Por Allan McDonald
Los que entráis, abandonad toda esperanza.
Dante Alighieri
Desde la cárcel de mi casa, desde la vidriosa prisión de mis ideales perdidos veo un periódico ardiendo en mis manos con las fotos de aquellos cienes
Que se quemaron en los fuegos encendidos de la miseria humana.
Que se cocinaron en el horror de esta vida.
Que salieron huyendo con una antorcha de fracaso en sus ojos.
Condenados por ser propietarios de la nada.
Presos de la suerte echada entre los brazos de un juez corrupto.
Que se tatuaron el infortunio en las espaldas del olvido.
Que por un poco de frijoles robaron para engañar el estómago.
Que nunca fueron a la escuela del hijo del ministro.
Que se arroparon con las cenizas del sueño en el musgo de la libertad.
Que se les ensartó una bolsa negra como un luto plástico.
Que cayeron baleados como en una feria de fuegos no artificiales.
Que aun tenían las marcas de las flechas de san Valentín.
Que ardieron en la batalla contra el silencio.
Que apartaron el humo de las cortinas oficiales.
Que cayeron en las bartolinas de la inocencia.
Que no tenían el permiso para ser decente.
Que eran ladrones, rateros que no aprendieron a robarse la casa presidencial.
Que no tenían una sonrisa perfecta para ser diputados.
Que no pudieron pagar un magistrado en la corte celestial de la las leyes monetarias.
Que no tuvieron gracias para usar la corbata blanca de la cleptomanía.
Analfabetos que no leían a Dale Carnegie.
Que no tomaron tiempo de entender a Paulo Coelho.
Que no les interesaba la poesía.
Que no fueron Opus Dei.
Ateos de la esperanza redentora del Cardenal.
Que andaban colgando la medallita de la virgen de Suyapa.
Que tenían la claridad de su voz en el oído de la clemencia.
Que no se parecían a Steve McQueen en Papillón.
Que no escuchaban a Mozart.
Que creían en la música de liberación de los Tucanes de Tijuana.
Que se drogaban en la función cirquera del código penal.
Que amaban a sus mujeres gordas sin la vergüenza del rico que paga amantes rubias.
Que no hablaban bonito frente al paredón falso del poder.
Que lavaban su ropita en las pilas sin el agua bendita de la iglesia que los llora.
Que no usaron maquillaje para salir hoy en las portadas de la prensa.
Que no se peinaron para las entrevistas rojas de la televisión.
Que aprendieron carpintería para ser como el hijo de Dios.
Que inventaron el lenguaje con las manos para no hablar como las mentiras del gobierno.
Que tenían las esperanzas en los burdeles de un licenciado.
Que fueron condenados por un tribunal sin juicio ni historia.
Que se hicieron hamacas para aprender a dormir en los cantos de sirena de la justicia.
Todos ellos han sido libres del infierno de estar vivo en esta impunidad