La “tercera independencia” de Centroamérica: una necesidad histórica e inmediata.
A 201 años de la proclamación de la primera independencia de las provincias de Centroamérica, el 15 de septiembre de 1821, la independencia sigue siendo una aspiración y una necesidad histórica. Centroamérica es el único caso en América Latina en que las mismas autoridades coloniales fueron quienes proclamaron la independencia, como una maniobra preventiva para evitar que los de abajo la proclamasen con las armas en la mano.
Los acontecimientos en México, especialmente el Tratado de Córdoba del 24 de agosto de 1821, entre Agustín de Iturbide y Juan O'Donojú, que permitió una salida negociada de la guerra civil y proclamar la independencia de lo que sería el imperio mexicano, fueron decisivos para forzar a las autoridades coloniales de Centroamérica, a confabularse con los oligarcas criollos y repetir, a una escala mucho menor, lo que ocurría en el antiguo virreinato de la Nueva España.
Este pacto de cupulas dio como resultado la proclamación de la primera y aparente “independencia” de Centroamérica, y que solo fue un peldaño para imponer la anexión forzada al naciente imperio mexicano de Agustín de Iturbide.
Fue la resistencia de los pueblos en las diferentes provincias, especialmente en El Salvador y Nicaragua, y los acontecimiento que provocaron el derrocamiento de Iturbide en marzo de 1823, lo que obligó a la salida de las tropas mexicanas que ocupaban Centroamérica, que estaban al mando del general Vicente Filísola, y quien se encargó de organizar la transición que terminó en la proclamación de la segunda independencia, el 1 de julio de 1823, con la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente, bajo el sistema legal de la época colonial, y posteriormente con la proclamación y creación de un nuevo Estado que se denominaría “Provincias Unidas de Centroamérica”.
El periodo transcurrido entre el 15 de septiembre de 1821 al 22 de noviembre de 1824, cuando fue aprobada la Constitución de la República Federal de Centroamérica, fue de labores de parto de la nueva nación y el nuevo Estado Federal, pero este nació deformado: lejos de ser un Estado Federal, que diera autonomía a las provincias que se convirtieron en Estados, se mantuvo camuflado el centralismo y el poder de la oligarquía de Guatemala, generando la desconfianza de los pueblos en las diferentes provincias.
Nuestra segunda y verdadera independencia fue efímera (1823-1838), estuvo entrelazada desde su inicio a la existencia de un Estado Federal, con muchas deformaciones, que terminó derrumbándose, por la incapacidad manifiesta de las fracciones liberales, entre ellas la del propio general Francisco Morazán, que no quisieron o no pudieron impulsar la revolución democrática, que reconociera los territorios de las comunidades indígenas, les otorgara derechos ciudadanos a los indígenas, que eran la mayoría de la población. Al no hacerlo, la reacción terminó apoyándose en las masas indígenas, manipuladas por los curas y los caudillos, para darle el tiro de gracia el Estado Federal.
A partir de 1848 comienza nuestra verdadera tragedia. Los pequeños Estados que surgieron de la desmembración de la república federal, no fueron capaces de mantener la independencia política. En la segunda mitad del siglo XIX se perdió la conciencia del origen común, y los nuevos Estados, productores de café, fueron convirtiéndose cada vez en semicolonias del imperialismo norteamericano en ascenso.
Todos los intentos de reunificación de Centroamérica en el siglo XIX y comienzos del siglo XX, fracasaron porque se toparon, por un lado, con la incapacidad de las oligarquías, y por el otro lado, con enemigos externos, algunos de ellos, disfrazados de amigos, como fueron Estados Unidos, México y Colombia, que hicieron cuanto pudieron para impedir el nacimiento de un nuevo Estado Federal en Centroamérica.
Ya a comienzos del siglo XX Estados Unidos consolidó su dominio y control sobre los pequeños países de Centroamérica, con invasiones militares y apoyando el establecimiento de dictaduras militares, sobre todo en le segunda mitad del siglo XX.
El interregno “democrático” y neoliberal de 30 años que se produjo después de los Acuerdos de Esquipulas II, (1987-1996) ha llegado a su fin con el establecimiento de regímenes bonapartistas y nuevas dictaduras. Centroamérica languidece en la pobreza y la marginalidad social, que obliga a una migración constante.
Una vez declaramos que la necesidad de una tercera y definitiva independencia que proclamen la reconstrucción del Estado Federal es un necesidad histórica e inmediata en Centroamérica.