Por Olmedo Beluche
Hay que preocuparse cuando se escucha a ciertos militantes de la izquierda hablar igual que CNN del “dictador Maduro” y exigir la “aparición de las actas” que supuestamente acreditarían el triunfo electoral de la extrema derecha venezolana, encabezada por la fórmula González-Machado, alegando que son lo mismo el candidato del imperialismo norteamericano que el oficialista Nicolás Maduro (por malo que éste sea).
Error inversamente proporcional al de quienes, desde la izquierda, siguen practicando los métodos estalinistas de adulación incondicional a los jefes, y que aún quieren creer que Nicolás Maduro representa una alternativa socialista y revolucionaria, después de tantas medidas antipopulares y favorables a la burguesía venezolana, a la “boli” y a la tradicional, como: la destrucción de las conquistas laborales (salario mínimo, derecho a huelga), la represión a dirigentes sindicales, el impedimento de partidos electorales a la izquierda del oficialista PSUV, lo que ha conducido al atolladero actual, en que un importante de la población ha apoyado electoralmente una fórmula de la ultraderecha.
Una parte de la izquierda parece haber caído en una variante actualizada y generalizada de lo que Engels y Marx llamaron “cretinismo parlamentario”, enfermedad que afectaba a los representantes de la clase trabajadora que, al encumbrarse a un puesto representativo perdían sus referencias de clase, abrazando una adoración hacia el formalismo político, como si lo jurídico parlamentario pudiera estar por encima de la lucha de clases concreta.
Estos esclavos del formalismo político creen que hay que defender la “democracia” en general, en abstracto, obviando el resto de las circunstancias que la realidad plantea, en particular tirando por fuera del análisis la política del imperialismo yanqui, corazón y cerebro del capitalismo mundial, y de la reacción internacional. Es absurdo pretender que poniéndose del lado del planteamiento de Washington para Venezuela (que le den el gobierno a González) se defiende “la suerte” o los intereses de la clase obrera venezolana.
Para los formalistas, en el caso de Venezuela, todo se reduce a la competencia electoral entre las dos fracciones burguesas (Maduro vs González-Machado), por lo que hay que exigir aparezcan las actas o se cuenten los votos, porque en su lógica “ambos son lo mismo”, obviando el “análisis concreto de la realidad concreta” (Lenin), como todo lo que implica la intervención del imperialismo norteamericano sobre ese proceso electoral y las consecuencias de que Estados Unidos se salga con la suya imponiendo un gobierno títere (lo cual Maduro no es, por más que sea un inconsecuente “nacionalista burgués”).
Es asombroso, por decir lo menos, que algunos conocidos trotskistas se han sumado al carro del presidente Lula de Brasil que, además de ser un “progre” de la misma calidad política que Maduro, propone una mediación para una “solución negociada” entre la facción gobernante de Nicolás Maduro con la ultraderecha de María Corina Machado y Humberto González, para un “gobierno de transición”. ¡Salida que Lula negoció con el presidente de Estados Unidos Joseph Biden!
No puede haber ninguna propuesta seria desde la clase obrera que simplemente le claudique al imperialismo norteamericano, como tampoco la puede haber confiado en el gobierno “boliburgués” de Nicolás Maduro. Es de rigor proponer una salida de clase, aunque sea genérica (gobierno obrero y campesino), o más concreta, como que el gobierno de transición sea encabezado por la dirección de la Central Bolivariana de Trabajadores u otra variante. Pero jamás puede ser el simplismo de que le den el gobierno al candidato de Estados Unidos. ¡Por favor!
Ese cretinismo o simplismo democratero también lo expresa buena parte de la izquierda mundial, especialmente europea, que condena la invasión rusa a Ucrania sin condenar la política expansionista de la OTAN hacia el este. Es más, sin exigir la disolución de la OTAN, ni la salida de sus países del pacto militar imperialista occidental. Mal se puede alegar que se cumple con los principios del “derecho a la autodeterminación de Ucrania” “contra el imperialismo ruso”, pasando por alto el detalle de la política del imperialismo norteamericano y las burguesías europeas.
Con ese mismo simplismo formalista e ingenuo recuerdo a algunos izquierdistas que, en 2011, apoyaron los ataques de la OTAN contra Libia para derrocar al general Kadafi, porque, según ellos, apoyaban “los derechos humanos” y la “democracia” en ese país. ¿Dónde está la democracia Libia? ¿Y los derechos humanos en Libia? Hoy en día el pueblo de Libia perdió por completo las conquistas democráticas, económicas y sociales que tuvo en la República Popular Libia encabezada por Kadafi y retrocedió a las cavernas en materia de democracia y derechos humanos. Igual que en Irak y en cualquier lado que el imperialismo norteamericano ha metido sus manos.
Así que es una soberana tontería hablar de que habrá un futuro mejor y más democrático para el pueblo venezolano cumpliendo el deseo del imperialismo yanqui de que gobierne la dupla González – Machado. El proyecto de futuro democrático y de derechos humanos del imperialismo norteamericano y de la Unión Europea podemos verlo en concreto en Palestina y la Franja de Gaza. Capitularle al imperialismo con cualquier excusa es traicionar a la clase trabajadora y a la humanidad.
Hoy, como siempre, hay que proponer una salida clasista a la crisis venezolana, por más utópica que parezca. Una propuesta que levante las aspiraciones sociales y de independencia nacional que inspiraron la Revolución Bolivariana pero bajo una dirección política verdaderamente consecuente y revolucionaria.