El 21 de enero del 1924, hace cien años, murió prematuramente de un ataque de apoplejía, Vladimir I. Lenin, el fundador y más grande dirigente del Partido Bolchevique. Mucho se ha escrito a favor y en contra de Lenin, pero hay un hecho que nuestros enemigos no pueden borrar: encabezó la lucha política por organizar un partido revolucionario, a veces contra los dirigentes de su propio partido, que fuese capaz de encabezar a la clase trabajadora y tomar el poder.
Esto ocurrió en 1917 en Rusia. Lenin no hubiera podido realizar semejante proeza sin la existencia de cuadros revolucionarios agrupados en el Partido Bolchevique, entre los que se encontraba León Trotsky (quien ingresó formalmente hasta mediados de 1917 y desde entonces “no hubo mejor bolchevique que el”, según las palabras del propio Lenin). Esta dirección bolchevique no era monolítica, discutían apasionadamente los principales problemas, y una vez que se ponían de acuerdo, actuaban como un ejército disciplinado.
Poco se sabe de la lucha que encabezó Lenin en su propio partido, y del rol decisivo de Lenin en la toma del poder. Como homenaje a nuestro eterno dirigente y maestro, Vladimir I. Lenin, publicamos extractos de dos textos, escritos por León Trotsky.
El primer texto es una narración de la ardua batalla política que libró Lenin al interior de su partido, para convertir al Partido Bolchevique en la vanguardia capaz de dirigir la toma del poder, y defender el nuevo poder soviético de los ataques de la contrarrevolución armada.
El segundo texto, escrito por León Trotsky, nos explica el contexto mundial en que produjo la muerte de Lenin: al final la situación revolucionaria mundial, (1914-1924) producto de la primera guerra mundial, y el inicio de una etapa de reacción, (1924-1940) que influiría directamente en la degeneración del Partido Bolchevique y en el surgimiento del stalinismo como una dictadura burocrática.
Lenin ya no pudo librar la batalla contra la burocracia, y al fracasar Trotsky y la Oposicion de Izquierda en corregir el rumbo, se asentaron las bases objetivas para la posterior destrucción de la URSS y la restauración capitalista en Rusia.
Un siglo después, parece inútil el triunfo de la revolución bolchevique en 1917, pero no es así. Estas duras experiencias históricas ayudaran a que una nueva vanguardia revolucionaria sepa combatir las múltiples expresiones del capitalismo y del imperialismo en descomposición. En ese sentido, reivindicaremos la gloriosa labor del camarada Lenin.
1.- El rol de Lenin en la lucha para alistar al Partido Bolchevique para tomar el poder en 1917.
(Extractos del capítulo VII de la biografía “Stalin”, 1940)
(….) El 3 de abril de 1917, después de atravesar Alemania en guerra, Lenin, Krupskaia, Zinoviev y otros cruzaban la frontera de Finlandia y llegaron a Petrogrado... Un grupo de bolcheviques, con Kamenev al frente, acudieron a recibir a Lenin en Finlandia. Stalin no estaba entre ellos, y este ligero dato muestra mejor que nada la inexistencia de cuanto significara intimidad personal entre él y Lenin.
Para Lenin el Partido estaba tan falto de preparación como lo había estado para la Revolución de febrero. Todos los juicios, consignas y giros verbales acumulados durante las cinco semanas de revolución quedaron reducidos a añicos. “Atacó resueltamente las tácticas de los grupos situados a la cabeza del Partido y de los camaradas individuales, ya antes de llegar -escribe Raskolnikov, refiriéndose ante todo a Stalin y Kamenev-.
Los activistas más responsables del Partido estaban presentes. Pero aun para ellos resultó algo totalmente nuevo el discurso de Ilich.” No hubo discusión. Estaban todos demasiado confusos para ello. Ninguno quiso exponerse a los golpes de aquel intrépido líder. Por los rincones cuchicheaban que Ilich había pasado demasiado tiempo en el extranjero, que había perdido contacto con Rusia, que no comprendía la situación, y, lo que es peor, que se había pasado a la oposición del trotskismo. Stalin, informante de la víspera en la Conferencia, permanecía callado.
