por Pierre Rousset
Inprecor N° 266, 23 de mayo de 1988
Vietnam, 1968. El 31 de enero, la ofensiva del Têt (1) comienza. Las fuerzas de liberación atacan casi simultáneamente a las posiciones enemigas en todas las grandes ciudades de la mitad sur del país (2), en 36 de las 44 capitales de provincia, así como en otros 64 centros locales. Durante tres semanas, se pelea en el corazón de Saigón, hasta en el santuario de la embajada norteamericana, parcialmente ocupada por un comando revolucionario. Los zapadores y las fuerzas armadas locales se encuentran generalmente en primera línea, en esta ofensiva sin precedentes. Las fuerzas regulares obligaron por su parte, al ejército norteamericano a un combate frontal de gran envergadura alrededor de la base de Khe Sanh, cerca de la línea de demarcación entre el Sur y el Norte del país. Hué, en el centro de Vietnam, es conquistada por el Ejército popular. La batalla de Hué dura hasta el 24 de febrero. Los norteamericanos no logran retomar el control de la ciudadela imperial después de haber destruido bajo los bombardeos el 80 % de este viejo símbolo.
Todo el mes de febrero prosiguieron los combates a través del país. Una segunda oleada de combates alcanza, en mayo, 119 centros urbanos y bases militares. Luego de la tercera oleada, en agosto-septiembre, las fuerzas de liberación atacan más sistemáticamente a las instalaciones norteamericanas. Pero es en febrero cuando se desarrolla el grueso de la ofensiva del Têt en 1968.
El esfuerzo consentido por las fuerzas de liberación durante este año bisagra, es considerable. Sin embargo, frente al potente fuego norteamericano, se produce un reflujo de la oleada revolucionaria. Los EEUU se benefician, al sur de Vietnam, con el monopolio absoluto de la aviación, con una ventaja considerable en armamento pesado, artillería y blindados. Los portaviones, que aumentan holgadamente, están fuera del alcance. Se inicia un repliegue. Aún no se da la victoria en esta oportunidad. Harán falta siete años más, y cuántas pérdidas, para que la revolución lo logre finalmente.
En EEUU, el golpe es terrible. A pesar de las informaciones recogidas ante el desencadenamiento de la ofensiva, el comando y el gobierno norteamericanos no supieron prevenirla ni prever su amplitud. El régimen survietnamita y el ejército saigonés hacen una ruin figura. Los combates se desarrollan frente a las cámaras de televisión. Las imágenes de muerte, instantáneas, penetran en los hogares. El movimiento antiguerra toma, en los EEUU, un nuevo vuelo. El sentimiento antiguerra se vuelve verdaderamente un factor político mayor.
La hora de la solidaridad
En el mundo, la hora es de la solidaridad con el pueblo vietnamita. La juventud radicalizada denuncia, desde México a París, la intervención norteamericana. La realidad de la dominación imperialista aparece sin disfraz, en la puesta en escena de esta guerra destructiva, masiva y tecnológica, contra un pueblo pobre que lucha por su derecho a la autodeterminación. La resistencia es heroica, la justicia está de su lado. Aún más, la victoria desde ahora parece posible, incluso si ella se aleja de nuevo en marzo. El Têt de 1968, galvaniza en muchos países a los sectores radicalizados y contestatarios de la juventud. Un latigazo es dado a las movilizaciones que anuncian el Mayo del 68 francés. Muy sintomáticamente, al grito de “Ho, Ho, Ho Chi Minh – Che, Che, Che Guevara” nuestras manifestaciones toman la delantera.
Comienzan las conferencias de París entre los vietnamitas y los norteamericanos. Pero sólo se trata aún de proseguir en la arena diplomática el combate en curso en el terreno político y militar. Las verdaderas negociaciones se iniciarán unos años más tarde. Ellas desembocarán en los Acuerdos de 1973 y el retiro de las fuerzas norteamericanas de Vietnam.
La ofensiva del Têt es uno de los más grandes acontecimientos políticos y militares de estas últimas décadas y es también uno de los más complejos. Para los “desilusionados” de 1968 y de Vietnam, como para los intelectuales de la nueva derecha, ella es sin embargo simplemente una muestra del “mito” revolucionario, incluso de la creación mediática. Si la televisión no hubiera estado en el lugar, suspira un Kissinger (3), el curso de la guerra de Vietnam habría podido ser cambiado.
Sin embargo, particularmente en este caso, los medios no han creado el hecho. Incluso no han podido amplificarlo, en tanto que era importante por sí mismo. Ellos simplemente han revelado al mundo y a la población norteamericana, para gran perjuicio de Washington, de un gobierno llamado democrático cuya política extranjera sostenía su capacidad de mentir libremente a sus electores. Los medios no han inventado el horror de la agresión imperialista, incluso probablemente jamás pudieron transmitirla en su profunda realidad, vivida.
Una guerra injusta
Si la opinión pública se dio vuelta cada vez más contra la sucia guerra en Vietnam, no era por el hecho de una agitación artificial, sostenida por los periodistas de televisión. Es porque demasiados soldados norteamericanos morían; porque la ofensiva del Têt mostraba que después de años de intervención militar, la victoria de los EEUU se alejaba más que nunca. Esta guerra injusta no tenía fin.
Lejos del mito, los acontecimientos vietnamitas de 1968 fueron reveladores. En su complejidad, ponían bien al día los rasgos esenciales del mundo contemporáneo –aún mucho más de lo que nosotros lo comprendíamos hace veinte años, mientras que nos movilizábamos en defensa de esta lucha de liberación ejemplar.
