Por Hermes
Las marchas blancas están regresando, sin embargo, parece ser que falta para que termine de levantarse del todo el espíritu insurgente que tanto caracterizo las marchas blancas históricas.
La primera marcha blanca de principios de mes auguraba una convocatoria masiva, sin embargo, el aparente trato con los sindicatos oficialistas del sector docente hizo que la convocatoria disminuyera drásticamente. Pero peor aún, las represalias llegaron a la instantánea para muchos de los docentes que participaron valientemente en la marcha.
Despidos se cuentan por decenas en todo el gremio de la educación y los profesores sin capacidad de respuestas solo pueden intentar convocar de nuevo a otra marcha que es la de este pasado 23 de noviembre.
La situación no augura muchas esperanzas en varios sectores, pero no es porque no haya una fuerte indignación, sino porque los años oscuros en que el FMLN se dedicó a la desarticulación de los movimientos populares cobra fruto, junto con el pavor traumático que tiene la población a la violencia tras décadas de pandillas y el recuerdo de las dictaduras militares, lo hace que los obreros carezcan de métodos de hecho para enfrentar la actual represión a base de despidos.
La acción directa tan condenada desde la época de la postguerra ha germinado profundamente en la sociedad, cuyas acciones más radicales solo se ven reflejadas en las marchas. Sin embargo, estas además de un fuerte desgaste económico y físico, no solo deja el saldo de despedidos a su paso, sino que también mantiene abierta una pequeña rendija por la cual lo que queda de las estructuras del FMLN representadas por el BRP busquen montar sus banderas sobre las expresiones populares.
Las personas de buena fe no dejan de luchar, saben que el camino es la lucha y que deben buscar cualquier medio posible para alcanzar sus objetivos, sin embargo, la reciente situación pone en tela de juicio la metodología ya añeja de las marchas para presionar y combatir a los gobiernos.
Nuestros hermanos de Centroamérica nos muestran que incluso una pequeña manifestación implica un profundo costo en destrucción de infraestructura y daños de todo tipo si no se cumplen sus demandas, pero más importante aún, los hermanos indígenas de Guatemala no dejan de demostrar que la formula siempre infalible para derrotar a nuestro enemigo es atacarlo donde más le duele, en el bolsillo.
A los del poder económico se les presiona con lo económico, y es el paro o huelga, el método que en todas las latitudes de nuestro continente se han estado realizando.
El problema real tanto del gestante movimiento magisterial y médico, es que además de no tener redes de relaciones sociales consolidadas y fuertes que les permitan solidarizarse y dialogar entre sí, creen que las acciones más radicales consisten en aglutinarse para tomar unos kilómetros de calle en una fecha concreta para visibilizar sus demandas.
Creen en alguna idea romántica de lo que es un movimiento social, que puede surgir sin articulación o procesos de organización de base. No es tan sencillo.
La lección que nos tiene que ir dejando esta experiencia es distinta a los grandes procesos que hemos estado presenciando en Latinoamérica en la última década y media. La lección en nuestro país es de darse a la tarea de poder organizarnos de nuevo, reagruparnos se vuelve indispensable. Debemos Establecer redes de apoyo y pensar estrategias a profundidad, planificar acciones y sobre todo regresar a la acción directa. La huelga ha sido el mecanismo de las clases productoras desde siempre. Nuestra fuerza está en el número, sí, pero más que nada en la capacidad de generar riqueza, y esto hace que en dejar de hacerlo (o impedir que se haga), sea la mayor amenaza que podamos lograr.
¿Qué pasaría en verdad si en algún momento estos gremios bien organizados planifican piquetes, cierre de jornadas, paros de labores y toda una serie de acciones de hostigamiento constante al Estado?
El desmantelamiento de las fuerzas populares que hizo el FMLN como parte de sus Acuerdos con el gobierno de entonces, ha golpeado tan fuerte que nos ha dejado huérfanos de nuestros propios métodos de lucha. Las otrora grandes ANDES y FUSS son ahora cascarones vacíos. Lo que en algún momento fueron grandes confederaciones sindicales como la CNTS apenas puede sostenerse sin coquetear con el gobierno. Ni siquiera la USS de Rolando Castro puede demostrar fuerza alguna en las calles.
Debemos recuperar nuestro tejido social y orgánico, que las marchas dejen de ser eventos esporádicos que terminan en una suerte de celebraciones de amigos. Es necesario que el mensaje presione realmente a nuestros enemigos y atraiga a las masas indiferentes del pueblo.