“Rescate global e integración regional” (parte V)
(El asunto de la Transición)
Por Sergio Barrios Escalante
Científico Social e Investigador. Escritor. Edita la revista virtual Raf-Tulum/
Introducción:
El objetivo central de esta quinta parte del ensayo en curso, consiste en sopesar la importancia de considerar con seriedad, la posibilidad de redefinir el estudio de los procesos de integración regional, como parte de la teoría de la transición, y a su vez, reflexionar acerca de las posibilidades reales de trabajar estos dos ámbitos, dentro de un esfuerzo de articulación más amplio o general, que nos conduzca hacia la construcción de nuevas teorías de alcance intermedio.
En una perspectiva puramente personal, sostengo que lo anterior se justifica, al menos en parte, por la evidente etapa transicional en la que actualmente se encuentran los más importantes núcleos del centro hegemónico del capitalismo mundial (reflejada en su actual crisis global), y a su vez, por la experimentación de un estado equivalente, en el que al parecer también estarían transitando ciertas naciones de Suramérica, en particular, Venezuela, Bolivia y Ecuador, y respecto del cual, al parecer, a última hora han impedido que ingresara también Honduras.
Y es que en efecto, existen ciertas razones de peso para considerar que estamos ante la presencia de dos tipos de transiciones igualmente sistémicas, pero con sentido y naturaleza distinta. Por un lado, la crisis económica mundial que afecta particularmente a los centros hegemónicos del sistema-mundo capitalista (SMC), afanado en estos momentos en la búsqueda de su acelerada recuperación.
Ese es precisamente el principal objetivo que persiguen con la puesta en marcha de los llamados planes de rescate global, lo cual indica, por una parte, que subyace en tales esfuerzos, la lógica de recuperar sus tradicionales tasas de ganancia, y por otro lado, la necesidad de mantener las acostumbradas posiciones de predominio sobre “sus” zonas periféricas, algo indispensable para garantizar la supervivencia de los mecanismos básicos de reproducción, acumulación y concentración de los grandes capitales.
Por el otro lado, nosotros, desde “nuestra” posición periférica, buscamos la manera de lograr “el desenganche” de tan perniciosa y endémica dependencia a los centros mundiales ahora en crisis. Y eso indica, que en al menos las tres naciones latinoamericanas arriba mencionadas, existen al menos ciertos indicios de que en estos momentos, puede en efecto estarse transitando por una verdadera y auténtica etapa de transición, aunque, al menos para el caso venezolano (véanse los trabajos de Edgar Lander y Margarita López), todavía no está claro la naturaleza, profundidad y alcances de los mismos. Creo que en relación a Bolivia y Ecuador (en cuanto a esfuerzo interpretativo), también hay importantes nebulosas por despejar.
Sin entrar por este momento en detalles acerca de lo que se entiende aquí por “transición”, basta con adelantarnos a observar el hecho palpable de que está naciendo en importantes zonas de ALC, una renovada noción acerca de la integración regional como vía real para acceder a mayores espacios de autonomía política y económica, es decir, como alternativa anti-hegemónica, o de “desenganche parcial” si se quiere.
Dado que históricamente las principales dinámicas económicas, políticas y sociales de ALC han estado dominadas e influidas grandemente por factores externos (en esto consiste nuestra “eterna maldición”), ello indica que, al menos en lo tocante a la búsqueda de la formulación, diseño, implantación, ejecución y desarrollo exitoso de nuevos procesos de integración regional autonómicos (IRA), la tarea será harto compleja, difícil y hasta peligrosa, como lo refleja el caso hondureño (se ha hablado incluso acerca de la probable lesión de intereses financieros de algunas transnacionales farmacéuticas norteamericanas, producto de la reciente incorporación de Honduras al Alba: aporrea.org/Observatorio Social Centroamericano: separata de prensa del instituto IDEAR-Congcoop: 05 de julio, 2009).
