Por Ursula Pop
El candente conflicto en Ucrania requiere un atento análisis, pues estamos ante un claro conflicto de intereses inter-imperialistas que se mezclan con fuertes movilizaciones populares por demandas democráticas y el reclamo de determinados sectores por el derecho a decidir su identidad nacional.
Más allá de la polarización mediática, tanto de los medios vinculados al imperialismo norteamericano y europeo, como aquellos vinculados al emergente imperialismo ruso (y sus cercanos colaboradores de izquierda, el neo estalinismo y el reformismo chavista), debemos analizar los últimos acontecimientos que condujeron al derrocamiento del gobierno pro ruso de Víctor Yanukovich.
La real división de Ucrania
Después de la separación de Ucrania de la ex URSS, se ha intensificado la lucha por el poder entre sectores proclives al imperialismo norteamericano y europeo, y otros proclives al emergente imperialismo ruso.
Víctor Yanukovich llegó al poder en 2010 gracias a una mayoría de votos procedentes de las regiones al este del río Don, la República Autónoma de Crimea -entregada por Rusia a Ucrania por Nikita Kruschov en 1955- y la región sur; estas regiones, en su mayoría de población de origen ruso, practicantes del cristianismo ortodoxo (en Crimea hay una población musulmana de origen tártaro), son las regiones más industrializadas y por tanto donde mayor peso hay de clase obrera.
La población de la otra región del país, situada al oeste del Don, es en su mayoría ucraniana, practicantes del catolicismo e históricamente vinculados a Europa. Es la región menos industrializada de la actual Ucrania, a excepción de Kiev, con amplia población campesina, con mucha pequeña burguesía y sectores dispersos del proletariado, además de ser durante el siglo pasado y lo que va de éste, la base social de movimientos nacionalistas de derecha y fascistas, con amplios sentimientos anti rusos y anti socialistas. Estos sectores se levantaron en 2006 en la “revolución naranja” promovida por el imperialismo norteamericano y europeo contra el gobierno de Leonid Kruchma cercano a Moscú, imponiendo una constitución neoliberal, sobre la de 1994 que tenía algunos elementos de capitalismo de Estado.
Trasfondo económico en la lucha democrática
Desde la independencia de Ucrania en 1991, tras la disolución de la URSS, la antigua burocracia estalinista se convirtió en la nueva oligarquía que se enriqueció al amparo de las privatizaciones y del control de los resortes económicos desde el Estado. Un sector de ésta en Ucrania se acercó más al imperialismo europeo, mientras Rusia vivía una pavorosa crisis económica, y promulgó la apertura total de la economía, mientras otro sector de la nueva burguesía, más cercano a Rusia, propugnaba por algunas formas de capitalismo de Estado.
En un primer momento, Yanukovich trató de acercarse a la Unión Europea, pero ésta le ofrecía un acuerdo leonino de apertura total de los mercados, lo que conduciría a una destrucción de la industria. En cambio, Rusia, que ahogaba económicamente a Ucrania por la dependencia energética (importación de gas, petróleo y electricidad), prometió reducir intereses en préstamos para la importación de gas y un plan de ayuda por 15 mil millones de dólares para reactivar la economía. Esta propuesta resultó aceptable al gobierno de Yanukovich.
Sin embargo, el aumento de precios, la escalada inflacionaria y el estancamiento de salarios, producto del carácter dependiente de la economía ucraniana, hizo que un importante sector de masas del oeste se movilizara bajo la falsa ilusión de que al acercarse a la UE vendría la solución inmediata a las penurias económicas. Estas movilizaciones, en la misma línea de las que derrocaron gobiernos en los países árabes, tienen un carácter masivo, espontáneo y heterogéneo. El rechazo al antiguo régimen estalinista ha causado una bajo nivel de conciencia política y un atraso en el surgimiento de un alternativa anticapitalista creíble para las masas. La clase trabajadora ha sido incapaz de ofrecer una opción como clase, y la izquierda, muy débil, no pudo ofrecer estructuras organizadas de autodefensa ante la respuesta represiva del gobierno. Por esta razón los partidos de la derecha ucraniana, uno cercano a Washington y otro a Berlín, lograron abanderar con consignas democráticas la salida de Yanukovich. De igual forma el nacionalismo reaccionario ucraniano cuasi fascista aprovechó la falta de una dirección de una izquierda independiente, para encabezar la autodefensa de las movilizaciones contra la represión de la policía. Estos combates callejeros tuvieron como epicentro la plaza Maidan en el centro de Kiev. Recientemente se ha sabido que los servicios secretos occidentales mandaron mercenarios y francotiradores para forzar la salida de Yanukovich.
El enorme peso de los intereses imperialistas
El imperialismo alemán, por su parte, trató de apaciguar las movilizaciones llegando a un acuerdo con Moscú, para repartirse el poder entre sus peones en el terreno. A diferencia de Estados Unidos, a Alemania y Europa en general le conviene tener una buena relación con Rusia, por su dependencia del gas ruso. A finales de Febrero hubo un acuerdo contrarrevolucionario entre Alemana, Rusia y Estados Unidos para constituir un gobierno de unidad nacional en Ucrania y poner fin a la crisis que amenazaba con el estallido de la guerra civil.
