Por León Trotsky
(Fragmentos de la autobiografía “Mi Vida”)
(…) Lenin murió el 21 de enero de 1924. La muerte no hizo más que liberarle de sus padecimientos físicos y morales. Aquel- desamparo en que se encontraba, y sobre todo la pérdida del habla, habiendo conservado clara y lúcida la conciencia, tenía que producirle un indecible sentimiento de inferioridad. Ya no toleraba a su lado a los médicos; le indignaban su tono de protección, sus chistes banales, su falsa manera de hacer concebir esperanzas. Cuando todavía disponía del habla solía hacerles preguntas que aparentemente eran superficiales y sin importancia, pero que, en realidad, tendían a sondearlos, y sin que se diesen cuenta, los sorprendía en contradicciones, los obligaba a completar sus explicaciones, y para llegar a conclusiones más seguras echaba él mismo mano de los libros de medicina. A lo que aspiraba, en punto a su salud como en todo, era a ver claro, cualquiera que la verdad fuese. El único médico a quien consentía a su lado era Fedor Alexandrovich Guetier.
(….) Varias veces pregunté a Guetier si la inteligencia de Lenin conservaría su lucidez, caso de que curase. Guetier me contestó, poco más o menos, lo siguiente: “La fatiga se acentuará, no volverá a tener la antigua pureza de visión para el trabajo, pero el virtuoso seguirá siendo virtuoso.”(…). En aquellos momentos desazonadores, Lenin parecíame irremisiblemente condenado a muerte. Pero en cuanto pasaba una noche bien, recobraba toda su fuerza mental. Los artículos que escribió en el paréntesis entre el primer ataque y el segundo tienen el valor de sus mejores trabajos. La fuente seguía manando agua tan pura como los primeros días, aunque su caudal era cada vez más menguado.
(…) El 21 de enero nos sorprendió en la estación de Tiflis, camino de Suchum. Estaba sentado con mi mujer en el departamento de mi vagón en que tenía el cuarto de trabajo con una temperatura bastante alta, como siempre durante toda aquella época. Llamaron a la puerta y entró Sermux, mi fiel colaborador, que me acompañaba en el viaje. En cuanto le vi delante, con la cara pálida, mirándome con aquellos ojos fijos, comprendí que en el papel que me alargaba se anunciaba una catástrofe. Era un telegrama descifrado de Stalin, en que me comunicaba que Lenin había muerto. Alargué el papel a mi mujer, que ya lo había comprendido todo...
Pronto las autoridades de Tiflix recibieron un telegrama semejante. La noticia de la muerte de Lenin iba extendiéndose por todas partes. Hice que me pusieran en comunicación directa con el Kremlin. A mis preguntas, me contestaron: “El entierro tendrá lugar el sábado; de todas maneras usted no podría llegar a tiempo, y le aconsejamos que continúe viaje para ponerse en cura.” No había, pues, opción. Luego resultó que el entierro no se celebró hasta el domingo y que hubiera tenido tiempo a llegar a Moscú para asistir a él. Por inverosímil que esto parezca, me mintieron al decirme la fecha del entierro. Supusieron, y desde su punto de vista no se engañaron, que no se me ocurriría rectificar sus indicaciones, y ya más tarde se vería el modo de encontrar una excusa. Recuérdese que al caer enfermo Lenin por vez primera, tardaron tres días en comunicármelo. Era su método. La fórmula tendía a “ganar tiempo”.
Los camaradas de Tiflis querían que dijese algo inmediatamente acerca de la muerte de Lenin. Pero yo sentía la necesidad apremiante de quedarme solo. Mi mano no acertaba a coger la pluma. Las pocas palabras del telegrama de Moscú me zumbaban en la cabeza. Pero los reunidos esperaban mi respuesta. Tenían razón. Se detuvo el tren una media hora y escribí las líneas de despedida: “Lenin ya no existe. Ya nos hemos quedado sin Lenin...” Aquellas cuartillas escritas a mano fueron transmitidas inmediatamente a Moscú por el hilo directo.
(…) Imagínese, mi sentimiento de gratitud, cuando los pocos días, recibí, inesperadamente, una carta de Nadeida Constantinovna (esposa de Lenin). La carta decía así: “Querido Leo Davidovich: Le escribo a usted para comunicarle que Vladimiro Ilitch se puso a leer su libro próximamente un mes antes de morir, y lo dejó en el pasaje en que traza usted la fisonomía de Marx y de Lenin. Me pidió que volviese a leerle estas páginas, y, después de escuchar la lectura atentamente, él mismo quiso tomar en la mano el libro y volverlas a repasar. Otra cosa quería decirle, y es que las relaciones que unieron a Vladimiro Ilitch con usted desde el día en que se presentó en Londres, viniendo de Siberia, no cambiaron un punto hasta la hora de su muerte. Le deseo a usted, Leo Davidovich, fuerzas y salud. Un fuerte abrazo de N. Krupskaia.”