Al igual que lo sucedido en tiempos de la experiencia del Mercado Común Centroamericano (MCC), según Alfredo Guerra-Borges, el primer proyecto de integración económica y comercial implementado a nivel mundial, las actuales experiencias de integración como el Alba y el Mercosur (mencionadas ahora por su carácter autonómico), se están desenvolviendo en una atmósfera igualmente turbulenta e inestable, algo que a muchos hace recordar la atmósfera prevalente en tiempos del MCC a fines de los años 50 y en casi toda la década de los 60s.
En esa época, los factores exógenos jugaron un papel trágicamente nefasto para la experiencia centroamericana del MCC (sin obviar, por supuesto, el rol de la inestabilidad de origen estructural y endógena), entre los cuales se tuvieron, la inaudita elevación de las tasas de interés para los prestamos en el mercado financiero internacional, el alza espectacular en los precios de los hidrocarburos, el descenso dramático en los precios de los principales productos de exportación, y la profundización de la incidencia sobre la región de factores político-militares originados en la extensión hemisférica de la Guerra Fría (“Trade, Liberalization and Economic Integration in Central América”; World Bank, 1989, p. 11).
De la misma manera, hoy en día, cuatro décadas después, los procesos de integración regional de tipo autonómico se enfrentan a un sinnúmero de factores adversos provenientes del ámbito externo.
No es una mera coincidencia que en los tres países suramericanos citados actualmente aquí como en probable fase de transición, se hayan producido en los últimos años una serie de intentos de desestabilización política (frustrado golpe de estado en Venezuela en el 2002; atentados y sublevación política regional en Bolivia en el 2007; y, últimamente, campañas mediáticas de desprestigio internacional en contra del gobierno Ecuatoriano durante casi todo el 2009).
En ese contexto, se produce un golpe de estado al estilo de los tiempos dictatoriales del pasado reciente en Honduras, país de reciente ingreso al Alba, y se recrudecen las amenazas militares made in USA en contra de Caracas. De acuerdo con Heriberto Galindo, en la actualidad son un total de 9 bases militares norteamericanas –incluidas las de Aruba y Curazao- las que rodean a Venezuela (“América Latina: sigue el garrote”; H. Galindo, Jornada, 13 agosto, 2009).
Todo lo anterior se relaciona con el objetivo central de este artículo, que va expresado en el sentido de hacer ver la necesidad de llevar a cabo una “reconstrucción teórica” en torno a los nuevos procesos de integración regional.
Cuando algo se complejiza y dinamiza a niveles superlativos, hay al menos dos formas de enfrentarlo con éxito; una, simplificándolo hasta el límite de la irresponsabilidad, o intentando abarcarlo y comprenderlo en toda su dinamicidad, extensión, profundidad y complejidad (en su sentido “dialéctico” dirían los neo-marxistas). Y eso, lo segundo, solamente puede lograrse mediante el replanteamiento teórico, serio y sostenido, partiendo del supuesto de que nadie en sus cinco sentidos optaría por la primera opción ante algo tan importante.
Teorización sobre la transición: ¿ociosa necedad o herramienta analítica estratégica?
Al hacer una rápida revisión historiográfica de la teoría de la transición, de inmediato uno se percata de la enorme inversión de trabajo intelectual (horas/hombre y publicaciones individuales y colectivas), que desde hace más de cien años han invertido en ella las mentes más lúcidas en las distintas disciplinas de las Ciencias Sociales.
Desde los fundadores del socialismo científico en el último tercio del siglo XIX e inicios del XX, hasta Wallernstein a principios del siglo XXI, pasando por analistas de la talla de Preobrazhensky, Prebisch, Sweezy Althusser, y Coraggio, por mencionar apenas algunos de ellos, ha estado latente un debate que en forma intermitente y cíclica se abre y cierra, se estanca y con el tiempo se vuelve a retomar.
Por otra parte, casi de manera paralela al grupo anterior y con un humor muy diferente, han tomado posición antagónica no pocos científicos sociales, para quienes la teorización sobre la transición resulta redundante, por no decir ociosa.