(…) El mismo 4 de abril, Lenin compareció ante la misma Conferencia del Partido en que Stalin había explicado su teoría de la división pacífica del trabajo entre el Gobierno Provisional y los Soviets. El contraste era demasiado cruel. Para moderarlo, Lenin, abandonando su costumbre, no sometió a análisis las resoluciones que se habían tomado, sino que les volvió la espalda. Lo que hizo fue elevar la Conferencia a un plano mucho más alto. Le hizo ver nuevas perspectivas que los supuestos líderes no habían sospechado siquiera. “¿Por qué no os apoderasteis del Poder?”, preguntaba el nuevo ponente, y procedió a resumir las explicaciones de rigor: la revolución se consideraba burguesa, estaba sólo en su fase inicial; la guerra creaba dificultades imprevistas, y otras por el estilo.
(…) Sin Lenin nadie hubiera sabido afrontar aquella situación sin precedentes; todos estaban esclavizados por viejas fórmulas. Pero trepar hasta la consigna de la dictadura democrática suponía ahora, según decía Lenin, “pasar realmente por encima de la pequeña burguesía”. (…)
No debe olvidarse que la máquina política del partido bolchevique se componía principalmente de la intelectualidad, que era de origen y ambiente pequeñoburgués, y marxista en sus ideas y en sus relaciones con el proletariado. Los trabajadores que pasaban a ser revolucionarios profesionales se unieron a aquel grupo con mucho afán, y dentro de él perdieron su identidad. La peculiar estructura social de la máquina del Partido y su autoridad sobre el proletariado (ambas nada accidentales, y sí dictadas por estricta necesidad histórica) fueron, una vez más, causa de la vacilación del Partido, y finalmente se convirtieron en origen de su degeneración.
(…) Pero, ¿por qué milagro consiguió Lenin cambiar en pocas semanas el curso del Partido, llevándolo por otro cauce? La respuesta debe buscarse simultáneamente en dos direcciones: los atributos personales de Lenin y la situación objetiva. Lenin era fuerte, no sólo porque comprendía las leyes de la lucha de clases, sino porque tenía el oído perfectamente acordado a la agitación de las masas en movimiento. Para él no era tanto la máquina del Partido, como la vanguardia del proletariado. Estaba convencido en absoluto de que millares de aquellos trabajadores que habían sobrellevado lo más duro del trabajo ilegal estarían ahora a su lado. Las masas, a la sazón, eran más revolucionarias que el Partido, y el Partido más revolucionario que su máquina. Ya en marzo, la actitud real de los trabajadores y de los soldados se había manifestado en forma tumultuosa, y difería mucho de las instrucciones dictadas por todos los partidos, incluyendo al bolchevique.
La autoridad de Lenin no era absoluta, pero sí enorme, porque toda la experiencia recogida confirmaba su presencia. Por el contrario, la autoridad de la máquina del Partido, como su conservadurismo estaba en formación por entonces. Lenin ejercía influencia, no tanto como individuo, sino como encarnación de la influencia de la clase sobre el Partido y del Partido sobre su máquina. En tales circunstancias, quien trataba de resistir perdía pronto pie. Los vacilantes se alineaban con los de enfrente, y los precavidos se unían a la mayoría. Así, con pérdidas relativamente escasas, Lenin consiguió orientar a tiempo al Partido y prepararlo para la nueva revolución.
Cada vez, que los dirigentes del bolchevismo tenían que actuar sin Lenin incurrían en error, inclinándose por lo común a la derecha. Entonces surgía Lenin como un deus ex machina, y señalaba el camino recto. ¿Significa esto que Lenin lo fuese todo dentro del Partido bolchevique, y los demás nada? Tal conclusión, muy extendida en los círculos democráticos, es sumamente parcial, por ello falsa.
