Por: Felipe Damas
Después de la guerra de las “Cien Horas” con Honduras se abrió en El Salvador un nuevo ciclo de lucha hacia la toma del poder. Salvador Cayetano Carpio renuncia al Partido Comunista de El Salvador, PCS, para fundar el ejército popular en 1970, las Fuerzas Populares de Liberación, FPL, “Farabundo Martí”. La lucha armada pasó a ser la principal forma de lucha para derrotar a la tiranía militar y tomar el poder político.
La inviabilidad de las elecciones quedó demostrada nuevamente en 1972, cuando la oligarquía y los Estados Unidos impusieron al Coronel Arturo Armando Molina como presidente de la república, anulando con la fuerza de las armas el triunfo electoral de la Unión Nacional Opositora, UNO. A los 19 días de iniciado su mandato (19/julio/72) el Coronel invade la Universidad de El Salvador. El objetivo: aniquilar a las fuerzas de izquierda y al movimiento estudiantil, grandes baluartes de la lucha revolucionaria en aquel entonces.
El ejército destruyó gran parte del patrimonio del pueblo como laboratorios, maquinaria, bibliotecas, infraestructura, equipo, libros…; impusieron sus autoridades académicas, sus planes de estudio, su policía universitaria, cerrando el Alma Mater por espacio de un año y 3 meses, hasta octubre de 1973, año en que el movimiento estudiantil reorganizado logró su reapertura.
El Consejo Estudiantil Provisional, CEP, comandado entre otros por Dagoberto Gutierrez, Carlos Arias, Manuel Franco, Carlos Panameño, Abrahan López; llamó a las elecciones del Consejo Ejecutivo de la AGEUS, con lo que quedaba edificada la estructura del movimiento estudiantil universitario, después de haber realizado un trabajo similar en todas las Facultades y Centros Regionales de Oriente y Occidente.
La Sociedad de Estudiantes del Centro Universitario de Occidente, SECUO, en ocasión de las Fiestas Julias de Santa Ana, convocó a la población a participar en un desfile bufo de los estudiantes, que eran aprovechados para la denuncia política a través de la sátira, pretexto que tuvo el gobierno para invadir nuevamente con fuerzas del ejército las instalaciones universitarias, destruyendo todo a su alcance, golpeando y apresando a varios estudiantes que se disponían a iniciar la jornada en horas de la madrugada.
Es en este marco de la lucha del movimiento estudiantil universitario contra la tiranía militar que se inscribe la marcha del 30 de julio, convocada por la AGEUS para exigir el respeto a la autonomía universitaria y a la integridad física de los detenidos en Santa Ana. Los enemigos de la cultura concebían la Universidad como el principal bastión de la guerrilla recién nacida. Por eso la invasión militar de 1972 y la de 1980 y todos los ataques del ejército a la Universidad de El Salvador y sus integrantes.
Entonces las fuerzas de izquierda actuaban por sí solas, dispersas, cada quien realizando su trabajo político y militar de acuerdo a sus propias convicciones en distintas zonas del país; pero dentro de la universidad se entrelazaban en el trabajo diario miembros o representantes de las principales corrientes políticas de pensamiento revolucionario.
El 30 de julio de 1975, Manuel Franco como Presidente de la AGEUS, llevaba la bandera del movimiento estudiantil escoltado por otros dirigentes de los distintos Frentes como el FAU, el UR – 19, el FUERSA, las L.L. (Ligas para la Liberación); además de las principales Asociaciones de Estudiantes de Secundaria y un mar de gente que a esas alturas se extendía desde la embajada gringa hasta la entrada principal de la Universidad. La marcha iba sobre la 25 avenida norte organizada en bloques que cantaban “El Machete Encachimbado” y coreaban la principal consigna estudiantil de los setenta… “GORILAS, HIJOS DE PUTA, LOS ESTUDIANTES SOMOS VERGONES!”.