Esta diferenciación tan marcada de criterios sobre un mismo asunto, asumida al menos por una parte de la comunidad científica de las disciplinas sociales, está relacionada, según mi opinión, con una diferenciación casi histórica entre dos grandes grupos de teóricos sociales; los que de alguna manera (algo burda) podríamos denominar como “generalistas” y los “empiristas”.
De alguna manera, los “generalistas”, han estado más interesados en teorías sociológicas de gran alcance (los llamados “meta-relatos” o grandes paradigmas teóricos con notorias ambiciones de interpretación universalista), mientras los “empiristas” (en el sentido epistemológico y positivista por supuesto), muy ajenos a esos “desvaríos”, se han preocupado más por la certeza de los descubrimientos de sus investigaciones empíricas, por cierto, menos presuntuosas pero más concretas.
En palabras de Merton, quien en los años sesenta se metió en y agitó estos debates, para el primer grupo su lema parece ser; “No sabemos si lo que decimos es verdad, pero por lo menos es importante”. Mientras que el lema del segundo grupo sería; “Esto que decimos es demostrable, pero no podemos señalar su importancia” (“Teoría y Estructuras Sociales”; Robert K. Merton, México, Fondo de Cultura Económica, 1964).
Un poco más atrás (cronológicamente hablando), Sweezy argumentaba con fuerza en contra de quienes (científicos sociales o no), defendían tácita o explícitamente el aparente carácter inmutable del capitalismo, y decía: “La mayoría de las gentes dan por supuesto el capitalismo, exactamente como dan por supuesto el sistema solar. La desaparición eventual del capitalismo, que a menudo se acepta en nuestros días, se considera en mucho del mismo modo que el eventual enfriamiento del sol, es decir, se niega su relación con los hechos contemporáneos” (“Teoría del desarrollo capitalista”: Paul Sweezy, Fondo de Cultura Económica, 1945, pp. 13).
En otras palabras, el citado autor no hacía otra cosa más que refrendar uno de los postulados básicos del marxismo clásico, respecto al carácter transitorio del capitalismo, y por ende, la importancia de estudiarlo continuamente en sus leyes fundamentales de movimiento (es decir, en su tránsito histórico de un modo a otro de producción, el cual, dicho sea de paso, representa el sentido original con el cual los promotores iniciales dieron vida y usaron este término).
Continúa Sweezy; “Para el marxista, por otra parte, el específico carácter histórico – esto es, transitorio-, del capitalismo, es una premisa mayor. Es en virtud de este hecho como el marxista puede, por así decirlo, permanecer fuera del sistema y criticarlo en su conjunto. Además, puesto que la acción humana misma es responsable de los cambios que el sistema sufre y sufrirá, una actitud crítica es no sólo intelectualmente posible, sino también moralmente significativa…” (Op cit).
A finales de los años sesenta, Sweezy continuaba hablando de la importancia de la teorización sobre la transición, pero ya no solamente en relación al cambio de un modo de producción a otro, sino también, para abarcar el estudio de cambios estructurales y políticos trascendentales en la vida misma de los países de la periferia (revoluciones nacionalistas, descolonización, derrocamiento de dictaduras y otros casos históricos especiales en la biografía contemporánea de los pueblos en el siglo XX).
En tal sentido, indicaba que “cada transición constituye un proceso histórico único que debe ser analizado y explicado en sus términos propios…”, así como recapacitaba al reconocer la “diversidad con que un mismo proceso de transición se presenta en los diversos países y en circunstancias históricas diferentes…” (“Teoría del proceso de transición”: Sweezy, Chitarin, et al,; Cuadernos de Pasado y Presente, Buenos Aires, 1973).
Althusser, por su lado, en un planteamiento bastante cuestionado por muchos de sus colegas contemporáneos, sostenía en los años setenta la necesidad de construir una teoría general de la transición, ahora ya no sólo para estudiar y conocer las condiciones del cambio de un modo de producción a otro, sino, en el caso específico de los países de la periferia capitalista, para poder resolver los problemas planteados por lo que se llama “subdesarrollo” (op cit, p. viii).
