Por Hercilia Cáceres
El 8 de marzo, como todos los años, se realizaron marchas en el centro de la ciudad de Guatemala en conmemoración del día de la mujer. Por la mañana se reflejó una presencia heterogénea de mujeres de diferentes sectores, estudiantes, obreras, trabajadoras sexuales, la comunidad trans, campesinas, sindicalistas, etc. Por la tarde el ambiente dio un rotundo giro en la “marcha de las jóvenas”, albergando un reducido número de mujeres, las consignas que gritaban iban orientadas al crimen de las Niñas del Hogar Seguro en 2017, contra el acoso callejero, violencia de género y festejos feministas.
Dichas marchas albergan un sinnúmero de sentimientos respecto a lo que viven cotidianamente las mujeres, creando un ambiente de alegría y rabia. Lamentablemente por la tarde las demandas se quedaron cortas, olvidando que en el país las mujeres son una fuerza que crece levemente debido a que la mayoría de ellas se encuentra en condiciones de explotación laboral y en la mayoría de casos no existe un respaldo sindical que acuerpe el paro de mujeres.
Por la tarde imperó el feminismo burgués que se olvida del por qué miles de mujeres no están manifestando en las calles, ya que el día de la mujer no se vive igual en los diferentes sectores sociales. Reduciendo las demandas a las necesidades de una clase media acomodada, no se alzó la voz en resistencia de las mujeres en condiciones de explotación. En otros países como España o Chile, se vio un movimiento de pañuelos verdes que se definió como anticapitalista, antipatriarcal y antirracista, mientras que esta parte de Centroamérica se vio un movimiento carente de dirección política que abarque las necesidades de todas las mujeres.
La dicotomía se ve precisamente en el momento en que mujeres indígenas en condiciones de extrema pobreza se acercaban a los alrededores de la marcha y otras conmemoraciones a pedir ayuda para sobrepasar el hambre, siendo fuertemente ignoradas. Hace falta repensar el impacto del movimiento feminista y por qué carece de representatividad para la mayoría de mujeres, analizar el papel de los sindicatos y la participación femenina, combatir el feminismo burgués que se aprovecha de otras mujeres, promoviendo un falso empoderamiento, estableciendo roles de poder similares a los que hipócritamente buscan combatir dentro del patriarcado.
Pese a que Guatemala es uno de los peores países para ser mujer en Latinoamérica, cabe destacar que la organización es muy débil, en cuanto a las exigencias hacia diversos sectores estatales. Las organizaciones con visiones progresistas tienden a retroceder en algunas ocasiones, cediendo a los diferentes núcleos que van emergiendo. Además, en ocasiones se tiene una visión sesgada, se presta mayor importancia a los casos de mujeres blancas que a los actos de violencia contra las mujeres pertenecientes a los sectores populares y peor aún, cuando son defensoras del territorio o son reprimidas por poseer visiones anticapitalistas y anticolonialistas.
Luchar por un lenguaje inclusivo, que en todos sus aspectos resulta cuestionable y relativo; o similares, no deja un precedente de denuncia ante una violencia sistemática del Estado hacia las mujeres, ni se pone al día con las necesidades más inmediatas de la mayoría de mujeres y niñas en el país. Vale la pena recordar que el 8 de marzo de 2017, 56 niñas fueron encerradas en una habitación pequeña y fueron quemadas, 41 de ellas murieron. No se han declarado culpables al respecto y aunque los colectivos feministas conmemoren su muerte y se denuncie por medio de consignas, se ha quedado lejos de una postura que busque denunciar situaciones similares y relacionar los efectos que conlleva ser mujer y ser pobre en este país.
Es necesaria la formación del sector femenino, para que desarrollen papeles dentro de los movimientos sociales conscientes de la realidad de la mayoría y no sean quienes bajo un falso discurso de unidad y sororidad se planten frente a las necesidades de las demás, anulando los diferentes contextos a los que se deben enfrentar cotidianamente las mujeres guatemaltecas. Es imperante exigir mejoras a las condiciones de vida de todas las mujeres, que se deben resistir a la opresión de género y simultáneamente deben salir a defender sus territorios, sostener la economía del hogar, realizar las tareas del hogar, que deben rebuscarse como medida de subsistencia y aun así se resisten a ser derrotadas por un sistema que no es capaz de asegurarles una vida digna y un desarrollo pleno.
¡El feminismo será clasista, antirracista, anticolonialista o no será!