente de la clase obrera compuesta por millones de personas, con sus propios métodos de lucha y organización.
Tal vez por esto los procesos revolucionarios en curso en el continente, y sus vanguardias más representativas (Venezuela, Bolivia, Ecuador) discurren por un camino un tanto distinto a lo preconizado por el Che.
La guerra de guerrillas tuvo cierto éxito allí donde se combinó con insurrecciones urbanas, como en la misma Cuba, Nicaragua, El Salvador. El caso de las FARC de Colombia es diferente y merece un estudio particular, pero indudablemente constituye una excepción en el continente.
Finalmente, sin haberlo dicho todo, ni pretender haber abarcado una reflexión sobre la que hay tanto que decir y tantos tienen algo que decir, culmino señalando que el Che Guevara, desde mi perspectiva, es la encarnación del revolucionario al que todos debemos procurar imitar porque encarnó la moral nueva de la que debe nutrirse quien aspire a luchar por un mundo mejor. Por eso lo respetan a sus más acérrimos enemigos.
Para retratarlo como era, qué mejor que su carta de despedida a sus hijos, que también lo somos quienes procuramos (así sea un poquito) seguir su ejemplo (creo no haber leído nada más conmovedor en mi vida):
“A mis hijos
Queridos Hildita, Aleidita, Camilo, Celia y Ernesto:
Si alguna vez tienen que leer esta carta, será porque yo no esté entre Uds.
Casi no se acordarán de mí y los más chiquitos no recordarán nada.
Su padre ha sido un hombre que actúa como piensa y, seguro, ha sido leal a sus convicciones.
Crezcan como buenos revolucionarios. Estudien mucho para poder dominar la técnica que permite dominar la naturaleza. Acuérdense que la Revolución es lo importante y que cada uno de nosotros, solo, no vale nada. Sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario.
Hasta siempre, hijitos, espero verlos todavía. Un beso grandote y un gran abrazo,
Papá”.
Bibliografía:
1. Gallardo, Helio. Vigencia y mito de Ernesto Ché Guevara. Colección Luciérnaga. Editorial Universidad de Costa Rica, 1997.
2. Guevara, Ernesto Che. Mensaje a la Tricontinental. Ediciones Ruedo Ibérico.
3. Moreno, Nahuel. Che Guevara. Héroe y mártir de la revolución. Colección Personajes del Socialismo. Ediciones UNIOS. México, D.F. 1997.