Prebisch, por su lado, a inicios de los años ochenta, durante la última etapa de su fecunda vida, realizó importantes esfuerzos intelectuales relativos a la cuestión de la transición en las sociedades latinoamericanas, desde la particular óptica de la perversa dependencia de la periferia hacia los centros hegemónicos del capitalismo mundial, fiel a su enfoque conceptual del cual él habría sido el indiscutible progenitor desde la mediados del siglo XX.
En tal sentido, planteó que la gran tarea histórica pendiente en nuestra región, era el tránsito desde el liberalismo político hacia el liberalismo económico, y para ello, proponía lo que denominó como la “teoría de la transformación”, en la cual, dicho muy esquemáticamente, proponía cambios estructurales a partir del accionar radical sobre la esfera re-distributiva (un poco al estilo de lo que hoy Lula y Bachelet realizan en sus respectivos países), en vez de concentrarse en la eterna pugna por el control de los medios de producción, asunto que para Prebisch era la causa de la perenne y pendular situación de guerras intestinas e inestabilidad política en América Latina (“La Periferia Latinoamericana en el Sistema Global del Capitalismo”: Raúl Prebisch, Revista de la CEPAL, No. 13, Santiago de Chile, abril de 1981).
Coraggio, por su parte, a mediados de los años ochenta, junto a un importante grupo de científicos sociales preocupados por el desarrollo de la teoría sobre la transición en los pequeños países periféricos (PPP), coordinó en la Nicaragua revolucionaria, en pleno proceso sandinista en ebullición, un interesante debate mediante un seminario internacional en el cual participaron destacados intelectuales de distintas partes del mundo, entre quienes puede mencionarse a C. Diana Deere, Hinkelammert, E. Baumeister, O. Neira, O. Nuñez Soto, P. Marchetti, José Aricó, M. Löwy, Bengelsdorf, FitzGerald, Mattelart y muchos otros del mismo nivel.
Esos eran los tiempos en los que la revolución sandinista atrajo la atención de numerosos intelectuales de gran prestigio mundial, en un amplísimo abanico que iba desde Chomsky hasta Cortazar, pasando por Galeano y Susan Sontag.
En el citado seminario de Nicaragua (tanto los que participaron de manera personal como los que lo hicieron por otras vías), se debatió acerca de los aspectos y factores centrales que intervenían en los procesos de cambio y transformación política, social y económica de un vasto conjunto de países periféricos en fase transicional, entre los cuales se encontraba la experiencia de la propia Nicaragua sandinista, Cuba, Chile en tiempos de Allende, Guatemala en época de Arbenz, Etiopía, Guinea-Bissau, Mozambique, Somalia y Tanzania. También sobre los procesos de Argelia, Angola, la República Democrática de Yemen, y los casos de Vietnam y Zimbabwe entre otros.
Desbordaría con creces los límites y propósitos propios de este documento el tan siquiera hacer una apretada síntesis de los importantes planteamientos que emanaron de ese debate, los cuales, dicho sea de paso, releyéndolos dos décadas después de su realización, en su inmensa mayoría permanecen con una asombrosa actualidad y frescura, tal y como si se hubiesen planteado esta misma mañana.