(…) Los genios no crean la ciencia; no hacen sino acelerar el proceso de la reflexión colectiva. El Partido bolchevique tenía un dirigente de genio, y no por accidente. Un revolucionario de la contextura y los arrestos de Lenin sólo podía estar al frente del partido más intrépido, capaz de llevar sus ideas y acciones a su lógica conclusión. Pero el genio en sí es la más rara de las excepciones. Un dirigente genial se orienta más aprisa, aprecia la situación más plenamente, ve más allá que los otros. Era inevitable que se abriese una ancha sima entre el líder genial y sus más íntimos colaboradores. Hasta puede concederse que en cierto grado la perspicacia de Lenin actuase como freno sobre el desarrollo de la confianza de sus colaboradores en sus propias aptitudes. Sin embargo, esto no significa que Lenin lo fuese “todo y que el Partido sin Lenin no fuese nada. Sin el Partido, Lenin se hubiese visto tan desvalido como Newton y Darwin sin el trabajo científico colectivo. Por consiguiente, no se trata de efectos especiales inherentes al bolchevismo, y producto probable de la centralización, la disciplina, etc., sino del problema del genio dentro del proceso histórico.
Los escritores que intentan desacreditar el bolchevismo sobre la base de que el Partido bolchevique tuvo la fortuna de contar con un dirigente genial, no hacen otra cosa que confesar su propia vulgaridad mental.
La dirección bolchevique hubiera llegado a encontrar el camino recto sin Lenin, pero despacio, a costa de fricciones y luchas intestinas. Los conflictos de clase habrían seguido condenando y rechazando las consignas insípidas de la vieja guardia bolchevique.
(…) Pero esto no quiere decir que el verdadero camino se hubiese encontrado de todos modos. El factor tiempo desempeña un papel decisivo en política, especialmente en una revolución. La lucha de clases difícilmente ha de esperar indefinidamente a que los dirigentes políticos descubran lo que procede hacer. El líder genial es importante porque, al abreviar el plazo de aprendizaje mediante lecciones objetivas, permite al Partido influir en el desarrollo de los acontecimientos en el instante adecuado. Si Lenin no hubiera llegado a primeros de abril (de 1917), sin duda el Partido habría ido tanteando su ruta hasta coincidir tal vez con la orientación señalada en sus Tesis. Pero, ¿existía ningún otro capaz de haber preparado al Partido para el desenlace de octubre? Esta interrogación no puede contestarse categóricamente. Una cosa es cierta: en esta situación (que exigía oponer resueltamente a la perezosa máquina del Partido las masas e ideas de movimiento), Stalin no habría podido actuar con la necesaria iniciativa creadora, y hubiera sido más bien freno que impulsor. Su poder comenzó sólo cuando se hizo posible aparejar a las masas con ayuda de la máquina.
(…) El 8 de agosto, el Comité Central emprendió una vigorosa campaña contra la Conferencia del Gobierno convocada por Kerensky en Moscú, y descaradamente amañada en provecho de la burguesía. La Conferencia se inauguró el 12 de agosto bajo la tensión de la huelga general que traducía la protesta de los trabajadores de Moscú. Al no ser admitidos en la Conferencia, los bolcheviques encontraron un medio más eficaz de exhibir su fuerza. La burguesía estaba asustada y furiosa. Habiéndose rendido Riga a los alemanes el 21, el comandante en jefe, Kornilov, inició su marcha sobre Petrogrado el 25, con el propósito de instaurar una dictadura personal. Kerensky, que se había equivocado en sus cálculos respecto a Kornilov, declaró al comandante en jefe “traidor a la patria”.
(….) Los bolcheviques volvieron a exhibir la consigna de “Todo el Poder para los Soviets”. En la Prensa, Lenin propuso un arreglo a los transaccionistas: que los Soviets se incautasen del Poder y garantizasen completa libertad de propaganda, y los bolcheviques se mantendrían en absoluto dentro de la legalidad soviética. Los transaccionistas, belicosos, rehusaron pactar con los bolcheviques, y siguieron buscando sus aliados en la derecha.
(…) La Conferencia llamada democrática, convocada por el Comité Ejecutivo Central del Soviet, ostensiblemente para contrarrestar la Conferencia del Gobierno, pero en realidad para sancionar la misma vieja coalición desacreditada, comenzó en Petrogrado el 14 de septiembre.
(…) El día en que se inauguró la Conferencia democrática (el más necio de todos los seudoparlamentos de la democracia), Lenin escribió al Comité Central del Partido sus famosas cartas “Los bolcheviques deben tomar el Poder” y “El marxismo y la insurrección”. Esta vez pedía que se actuara inmediatamente: sublevación de regimientos y fábricas, detención del Gobierno y de la Conferencia democrática, e incautación del Poder. Naturalmente, el plan no podía llevarse a efecto aquel mismo día; pero orientó el pensamiento y la actividad del Comité Central hacia nuevos rumbos.