(…) En el otoño de 1924 me volvió la fiebre. Fue en el momento en que se desencadenaba una nueva discusión. Pero ésta había sido provocada desde arriba, con arreglo a un plan cuidadosamente elaborado. En Leningrado, en Moscú y en las provincias se habían celebrado previamente cientos y miles de deliberaciones secretas para preparar lo que se llamaba la “discusión”, es decir, una batida sistemática y completa, que ahora no había de darse contra la oposición, sino contra mí personalmente. Cuando se hubieron terminado los preparativos, que se llevaron en secreto, a una señal que dio la Pravda, en todos los rincones y en los extremos más remotos del país, desde todas las tribunas, en las planas y columnas de todos los periódicos, en todos los escondrijos y lugarejos, se desató una campaña rabiosa contra el “trotskismo”.
(…) La actitud respecto a Lenin, que era la que cumplía frente a un caudillo revolucionario, fue suplantada por el culto rendido al pontífice máximo de una jerarquía sacerdotal. A pesar de mí protesta, se hubo de erigir en la Plaza Roja aquel mausoleo indigno y humillante para un revolucionario. Y lo malo fue que los libros oficiales que se escribían sobre Lenin se convirtieron también en mausoleos por el estilo. Las ideas del maestro fueron descoyuntadas y picadas para suministrar citas a todos los falsos predicadores. Los epígonos se atrincheraron detrás del cadáver embalsamado para dar la batalla al Lenin viviente y a mí. La masa estaba aturdida, confundida. Y sus imponentes proporciones eran las que daban valor político a aquella papilla de analfabetos. Esta papilla la aturdía, la agobiaba, la desmoralizaba. El partido fue reducido al silencio. Se implantó una dictadura descarada del aparato burocrático sobre el partido. O dicho en otros términos: el partido dejó de existir como tal.
“Lenin ya no existe”
Discurso pronunciado por León Trotsky un día después de la muerte de Lenin
Lenin ya no existe. Hemos perdido a Lenin. Las leyes oscuras que gobiernan el trabajo de la circulación arterial pusieron fin a esta existencia. La medicina se ha manifestado imponente para operar el milagro que se esperaba e ella, que millones de corazones seguían.
¡Cuantos, sin vacilar, hubieran sacrificado su propia sangre hasta la última gota, para hacer vivir, para renovar el trabajo de las arterias del gran jefe, Lenin Ilich, único, inimitable! Pero no ocurrió ningún milagro cuando la ciencia empezó a mostrarse impotente. Y ahora Lenin ya no existe. Estas palabras caen sobre nuestro pensamiento como rocas gigantes que cayesen en el mar. Es increíble. ¿Puede alguien creerlo?
La conciencia de los obreros de todo el mundo no podrá admitir este hecho; porque el enemigo es muy fuere aun, el camino es largo, y la enorme tarea, la más enorme de la historia, esta aun inacabada; porque la clase obrera mundial necesita A Lenin como quizá no se ha necesitado a nadie en la historia del mundo.
El segundo ataque de la enfermedad, que fue más grave que el primero, duro más de diez meses. El sistema arterial, según la amarga expresión de los doctores, no había dejado “jugar” durante ese tiempo. Terrible juego en el que se debatía la vida de Ilich. Podía esperase una mejoría, casi una curación completa pero también podía llegar a una catástrofe. Todos esperábamos la curación, pero llego la catástrofe. El regulador cerebral de la respiración se negó a funcionar y ahogo aquella inteligencia genial.
Y ahora Vladimir Ilich ya no existe. El partido este huérfano, la clase obrera esta huérfana. Este es el sentimiento verdadero que provoca la noticia de la muerte de nuestro maestro y jefe.
¿Cómo iremos adelante, como encontraremos el camino?
¿Nos extraviaremos? ¡Porque Lenin, camaradas, ya no está entre nosotros!
Lenin ya no existe, pero el leninismo perdura. Lo inmortal en Lenin, su doctrina, su trabajo, su método, su ejemplo, vive entre nosotros, vive en el partido que el fundo, vive en el primero Estado Proletario del que fue cabeza y guía.
Nuestro corazón esta tan sumido en la pena porque todos nosotros somos los contemporáneos de Lenin, trabajamos a su lado, y aprendimos de él. Nuestro partido es el leninismo en acción, nuestro partido es el jefe colectivo de los obreros. En cada uno de nosotros vive una partícula de Lenin, que es lo mejor de nosotros.
¿Cómo continuaremos? Con la antorcha del leninismo en nuestras manos. ¿Encontraremos el camino? ¡Con el pensamiento colectivo, con la voluntad colectiva del partido, lo encontraremos!
Y mañana, y pasado mañana, durante una semana, y un mes, nos preguntaremos: “¿Es que Lenin está realmente muerto? “ Porque su muerte nos parecerá por mucho tiempo capricho increíble, imposible, monstruoso de la naturaleza.
La pena que sentimos, que os anuda el corazón cada vez que pensamos que Lenin ya no existe, puede ser para cada uno de nosotros una advertencia, una lección, una llamada: nuestra responsabilidad ha crecido. Seamos dignos del jefe que nos dirigía.
En el dolor, en la pena y en la aflicción, uniremos nuestras filas y nuestros corazones; nos uniremos firmemente para nuevas luchas.
¡Camaradas, hermanos, Lenin ya no estará jamás entre nosotros! ¡Adiós, Ilich! ¡Adiós, Jefe!
Estación de Tiflis, 22 de enero de 1924.