En vista de lo anterior, me limito por ahora a señalar que entre los principales factores de la “ecuación transicional”, que de una manera casi transversal se presentaron en lo que bien podríamos denominar como “conceptos operativos transicionales” (COT), en la gran mayoría de procesos sociales analizados, los participantes encontraron los siguientes denominadores comunes;
La cuestión de la autonomía política (en particular, en relación a los poderes imperiales y las oligarquías criollas); la crisis del “socialismo real” en el Este y la crisis de la “democracia real” en Occidente, ambas reflejo del derrumbe de los paradigmas dominantes del siglo XX; el asunto del “tamaño pequeño” (en relación a territorios, población, mercados, recursos naturales, influencia internacional, fuerza militar etc.); la posición periférica (en relación a los centros hegemónicos del gran capital); la condición de atraso (en términos de rezago tecnológico y general); la cuestión de la teorización -“con cabeza propia”- desde (y en) la periferia; la cuestión étnica y las demandas históricas por la construcción de Estados pluri-nacionales; las complejas dinámicas de clase, Estado y partido que se generan en todo proceso de transformación; la construcción del “sujeto revolucionario” de los cambios; el asunto del “modelo” a seguir, a construir y/o a desechar; y el inevitable factor de la agresión externa e interna, como respuesta cuasi automática por parte de los sectores reaccionarios en todo proceso de cambio estructural de naturaleza progresista (“Las condiciones de la transición en los pequeños países periféricos”; José Luis Coraggio y Diana D. Deere, co-editores: Siglo XXI Editores, México, 1986).
La integración regional autonómica como proceso transicional
Una rápida y superficial revisión de los factores de la ecuación transicional arriba citados (abreviados aquí como COT), permiten constatar que igualmente, en la actualidad muchos de ellos se encuentran presentes en los procesos de la IRA en marcha, particularmente en los tres mencionados de la región suramericana.
Basta con recordar que en el caso del Mercado Común Centroamericano (MCC), a mediados de los años cincuenta e inicios de los sesenta, existía la búsqueda de cierta autonomía política como propósito subyacente, aunque esto no se pusiera en evidencia de una manera explícita.
Es curioso observar que al igual que en la presente experiencia de integración regional conocida como el ALBA, el proceso integrador del MCC fue igualmente saboteado de muchas maneras, curiosamente, por los mismos que ahora le ponen tropiezos a esta iniciativa continental de carácter autonómico. En aquel entonces, incluso, dicho proceso fue saboteado a través de ridículos pretextos militares (la “guerra del futbol” por ejemplo), coincidentemente, con el apoyo de Honduras, el mismo país que ahora vuelve a hacer lo mismo en contra de uno de los eslabones de otra importante iniciativa integradora.
Autonomía y agresión, al igual que en los procesos “ortodoxos y heterodoxos” de la transición, también están presentes en los procesos de la IRA. Veamos rápidamente otros dos conceptos operacionales transicionales; “tamaño pequeño” y “atraso” que también están presentes en la actual experiencia integradora.
En la denominada Iniciativa para la Cuenca del Caribe (ICC), el antecedente inmediato al Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Centroamérica y República Dominicana (DR-CAFTA), ideado y promovido por Washington, prevalece una cierta noción de “países cluster” (o “países-despensa”, como satíricamente le han denominado algunos economistas), en la cual EEUU juega -y se aprovecha- con el tamaño y el rezago tecnológico e industrial de los reducidos mercados de las pequeñas repúblicas bananeras de Centroamérica y del Caribe, sacando el máximo provecho de las evidentes asimetrías existentes con relación a sus contrapartes.
En este caso, la ICC sería el ejemplo clásico del germen de un proyecto de integración sub-regional No-autonómico, pero igualmente, encontramos de nuevo involucrados de manera completamente directa estos otros dos factores transicionales, que es lo que ahora me interesa resaltar.
De manera muy personal me parece que visualizar y estudiar los actuales procesos de la I.R.A., como una forma derivada u homologable a los procesos de transición, tal y como se llegaron a entender y estudiar en el pasado reciente de los PPP, constituye una decisión de suma importancia no sólo para la academia, sino también para quienes realizan el complejo trabajo del diseño técnico y la implementación política de los diversos proyectos de la IRA (UNASUR, MERCOSUR, ALBA etc.).
Algunas implicaciones prácticas sobre las ventajas de vincular la teoría de la transición al estudio de los actuales procesos de integración regional autonómicos.