(…) El 7 de octubre, la fracción bolchevique se retiró con ostentación del Parlamento previo. “Apelamos al pueblo. ¡Todo el Poder para los Soviets!” Aquello significaba predicar la insurrección. El mismo día, en la sesión del Comité Central, se decretó organizar una Oficina de Información sobre el modo de combatir la contrarrevolución. Este nombre, deliberadamente vago, cubría una tarea concreta: reconocer y preparar la insurrección.
. La reunión del 16 de octubre no acertó tampoco a conciliar aquella contradicción. Pero en este punto los transaccionistas aportaron la solución: el mismo día siguiente, acordaron, por razones que ellos sabrían, demorar la fecha del Congreso, que no les era nada grato, hasta el 25 de octubre. Los bolcheviques recibieron este inesperado aplazamiento con una protesta expresa, pero con tácita satisfacción. Cinco días suplementarios resolvían por completo las dificultades del Comité Revolucionario Militar.
2.- Lenin ya no pudo librar la batalla contra la burocracia
(Extractos de “La Revolución Traicionada”, 1936)
(…) Se sabe suficientemente que hasta ahora todas las revoluciones han suscitado reacciones y aun contrarrevoluciones posteriores que, por lo demás, nunca han logrado que la nación vuelva a su primitivo punto de partida, aunque siempre se han adueñado de la parte del león en el reparto de las conquistas. Por regla general, los pioneros, los iniciadores, los conductores, que se encontraban a la cabeza de las masas durante el primer periodo, son las víctimas de la primera corriente de reacción, mientras que surgen al primer plano hombres del segundo, unidos a los antiguos enemigos de la revolución.
(…) El carácter proletario de la Revolución de Octubre resultó de la situación mundial y de cierta relación de las fuerzas en el interior. Pero las clases mismas que se habían formado en Rusia en el seno de la barbarie zarista y de un capitalismo atrasado, no se habían preparado especialmente para la revolución socialista. Antes al contrario, justamente porque el proletariado ruso, todavía atrasado en muchos aspectos, dio en unos meses el salto sin precedentes en la historia desde una monarquía semifeudal hasta la dictadura socialista, la reacción tenía ineludiblemente que hacer valer sus derechos en las propias filas revolucionarias.
La reacción creció durante el curso de las guerras que siguieron; las condiciones exteriores y los acontecimientos la nutrieron sin cesar. Una intervención sucedía a la otra; los países de Occidente no prestaban ayuda directa (a Rusia); y en lugar del bienestar esperado, el país vio que la miseria se instalaba en él por mucho tiempo. Los representantes más notables de la clase obrera habían perecido en la guerra civil o, al elevarse unos grados, se habían separado de las masas. Así sobrevino, después de una tensión prodigiosa de las fuerzas, de las esperanzas, de las ilusiones, un largo periodo de fatiga, de depresión y de desilusión. El reflujo del “orgullo plebeyo” tuvo por consecuencia un aflujo de arribismo y de pusilanimidad. Estas mareas llevaron al poder a una nueva capa de dirigentes.