Sin embargo, la ola de movilizaciones contra el sector pro ruso era tan avasalladora que, pese al acuerdo suscrito, la derecha recuperó el control del parlamento y con la mayoría de diputados logró destituir a Yanukovich, obligándolo a abandonar el poder y exilarse en Rusia. El nuevo gobierno pro imperialismo europeo, ha restablecido nuevamente la constitución neoliberal de 2006.
Más allá de las movilizaciones del oeste de Ucrania, han tenido mayor peso los intereses de las potencias imperialistas. Estados Unidos intenta hacer retroceder el resurgimiento de Rusia como una potencia imperialista, estrechando el cerco militar sobre ella. El imperialismo alemán y la Unión Europea quieren mantener viva la rebelión para tener una carta de negociación con Rusia, e impedir el rearme de Rusia como una potencia mundial que compita directamente con Estados Unidos en el plano económico y militar. A su vez, Rusia, para consolidar su poder imperial, necesita recuperar con urgencia sus antiguos territorios, los de la ex URSS, para impulsar su industria y consolidar los mercados bajo su control.
La izquierda reformista empuja hacia las fauces de un nuevo imperialismo
Diversas corrientes dentro de la izquierda plantean la problemática como si estuviéramos ante una nueva guerra fría modernizada, con Rusia representando un campo progresista que se enfrenta al imperialismo europeo y estadounidense. Entre estas corrientes se encuentran los partidos neo estalinistas de la región y el reformismo chavista latinoamericano. Estos partidos olvidan u ocultan a propósito, que al disolverse la economía estatal y desmoronarse la URSS, una nueva burguesía aprovechó el caos de las privatizaciones y la ausencia de un Estado garante del funcionamiento de la economía, para tomar el control utilizando métodos mafiosos. La riqueza de esta oligarquía de ex burócratas soviéticos se asienta principalmente en el gas y el petróleo. Su representación política es un nuevo régimen con fuertes rasgos autocráticos, en el centro del cual Putin actúa como un zar posmoderno. El control férreo de los medios de comunicación y la represión contra los opositores y los movimientos que piden democracia son la tónica.
Esta alternativa poco promisoria es la que espera a los sectores de la población que rechazan los cantos de sirena de la Unión Europea y los Estados Unidos.
La rebelión del oeste de Ucrania no es reconocida por la población de origen ruso del Este, Sur y de la península de Crimea
La pelea por Crimea
La mezcla de los mongoles, -que permanecieron varios siglos- con los turcos que la ocuparon posteriormente, dio origen a los tártaros de Crimea que podrían considerarse sus habitantes autóctonos. Casi a finales del siglo XVIII, la zarina Catalina II incorporó Crimea a Rusia después de su victoria sobre los turcos en 1774.
Entre 1992 y 1997, Rusia y Ucrania negociaron la soberanía de Crimea, que había sido anexada a Ucrania en 1955, permitiendo la existencia de las antiguas bases militares rusas hasta 2042.
Ya hemos visto que Ucrania está dividida en dos grandes zonas: la del oeste es económicamente atrasada, pero políticamente pro imperialismo europeo, y la del este es pro rusa y políticamente apoya al emergente imperialismo ruso.
La estratégica península de Crimea está en el lado pro ruso. Ahí están las bases navales militares que garantizan el control del mar negro y la salida de Rusia al mar mediterráneo, pasando por el estrecho del Bósforo, en Turquía. Por esta fuerte razón geopolítica, el imperialismo ruso no puede abandonar ni perder el control de la península de Crimea y el puerto de Sebastopol, puesto que, como en el caso de la base militar de Tartus, en Siria, son bases militares que le permiten tener acceso y controlar rutas de oleoductos y tráfico de combustibles.
El ingreso de Ucrania a la Unión Europea y a la OTAN supone un desequilibrio militar contra los intereses del naciente imperialismo ruso. En estas circunstancias, Putin solicitó al Senado de Rusia la autorización para el envío de un contingente militar a Crimea, el cual todavía no se ha llevado a cabo abiertamente por que no ha habido necesidad. Las fuerzas pro rusas y soldados rusos disfrazados tienen el control total de Crimea. El parlamento de Crimea votó el 6 de marzo entrar a la Federación Rusa, y anunció la realización de un referéndum del próximo 16 de marzo para decidir la anexión. La situación de se complica porque la población tártara teme la ocupación rusa y está pensado en refugiarse en el exterior ante una inminente incorporación a la Federación Rusa.
Para el pueblo ucraniano la disyuntiva entre el imperialismo ruso y el europeo/estadounidense es un callejón sin salida. Ninguna opción traerá una verdadera solución a sus problemas. Ciertamente el pueblo de Crimea tiene el derecho de decidir la anexión a Rusia, pero será solo para caer en las garras de un régimen autoritario y hambriento de territorios. Por ello la tarea urgente es fortalecer la naciente oposición de izquierda e impulsar la participación organizada del movimiento obrero independiente.