(A modo de recomendaciones)
- Nos permitiría diferenciar entre dos tipos básicos de integración regional; una de carácter progresiva (autonómica, como el ALBA, MERCOSUR, UNASUR), y otra de tipo regresiva (anexionistas como la ICC, NAFTA, el DR-CAFTA, el ALCA y otras de su tipo).
- Como ejercicio de abstracción científica, nos permitiría ahondar en el conocimiento las especificidades de las distintas formaciones sociales latinoamericanas (un trabajo ya iniciado anteriormente por científicos sociales como Celso Furtado, Theotonio Dos Santos, G. Frank, O. Sunkel, entre otros), e intentar determinar de esa manera, que tienen de común (y de diferente), las actuales dinámicas dominantes que ejercen el papel rector del capitalismo en el Perú, en México, Panamá, Argentina y así consecutivamente.
- Permitiría conocer con mayor exactitud, qué sociedades latinoamericanas se encuentran realmente en transición (en el sentido “clásico y en el heterodoxo del término, y no en el sentido ordinario o común, ya que, aunque parezca paradójico, en realidad toda sociedad está siempre en tránsito pero no en transformación).
- Permitiría ampliar, mediante la aplicación de los aquí llamados “Conceptos Operacionales de la Transición” (COT), la noción de los procesos de integración regional a horizontes y concepciones integrales, que van mucho más allá de simples acuerdos de asociación económica, comercial, arancelaria y/o fiduciaria.
- Permitiría abrir un poco más la “cancha” de los procesos y estudios de la integración regional a un enfoque multi-disciplinario, donde la economía política, la sociología general, la antropología, la psicología social, el etno-desarrollo y otras ramas de las ciencias sociales tendrían algo que decir.
- En íntima conexión (y/o consecuencia directa de lo anterior), permitiría ampliar los actuales marcos de interpretación analítica que se utilizan en los estudios de la integración regional, al incorporar nuevos “actores interpretativos” (en atención a la sutil advertencia de Rossanda, al sostener, palabras más palabras menos que “la pureza y neutralidad técnica no existe…todo tiene connotaciones políticas…” (“Poder y Democracia en la sociedad de transición”: Rosana Rossanda; en “Teoría del Proceso de Transición”; autores y editorial citadas).
- Permitiría evidenciar nuevas formas de potenciar las ventajas estratégicas subyacentes en todo proceso de integración regional (en la perspectiva mencionada por A. Guerra-Borges en varios de sus estudios, y que él identifica básicamente, entre otros aspectos, con la virtud de redimensionar la capacidad de negociación internacional de los países participantes; permite la incorporación de tecnologías que elevan la productividad y la competitividad e incrementa la capacidad exportadora de las naciones involucradas; y amplía y dinamiza el potencial de intercambio comercial intra-regional).
- Permitiría por otra parte, conocer mejor las asimetrías existentes entre las distintas economías involucradas en los procesos de integración regional, a fin de reducir sus efectos perniciosos y realizar diagnósticos y prognosis sobre diferente tipo de limitaciones (o ventajas) inherentes a los procesos socio-económicos y políticos de las sociedades en vías de integración formal.
- Permitiría proporcionar un marco de referencia general al ya extenso y complejo enjambre de acuerdos bilaterales (intra y extra-regionales), que en los últimos años (y meses) se han generado en distintas zonas de ALC, en una dinámica particularmente intensa por parte de países específicos como Brasil, Venezuela, Argentina, Bolivia, Perú, Colombia y un poco más rezagado, México.
- Y adicionalmente, permitiría la incorporación y vinculación más directa por parte de la academia, los centros de investigación especializados o no en la temática, los movimientos sociales latinoamericanos y gremios, a la discusión, reflexión y a la formulación de propuestas técnica y socialmente sustentadas, de frente a las instancias gubernamentales de regímenes progresistas latinoamericanos, cuyos equipos especializados tradicionalmente han manejado con cierto celo semi-feudal y burocrático “su” campo tecnocrático. En suma, permitiría democratizar el debate y la formulación de propuestas en torno a los procesos de la I.R.A.
