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El peligroso crecimiento de la ultraderecha en Europa y América Latina

La crisis del sistema capitalista y el acelerado deterioro del nivel de vida provoca la desesperación de amplios sectores de la clase media y las masas populares en todos los países. Este fenómeno no es latinoamericano, sino mundial.

Los principales países imperialistas de Europa, Alemania e Inglaterra, solo para citar los ejemplos más descollantes, están siendo sacudidos por la recesión y la crisis económica. Una oleada de huelgas sacude a la vieja Inglaterra y movimientos similares se observan en Alemania. Hace pocos meses, Francia fue sacudida por gloriosas jornadas de lucha contra el aumento de la edad de jubilación.

Estas son las primeras reacciones de los trabajadores y las masas populares ante la agudización de la crisis económica y la caída constante del nivel de vida. No obstante, a nivel político se observa un fenómeno contrario: los votantes europeos, ya no confían en los partidos reformistas y socialdemócratas, porque nunca cumplen lo que prometen, sino que se inclinan ahora por los partidos de extrema derecha.

El año pasado, en Francia, el partido de ultraderecha “Frente Nacional”, sacó en segunda vuelta el 41,5% contra el 58,5% de los votos a favor de Macron. Fue la segunda ocasión que el partido de ultraderechista Marie Le Pen paso a segunda vuelta electoral (2017 y 2022).

En 2022, en las elecciones parlamentarias de Suecia, los partidos de extrema derecha son mayoría. En Polonia, un país clave en los planes de la OTAN, gobierna la coalición de dos partidos de extrema derecha: Ley y Justicia (PiS) y Polonia Solidaria (SP). Hungría, en el este de Europa, es gobernada desde hace más de 12 años por el ultraderechista Viktor Orban, amigo de Donald Trump.

En Italia, por primera vez desde la caída del fascismo, una coalición de la derecha y la extrema derecha llevó al gobierno en octubre de 2022 a Georgia Meloni. En junio de este año, en Grecia, el derechista Nueva Democracia obtuvo el 40.5% de los votos, desplazando a Syriza que obtuvo un 17,8%. Reciente, en las elecciones estatales en Alemania, el partido ultraderechista Alternativa para Alemania, arrasó con el 52% de los votos. Es la primera vez que ocurre desde el aplastamiento del nazismo.

En las recientes elecciones en España, el franquista Partido Popular (PP) junto a Vox, partido de extrema derecha, casi logran la mayoría necesaria para constituir un gobierno. Para constituir un nuevo gobierno de coalición, Sánchez tendrá que recurrir a los votos de los partidos nacionalistas vasco y catalán. Y así sucesivamente podríamos citar muchos ejemplos más.

En América Latina vivimos un proceso similar. Oscilando entre un ciclo de gobiernos “progresistas” y reaccionarios, también ha habido un auge de gobiernos derechistas en Brasil y Colombia, que ha sido frenado momentáneamente con los gobiernos de Lula y Petro. En Chile, aunque ganó las elecciones un frente electoral reformista, la derecha logró frenar la aprobación de la nueva Constitución, y desde entonces, recuperando poder, libra una batalla sin cuartel para castrar al gobierno de Boric.

Las recientes elecciones internas en Argentina, han elevado a la cúspide a Javier Milei, un diputado demagogo, aventurero, que se autodenomina “liberal”, y que tiene un programa de ultra derecha para resolver a golpes y patadas la permanente crisis del capitalismo en Argentina.

El crecimiento político de este tipo de aventureros se debe a la desesperación de las masas, cansadas de los gobiernos peronistas que, lejos de resolver la crisis en beneficio de las masas, las someten a políticas neoliberales que no logran resolver la crisis económica y hunden más al país.

Aunque los fenómenos de crecimiento de la ultraderecha, tanto en Europa como en América Latina, tienen diferencias y similitudes, por el tipo de sociedad en que se desarrollan, tienen un común denominador: el cansancio de los votantes ante las promesas incumplidas. Todos prometen democracia, pero recetan represión y restricciones a las libertades democráticas. Todos prometen bienestar económico y el resultado es un ajuste permanente que reduce a cero las conquistas de las décadas anteriores.

La crisis del capitalismo está produciendo un auge de la ultraderecha. Algunos de estos partidos son verdaderamente neofascistas, que aprovechan la desilusión con la democracia, pero explotan sus bondades. Todavía no usan la cachiporra y la metralleta contra los trabajadores, pero se alistan para hacerlo.

Centroamérica no escapa de este fenómeno. La dictadura que Bukele está construyendo en El Salvador poco a poco abandona el lenguaje populista. En Costa Rica, el aspirante a dictador, el presidente Rodrigo Chaves, lucha desesperadamente por quebrar las instituciones heredadas del periodo del estado de bienestar.

Confiamos en que las condiciones objetivas del capitalismo en descomposición harán madurar rápidamente a una nueva vanguardia revolucionaria, que se coloque como una alternativa de poder, para solucionar la crisis que destruye nuestras sociedades sometidas a la barbarie.

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