Por Leoh Montalvan.
El origen de los países latinoamericanos es violento y convulso, de forma tal que la historia de los mismos está plagada de episodios marcados por choques de fuerzas intervencionistas, intereses territoriales o simples muestras de poder entre potencias antagónicas. En la actualidad, en su afán por imponer condiciones y mostrar “músculo” ante el adversario de turno, estas potencias emplean extensos análisis, elaboran intrincados planes y proponen distintas soluciones en armonía con el sistema político económico al que representan.
En un mundo globalizado como en el que actualmente vivimos, donde toda la información posible cabe en tus bolsillos, se puede comprar un producto a miles de kilómetros de distancia sin necesidad siquiera de conocer la divisa en la que será efectuada la transacción. No podemos hablar de doctrinas políticas sin ligarlas directamente con el dominio económico, tenemos que analizar el efecto que el dominio de una determinado potencia o mercado puede tener en el curso de la economía mundial. Por ende la lucha por los mercados adquiere relevancia para las potencias en disputa, por eso vemos discordias para defender ante los ojos del mundo los lineamientos políticos y doctrinas de los países injerencistas.
¿En pleno siglo 21 donde la lucha de poder está dominada por el capital es realmente necesario el adoctrinamiento político? La respuesta es un rotundo sí. La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases…opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantienen una lucha constante, que transforma la sociedad o acaba con alguna de las clases en pugna. Estas frases hoy más que nunca conservan total vigencia, con el añadido de que tanto entre los opresores como quienes son oprimidos, existen pugnas internas. Si bien es cierto que aquellos que tienen todo el poder para imponer, someter y aplastar al otro, luchan por extender sus tentáculos sobre cada vez más cantidad de territorios y gremios, los que están en la otra acera, en este contexto de lucha por el dominio, solo lidian por ganarse el beneplácito de quienes les oprimen o con la esperanza vacía de un cambio que acaba con generaciones enteras, mientras quienes llegan desde atrás se adormecen entre streaming online, deportes y televisión digital.
El contexto actual nos ofrece un abanico de posibilidades infinitas para mantenernos hiperconectados en el ostracismo y la estupidez colectiva. Aun teniendo en nuestras manos los medios que nos permitirían expandir nuestro punto de vista, no hacemos el análisis de los acontecimientos que suceden a nuestro alrededor. Debemos darnos cuenta como aquellos que acuerdan estragos, entre calendarios electorales y políticas económicas regionales, solo incrementan su dominio y cuotas de poder en detrimento de sus adversarios, sin siquiera preocuparse por quienes hoy estamos debajo del yugo opresor de sus lineamientos.
En este contexto, nuestras sociedades piden a gritos el renacer de los sectores intelectuales capaces de producir ideas, a partir de la apreciación y la conceptualización de fenómenos sociales que acontecen día a día, y que tienen repercusión directa en nuestro futuro a corto y mediano plazo. Ojo con esta apreciación, no debe de ser tomada como una posición que aboga por el surgimiento de una clase elitista, separada de las clases en pugna en el seno de una sociedad. Debemos procurar jugar un rol esencial en el engranaje que ponga en marcha una verdadera revolución, y un cambio con la participación de verdaderos líderes capaces de registrar, reformular y difundir los conocimientos avanzados que elaboran y transmiten ideas, que trascienden el conocimiento especializado con el fin de permitir una visión estructurada partir de un conjunto articulado de significados que permitan la comunicación y fijen los parámetros del debate cívico dentro de la esfera pública.
La única posible vía de la formación de estos líderes es mediante el adoctrinamiento político, porque si bien, como anteriormente mencione, estamos regidos por un sistema donde priman los intereses económicos sobre las doctrinas políticas de antaño, es también una realidad que la única posibilidad de despertar del letargo intelectual es haciendo saber a nuestros jóvenes que hay vida más allá de las apps de citas y juegos que adornan nuestras pantallas táctiles.
Paradójicamente la clave es justamente esa, hemos sido testigo y parte del impacto que las redes sociales han tenido en la lucha que actualmente se libra en nuestro país. El Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) es un partido congelado en el tiempo, con políticas y directrices anacrónicas, no ha podido hacer frente a dicho fenómeno. La respuesta ante lo que no entienden, es la misma que utilizan en las calles para sofocar el clamor social: el terror, las balas, los insultos y desinformación, son lineamientos bajado de los altos mandos para sus bases.
Ahora se han impuesto como única misión ganar la “guerra” cibernética, imponiendo justamente la violencia y amenazas. Esta “guerra” la tienen perdida desde el día 1, pero justamente por ello debemos meditar las posibilidades de potenciar la tecnología en favor de la causa revolucionaria. Al día de hoy, existen miles de personas con un sentimiento de indignación e impotencia ante los acontecimientos actuales. Es nuestro deber moral encauzar dichas inquietudes en la formación política, con las bases necesarias que nos permitan crear una nueva clase intelectual enfocada en el cambio y el liderazgo.
Nicaragua al día de hoy es aún una sociedad subdesarrollada sin los mecanismos idóneos para el crecimiento intelectual. No obstante, un pequeño sector concentrado mayormente en grupos urbanos, ha sido la piedra angular en la lucha digital. Este sector debe de ser potenciado al máximo para crear bases de discusión y debate, para posteriormente permitirnos y permitirles una retroalimentación en virtud de estructurar una corriente que, cuando sea necesario, salga de sus equipos móviles y encauce la lucha hacia un verdadero cambio.