Algunas consideraciones finales y conclusiones globales provisionales
En primer lugar, en relación al nuevo contexto transicional que actualmente estamos viviendo, de elevadísima complejidad en ambos extremos de la polaridad sistémica del sistema-mundo capitalista (en el centro “avanzado” y en la periferia “rezagada”), no se puede dejar de señalar el inevitable impacto directo que tal tipo de coyunturas históricas conllevan para el desarrollo de la teoría socio-económica en ambas “zonas” del mundo.
A manera de ilustración, resulta oportuno recordar como los catastróficos acontecimientos experimentados en el centro del capitalismo mundial, durante la Gran Depresión de los años 20s en el siglo pasado, impactó profundamente en las perspectivas teóricas de importantes teóricos, entre ellos, Keynes.
Al mismo tiempo, aquí en ALC, los mismos acontecimientos telúricos impactaron directamente en el quehacer reflexivo de toda una generación de científicos sociales. En tal sentido, Prebisch es quizá uno de los casos más emblemáticos. Tal y como lo menciona Sergio Layas., en su escrito “Vigencia actual del Pensamiento de Raúl Prebisch”, el descalabro financiero de esa época traería al suelo también algunas de las románticas nociones que el economista argentino tenía sobre ciertos supuestos “sagrados” de la economía liberal, tales como la famosa y pretendida “eficiencia del mercado como asignador y re-distribuidor de la riqueza social y otros mitos…”
De hecho, fue tan decisiva la influencia de tales acontecimientos ocurridos en el corazón del capitalismo mundial, que a raíz de ellos el economista argentino desarrolló una serie importante de enfoques, tesis y conceptos de nuevo tipo (“centro y periferia”, “desarrollo desigual”, “sustitución de importaciones” etc.), que poco tiempo después habrían de influir decisivamente en la generación de toda una nueva corriente teórica en las Ciencias Sociales latinoamericanas y mucho más allá.
De ahí que valga la pena recordar que los cataclismos económicos también tienen un impacto directo en la reflexión teórica, produciendo igualmente determinadas “rupturas de nivel” en las perspectivas y puntos de vista dominantes en ciertos ámbitos de la comunidad científica. Como sostenía Alberto Rocha, poco antes de la explosión de la actual hecatombe económica; “el pragmatismo neoliberal” ha entrado plenamente en crisis (“Un dilema político en la encrucijada histórica del proceso de integración económica de América Latina y el Caribe”: Alberto Rocha; Dossier de Sociología; Porto Alegre, año 6, No. 11, junio del 2004).
En segundo lugar, relacionado con el importante asunto de las posibilidades de desarrollar una “teoría general de la transición”, un tema bastante viejo que viene desde antes del triunfo de la revolución soviética, cuya posibilidad siempre fue rechazada por Lenin, y que décadas más tarde (en los años 70s), Althusser volvió a plantear de nuevo como una posibilidad real y factible, en particular, en una posible e hipotética aplicación ya no del tránsito de un modo de producción a otro (es decir, del capitalismo al socialismo), sino del pasaje del sub-desarrollo hacia el desarrollo en los PPP, convendría puntualizar un par de cosas al respecto, pues aunque pareciera lo contrario, la tentación de analizar la realidad socio-económica latinoamericana como un todo, aún sigue latente hoy en día entre mucha gente.
Cabe al respecto utilizar el caso de la naciente URSS a principios del siglo XX como “modelo metafórico” (y nada más como eso), a fin de ilustrar una situación que igualmente se repite en todos los rincones de ALC, en otras partes del mundo y en distintos períodos históricos.
Desde los primeros días del triunfo de la revolución en un país tan enorme y complejo, Lenin se percató de la imposibilidad de construir y aplicar exitosamente una teoría general de la transición para tan vasta porción del planeta. Su argumento principal (como incontrastable), fue que en cada forma concreta de sociedad (un país cualquiera), confluyen de manera simultánea diferentes formaciones sociales, entendiendo como tales, a distintos modos de producción, los cuales, de ordinario se hayan en constante y cambiante interrelación orgánica o sistémica.