Íbamos por el Externado “San José” cuando Meme Castillo se aparece en su motocicleta, había hecho un reconocimiento desde el centro de San Salvador, llevando el informe que el ejército, la policía y elementos de la ORDEN tenían tomadas las principales calles y avenidas… “hay camionadas de chafarotes en varios puntos, desde el Parque Bolívar hasta el Parque Cuscatlán y sobre la 1ª. Calle por el Central de Señoritas”, fue parte del informe; a la vez que otros vigilantes periféricos informaban de la presencia de tanquetas y personal con armamento pesado frente al Hospital Bloom.
La masacre estaba preparada, nos dimos cuenta que estábamos en una emboscada. La única salida aparente era el repliegue hacia la Universidad, pero ya era imposible contener al primer bloque que se acercaba al Hospital de Maternidad sobre el paso a dos niveles del Seguro Social.
Fue entonces que se encendieron los faroles de dos tanquetas apostadas frente al Hospital Bloom y arremetieron contra los estudiantes disparando a mansalva… varios cayeron víctimas de los disparos, otros fueron arrollados por las máquinas, otros saltaron desde el puente en un intento desesperado por salvarse, algunos se internaron por la Quebrada de la Tutunichapa y los que corrieron hacia el Central de Señoritas fueron a chocar con el filo de los machetes desenvainados de los elementos de la ORDEN, que blandían en el aire como pedazos de espejos asesinos. Una avioneta a veces casi a cielo raso rociaba gases lacrimógenos y vomitivos. Los que echamos marcha atrás logramos alcanzar el edificio de Clínicas Médicas, pero ya era imposible que entrara un alma más y corrimos hacia el Externado “San José”. En cuestión de segundos teníamos encima nuevamente a la avioneta que lanzaba gases y disparos de fusil. Más adelante, sobre la 25, otros estudiantes libraban combate cuerpo a cuerpo con agentes de la guardia nacional, la policía y otros vestidos de particular y armados hasta los dientes.
Metralla de tanquetas y fusilería, golpes, culatazos, gases venenosos, machetazos, dolor, muerte… el olor de la sangre impregnaba todo el ambiente alrededor. Muertos, golpeados, presos y heridos eran amontonados en camiones con placas particulares y llevados con rumbo desconocido. Cuando la masacre cesó, personal del cuerpo de bomberos lavaban la sangre generosa de los estudiantes mártires del 30 de julio regada en abundancia sobre la 25 avenida, la 1ª. Calle y el paso a dos niveles; a la vez que radio-patrullas policiales con sirenas abiertas acechaban a los estudiantes que aun se encontraban escondidos en los alrededores o sobre el techo de las casas vecinas del bulevar de los héroes, la Gabriela Mistral o el bulevar Santa Cristina y la calle de los Juzgados. A esas alturas calculo que eran como las 5 de la tarde.
La masacre del 30 de julio fue un golpe duro contra la comunidad universitaria y el movimiento estudiantil, la embestida criminal de las hordas de la oligarquía le arrancaron la vida a decenas de los mejores hijos del pueblo, ente ellos a Roberto Antonio Miranda López (FAU-Economía); Carlos Fonseca (UR – 19 - Sociología) y a mi amigo Balmore de Agronomía, que son los que más recuerdo por su arrojo y valentía.
De vuelta en la Universidad, ya en horas de la noche, comenzó la angustia por encontrar a los compañeros caídos, presos y desaparecidos. La represión de la oligarquía y su ejército solo dejaba espacio para el combate armado. La guerra estaba planteada. Esa misma noche del 30 de julio dentro de la Universidad Nacional, se llevó a cabo una reunión de las fuerzas de izquierda que dio como resultado la creación del “Comité de Lucha”, integrado por representantes de todas las organizaciones políticas de izquierda de la época y que constituyó el primer embrión de la unidad revolucionaria hecha realidad en 1979 con la formación del FMLN histórico, que condujo la guerra popular y revolucionaria contra la tiranía militar y la oligarquía hasta enero de 1992.
¡HONOR Y GLORIA A LOS MÁRTIRES DEL 30 DE JULIO!
Porque el color de la sangre jamás se olvida… ¡LOS MASACRADOS SERÁN VENGADOS!