(…) La situación internacional obraba poderosamente en el mismo sentido. La burocracia soviética adquiría más seguridad a medida que las derrotas de la clase obrera internacional eran más terribles. Entre estos dos hechos la relación no es solamente cronológica, es causal; y lo es en los dos sentidos: la dirección burocrática del movimiento contribuía a las derrotas; las derrotas afianzaban a la burocracia. La derrota de la insurrección búlgara y la retirada sin gloria de los obreros alemanes en 1923; el fracaso de una tentativa de sublevación en Estonia, en 1924; la pérfida liquidación de la huelga general en Inglaterra y la conducta indigna de los comunistas polacos durante el golpe de fuerza de Pilsudski, en 1926; la espantosa derrota de la Revolución China, en 1927; las derrotas, más graves aún, que siguieron en Alemania y en Austria: son las catástrofes mundiales que han arruinado la confianza de las masas en la revolución mundial y han permitido a la burocracia soviética elevarse cada vez más alta, como un faro que indicase el camino de la salvación
(…) Sería ingenuo creer que Stalin, desconocido por las masas, surgió repentinamente de los bastidores armado de un plan estratégico completamente elaborado. No. Antes de que él hubiera previsto su camino, la burocracia lo había adivinado; Stalin le daba todas las garantías deseables: el prestigio del viejo bolchevique, un carácter firme, un espíritu estrecho, una relación indisoluble con las oficinas, única fuente de su influencia personal. Al principio, Stalin se sorprendió con su propio éxito. Era la aprobación unánime de una nueva capa dirigente que trataba de liberarse de los viejos principios, así como del control de las masas, y que necesitaba un árbitro seguro en sus asuntos interiores. Figura de segundo plano ante las masas y ante la revolución, Stalin se reveló como el jefe indiscutido de la burocracia termidoriana, el primero entre los termidorianos.
(…) La degeneración burocrática del Partido Bolchevique
(…) El partido bolchevique preparó y alcanzó la victoria de Octubre (de 1917). Construyó el Estado soviético, dándole un sólido esqueleto. La degeneración del partido fue la causa y la consecuencia de la burocratización del Estado. Es importante mostrar, al menos brevemente, cómo pasaron las cosas.
(…) En marzo de 1922 Lenin puso en guardia al XI Congreso del partido (Bolchevique) contra la corrupción de los medios dirigentes. “Más de una vez ha sucedido en la historia —decía— que el vencedor haya adoptado la civilización del vencido, si ésta era superior. La cultura de la burguesía y de la burocracia rusas era miserable, sin duda. Pero, ¡ay!, las nuevas capas dirigentes les son aún inferiores. Cuatro mil setecientos comunistas responsables dirigen en Moscú la máquina gubernamental. ¿Quién dirige y quién es dirigido? Dudo mucho que pueda decirse que son los comunistas quienes dirigen..”.
Lenin no volvió a tomar la palabra en el congreso del partido. Pero todo su pensamiento, durante los últimos meses de su vida, se dirigió a la necesidad de prevenir y de armar a los obreros contra la opresión, la arbitrariedad y la corrupción burocráticas. Sin embargo, no había podido observar más que los primeros síntomas del mal.
(…) La conquista del poder no modifica solamente la actitud del proletariado hacia las otras clases; cambia, también, su estructura interior. El ejercicio del poder se transforma en la especialidad de un grupo social determinado, que tiende a resolver su propio “problema social” con tanta más impaciencia cuanto más alta cree su misión. (….)
El rápido crecimiento del partido gobernante, ante la novedad y la inmensidad de las labores, engendraba inevitablemente divergencias de opinión. Las corrientes de oposición, subyacentes en el país, ejercían de diversos modos su presión sobre el único partido legal, agravando la aspereza de las luchas fracciónales. Hacia el fin de la guerra civil esta lucha revistió formas tan vivas que amenazó quebrantar el poder. (….) En marzo de 1921, durante la sublevación de Kronstadt, que arrastró a no pocos bolcheviques, el X Congreso del partido se vio obligado a recurrir a la prohibición de las fracciones, es decir, a aplicar el régimen político del Estado a la vida interior del partido dirigente. La prohibición de las fracciones, repitámoslo, se concebía como una medida excepcional destinada a desaparecer con la primera mejoría real de la situación. Por lo demás, el Comité Central se mostraba extremadamente circunspecto en la aplicación de la nueva ley y cuidaba, sobre todo, de no ahogar la vida interior del partido.
Pero, lo que primitivamente no había sido más que un tributo pagado por necesidad a circunstancias penosas, fue muy del agrado de la burocracia que consideraba la vida interior del partido desde el punto de vista de la comodidad de los gobernantes. En 1922, durante una mejoría momentánea de su salud, Lenin se atemorizó con el crecimiento amenazador de la burocracia y preparó una ofensiva en contra de la fracción de Stalin, que había llegado a ser el pivote del aparato del partido antes de apoderarse del Estado. El segundo ataque de su enfermedad, y después la muerte, no le permitieron medir sus fuerzas con las de la reacción.