Por: Claudia Morales (Colectivo Manuel Flores)
El 11 de junio de cada año se celebra en Honduras el Día del Estudiante y, aunque dicha celebración se concibió desde el seno burgués, históricamente, este día fue altamente honrado y bien merecido por los/as estudiantes que hace algunos años cumplían al pie de la letra sus dos tareas fundamentales: estudiar y protestar.
Veinte años atrás, portar un uniforme era dignidad, ahora es pinta y deformación; aprobar el año lectivo era sinónimo de inteligencia y orgullo, ahora es decreto del gobierno pasar sin esfuerzo alguno (una calificación de 80% era precisamente 80% bien ganado).
En los años 80´s, las calles rebosaban de estudiantes airados, celosos de defender la dignidad del pueblo, enardecidos por las injusticias y desmanes de los gobernantes contra los sometidos a la ignorancia política. Sin miedo, sin titubeos, firmes en sus convicciones. La celebración de este día se realizaba con protestas y movilizaciones durante las cuales el gobierno se sacudía.
Por respeto o por miedo, las personas sabían que las protestas estudiantiles eran sinónimo de conquista. Los gobernantes temblaban ante el grito del estudiantado colegial o universitario. Ambos tenían conciencia de clase, valor y entereza que les provocaba alzar las manos y la voz en representación del padre sin trabajo, de la madre sin educación, del obrero/a explotado/a, del infante con hambre, del enfermo sin esperanza, del humilde cabizbajo, sin perspectiva.
Ahora en cambio, vemos al estudiantado como en el negativo de la película; el valor de antaño se transformó en cobardía, el orgullo de ser la parte pensante, crítica, juiciosa, capaz de hacer un balance objetivo de su realidad se volvió ignorancia, inteligencia falaz, vanidad, copia de modas fatuas al grado que nuestros estudiantes son incapaces de generar cambios o crear políticas de acción ante las barrabacidades de quienes gobiernan.
Pero no podemos culpar del todo al joven, quien viene adquiriendo experiencias y absorbiendo lo que esta a su alcance, la mediatización que bombardea a la juventud con distracciones que le impiden pensar, analizar la realidad del país, y por ende, su realidad; la culturización y alienación a través del futbol, la iglesia y la política vernácula que tras la faceta de concientizar a la paz, impide que la juventud de todos los niveles educativos atribuya al demérito su deber de ir al frente en las luchas populares.
Por otro lado, es fácil ver a jóvenes modelando camisetas del Che, peludos, con pinta hippie o revolucionaria pero con una cerveza o cigarro en la mano, no con un libro o una pancarta de protesta, no gritando consignas de odio al sistema o practicando la solidaridad con el menos favorecido, a veces más bien, acomodados al sistema corrupto y al lumpenizaje.
Se vuelve imperativo rescatar los viejos modelos de lucha juvenil: Roger González, Manfredo Velásquez, Becerra, Tomás Nativí, Félix Martínez, Roberto Fino, Reynaldo Díaz, Fidel Martínez, Herminio Deras, Cristóbal Pérez, y otros, jóvenes líderes estudiantiles, obreros, sindicalistas que ofrendaron su vida sin temor, que fueron vanguardia y no retaguardia.
Es preciso tomar partido en la concientización de la población joven, de quienes tomarán el liderazgo cuando el tiempo haga partir a quienes hoy, bien o mal, lideran la lucha social. Por eso, quienes tuvieron la experiencia vivida en los tiempos de la guerra fría deben tutelar la formación política en las juventudes que necesitan ser encaminados a ser protagonistas en las luchas sociales pues, lo que ha pasado hasta ahora, es que carecen de un guía, de alguien que les enseñe.
Es aquí donde el Colectivo Manuel Flores debe incluir esta causa, valorar la fortaleza juvenil, extender su brazo al estudiantado creando una facción de formación y militancia en los colegios y universidades públicas, brindándoles el protagonismo necesario para ser parte activa en los cambios sociales que el país requiere.
Rescatemos el papel luchador del estudiante. Manuel Flores vive, la lucha sigue. Ampliemos nuestros horizontes