El dirigente ruso rápidamente se dio cuenta de que en tan gigantesco y complejo país, convivían al mismo tiempo formas de economía patriarcal, pequeña producción mercantil, expresiones avanzadas de capitalismo privado industrial y semi-industrial, capitalismo de estado, e incluso, ciertos gérmenes de relaciones de producción socialistas.
De esa cuenta, fue que muy pronto se percató de que era totalmente impractico e inefectivo el construir una “teoría general de la transición” (para esa ni para ninguna otra sociedad), pues a lo interno de cada formación social, cada modo de producción imbricado en múltiples y complejas interrelaciones tenía su propia lógica y dinámica de reproducción, de acumulación y articulación.
De allí que este dirigente revolucionario haya dejado de lado esa idea “generalista” y a cambio, propugnara por algo mucho más modesto pero realista, como lo fue, la construcción de una estrategia de la transición, con el fin de que tal perspectiva teórica-reflexiva diera cuenta de la complejidad resultante de una amalgama entreverada de diversos modos de producción semi-feudales, precapitalistas y capitalistas, pero (y un pero bastante importante), separando con absoluta claridad dos ámbitos distintos de interpretación; los procesos históricos abstractos y los procesos históricos concretos.
Basado en las argumentaciones anteriores, Gerratana argumenta que tales razonamientos también tienen vigencia para el caso latinoamericano, oponiéndose por ello, a las propuestas ya señaladas líneas arriba, y que fueran externadas por Althusser en los años setenta, y que dicho sea de paso, también fueron sacadas a relucir y discutidas en el mencionado seminario de Nicaragua en los años ochenta (“Formación económica-social y proceso de transición”: V. Gerratana; en “Teoría del proceso de transición”; autores y editorial citados).
Toda esta discusión de alguna manera nos hace recordar los planteamientos casi proféticos de Merton, cuando entre otras cosas sostenía al respecto de la imposibilidad en ese entonces (mitad de los años 60), de construir teorías generales de largo alcance;
“Quizá la sociología no está aún lista para su Einstein porque todavía no tuvo su Kepler. Hasta el incomparable Newton reconoció en su día la aportación indispensable de la investigación cumulativa cuando dijo: “Si vi a mayor distancia, es porque me elevé sobre los hombros de gigantes…”
Y cerró su idea con esta otra frase;
“Creo, y las creencias están desde luego notoriamente expuestas a error, que durante algún tiempo futuro son las teorías intermedias (énfasis mío) las que más prometen, siempre que, en la base de esa modesta búsqueda de uniformidades sociales, haya un interés duradero y penetrante en unificar las teorías especiales en un conjunto más general de conceptos y de proposiciones mutuamente congruentes” (“Teorías generales, teorías especiales y teorías intermedias”: Robert K. Merton, en; “Teoría y estructuras sociales”; México: Fondo de Cultura Económica, 1964, pp. 15-20; incluido (y citado) en; “Teoría del Método en las Ciencias Sociales”; C. Gutiérrez y A. Brenes; Editorial Educa, San José, Costa Rica, 1977).
Cincuenta años después, fácilmente puede apreciarse que las profecías de Merton tenían fundamento. Los grandes paradigmas del capitalismo y el socialismo real están hoy en quiebra, y ante ello, resulta más que evidente que las Ciencias Sociales del siglo XXI deben replantearse muchas cosas, sin esperar a la llegada de “su Einstein”.
Todo mi alegato en el presente artículo (ahora sí), se resume en lo siguiente; debemos de considerar con seriedad la posibilidad de redefinir el estudio de los procesos de integración regional, como parte de la teoría de la transición, y a su vez, articular ambos campos cognitivos (o procesos sociales), dentro de la estructuración de nuevas teorías de alcance intermedio. La ausencia de grandes y nuevos paradigmas no nos debe quitar el sueño.