Por Hermes
Con la llegada de los españoles a estas tierras, el continente se coloreo de rojo y dorado. Mas que por la pretenciosa bandera del imperio español, por toda la sangre derramada y las toneladas de oro extraídas de nuestra tierra. El oro y la plata, tan preciados por los europeos que buscaban riqueza y poder, fueron la cruz que llevamos durante los 300 años que la colonia pisó nuestros cuellos.
Tanto es así, que contrario a lo que la gente suele pensar, que la mayoría de las muertes fueron a causa del exterminio militar, o peor aún, de enfermedades esparcidas accidentalmente, la realidad es, que fue el trabajo forzado en las Mitas, Haciendas y Encomiendas, lo que se llevo la vida del 90% de la población de formas absolutamente crueles.
La explotación del trabajo forzado, en condiciones muchas veces peores que la esclavitud, por ni siquiera gozar del derecho a sobrevivir las jornadas laborales, sino solo a ser desechado cuando nuestros cuerpos se quebrasen, permitió que las epidemias arrasaran con la población y las tierras fueran devastadas para la superproducción mercantil que daría origen al capitalismo.
En el sistema imperial de la colonia, la fiebre por los metales “preciosos” causo una cantidad de atrocidades que no se han detenido hasta el día de hoy. Todavía peor fue la época republicana, donde en todos los países del continente, la búsqueda de crear Estados-Nacionales republicanos, buscó borrar del mapa las identidades nativas de cada localidad, erradicando las lenguas, costumbres, territorios, y buscando el exterminio absoluto de las comunidades indígenas que habían logrado resistir durante todo el Apartheid de los imperios coloniales (anglos, hispánicos, francos etc.).
En América del Sur ese infierno no ha terminado, la mina más grande del continente, la de Potosí, explota (literalmente) toneladas de tierra con pretensiones de conseguir metales preciosos, mientras miles mueren enterrados o envenenados por riquezas que nunca verán la luz.
Lo único que fluye, y mucho más que el oro y la plata, es el mercurio y el arsénico, que envenenan sin piedad el agua de las comunidades. A nosotros los de Centroamérica, se nos exprimió hasta que todo nuestro oro terminó en las estatuas e iglesias de Europa, mientras para nosotros solo quedo el hambre y la muerte.
Es así como el capitalismo tiene sangre indígena como tributo para su fundación, y mientras los imperios van y vienen, se alternan el derecho a explotarnos, el decadente imperio estadounidense le está dando paso a una nueva tiranía a nivel mundial, La Republica Popular China, que desde 1975 viene construyendo su proyecto capitalista que llevará a una nueva etapa este sistema de explotación y muerte.
Es por esto mismo, por la realidad geopolítica, que su paladín, Nayib Bukele, el Pinochet de los chinos y del siglo XXI, tiene la tarea de reactivar la extracción de minerales que tanto sufrimiento han causado, y que en 2016 tanto costó poder prohibir.
Habíamos logrado ser el primer país en el mundo en prohibir la minería metálica, no gracias a los cobardes y corruptos gobiernos neoliberales de izquierda, sino al sacrificio de las comunidades que lucharon hasta dar su vida para poder lograr este hito.
Nos enfrentamos pues, a una disyuntiva. Los proyectos imperiales que se ciernen nuevamente sobre nuestros territorios, que buscan instalar el modelo Regionalista, y aplastarnos nuevamente con la promesa de progreso, o la voz siempre silenciada de las comunidades que deben tomar su rol histórico de verdaderos sujetos de la revolución en el mundo, tantas veces aplastadas por los partidos de diferente denominación, tantas veces reprimidas incluso por los más ardientes intelectuales de la revolución, y las tantas veces resucitadas para dar una nueva pelea en la historia.
Son las comunidades, indígenas, el cecial de base, campesinas, urbanas, obreras y de diferente denominación, las que señalarán el verdadero camino para superar esta etapa agónica del capitalismo en su última fase de la historia. “Sabemos que el capitalismo no nos heredará más que ruinas (…)” y es de las ruinas de este podrido sistema que deberemos resurgir todos los explotados del mundo, para construir ese nuevo amanecer que yace en nuestros corazones, está vez sin amos ni caudillos que destruyan nuestra lucha, sino con el completo control político de las comunidades sobre sus territorios y articuladas entre sí para el bien común.
Me atrevo a decir que estamos a las puertas de una nueva realidad. La minería que se instalará junto con los megaproyectos de China en toda Mesoamérica, nos obligará a una unidad popular mesoamericana, volver a un sentir ancestral, y derrotar a los dominadores y sus Repúblicas Burguesas Coloniales, para proclamar La Gran Unidad de Comunidades Mesoamericanas.