Nosotros percibimos en el momento, aunque probablemente demasiado superficialmente, lo que revelaba el Têt de 1968 en cuanto al límite de la potencia norteamericana y en cuanto al potencial extraordinario de una resistencia popular. La revolución vietnamita ya había sido, en los años 50, de aquellas que habían hecho fracasar a las grandes potencias clásicas, como Francia y Gran Bretaña. La victoria de la revolución cubana, en 1959, arrojó un formidable desafío al nuevo gendarme del mundo capitalista, los EEUU, incapaces de imponer su ley al régimen castrista, establecido a lo ancho de sus costas.
La revolución vietnamita es, en los años 60, una de las primeras en sufrir a pleno látigo el esfuerzo de guerra contrarrevolucionaria desplegado por Washington en respuesta al desafío cubano. Detrás de la presencia francesa, la intervención norteamericana en Vietnam comenzó fuerte desde temprano, mucho antes de 1954. Desde 1961, los consejeros norteamericanos llevaban a cabo su “guerra especial”. Pero es en 1965 que la escalada militar norteamericana comienza verdaderamente con el compromiso total de las fuerzas aéreas sobre el teatro de guerra indochino y el desembarco, en Vietnam del Sur, de un cuerpo expedicionario que alcanza rápidamente los 550.000 hombres.
Con todos los medios de los que dispone, Washington compromete en Vietnam una verdadera parte del dominio imperial. Se trata ante todo de restablecer la credibilidad de la potencia norteamericana, dolorosamente mal ubicada, por la lamentable expedición de la Bahía de los Cochinos en Cuba en 1961. Al filo de los años, la prueba vietnamita se vuelve una pieza maestra de la política mundial de los EEUU. Y es un fracaso, precisamente anunciado por la ofensiva del Têt en 1968.
Una parte del dominio imperial
El fracaso comienza en el mismo Vietnam. A pesar de la gravedad de los golpes dados a las fuerzas populares, la máquina de guerra norteamericana no logra quebrar el esqueleto de la resistencia; un partido comunista y un movimiento de liberación enraizados en el terreno nacional y social del país. Ayudada por décadas de experiencia, la resistencia demuestra su dureza y su movilidad. Se adapta a las nuevas condiciones siempre prosiguiendo un combate prolongado. Guarda la iniciativa estratégica, retomando regularmente la iniciativa táctica –y esto, en los terrenos político, militar y luego diplomático. Para Washington no hay victoria militar posible en estas condiciones.
Por el contrario, el imperialismo norteamericano se encuentra prisionero de los mismos medios que él utilizaba en Vietnam. Le hacía falta proteger los cuerpos expedicionarios y el ejército saigonés, reducir pérdidas políticamente insoportables, siempre asegurando el control del territorio a riesgo de ofrecerse a los golpes del enemigo. El ejército contrarrevolucionario se encuentra en una postura estática. El gobierno norteamericano depende cada vez más de una tecnología pesada y de un régimen corrupto, que él alimenta y que permanece más preocupado por sus luchas fraccionales intestinas que por la conducción del combate contra el comunismo. Washington lleva hasta el final un esfuerzo de guerra cada vez más costoso y una economía survietnamita cada vez más artificial. Círculo vicioso. No hay victoria política posible frente a la revolución, en tales condiciones. Es el impasse.
La “vietnamización”
El fracaso vietnamita se vuelve para el gobierno norteamericano, un fracaso nacional e internacional. Es con la ofensiva del Têt que la burguesía, la clase política y la casta militar norteamericanas comienzan a tomar conciencia de los límites de su potencia 4. Los recursos norteamericanos no son inagotables. La continuidad del esfuerzo de guerra entra en contradicción con las necesidades de la economía, mientras que se anuncia la crisis del dólar y el fin del período de expansión. El ambiente de los negocios se inquieta. La concentración de esfuerzos militares en Vietnam cuestionan el despliegue mundial de las fuerzas norteamericanas –desde Europa a Medio Oriente, desde el océano Indico al Pacífico Norte- y frena, a falta de medios financieros, la modernización de las armas. Cuando Corea del Norte apresa un navío espía norteamericano, Washington no puede reaccionar. El Pentágono se divide. El costo humano –en vidas norteamericanas, se entiende- se vuelve inaceptable para la población. Es en 1970 que el sentimiento antiguerra logra su punto más elevado en los EEUU. Los políticos se enloquecen.
Ahora bien, la política de “vietnamización” de la guerra, que después de 1968 apunta a reemplazar a los muertos norteamericanos por muertos vietnamitas, exige inversiones materiales masivas. De nuevo, el círculo vicioso.
Harán falta entonces varios años para que la evidencia se imponga a Washington: es necesario negociar, esperando todavía evitar la derrota, pero ya sabiendo que la victoria es imposible. Es sin dudar el Têt de 1968 el que comienza a revelar esta doble realidad: los límites de los recursos del más potente de los imperialismos, y la importancia de los recursos de los cuales puede beneficiarse una resistencia a la vez popular y nacional. Viejas verdades ciertas, pero que había que reactualizar. Son los pueblos de Indochina que debieron y supieron asestar esta demostración en el momento en que la Casa Blanca quería imponer la Pax Americana al mundo entero. Ellos pagaron por hacer esto, un costo muy elevado.
Un abanico de objetivos
La ofensiva del Têt revelaba también este costo y las nuevas dificultades de la lucha revolucionaria. Esto fue mucho menos percibido por nosotros en ese momento. Sabemos que “a la hora de la hoguera, sólo hay que mirar la luz”. No es menos importante reflexionar sobre los problemas de los revolucionarios contemporáneos, con sus rinconcillos oscuros y las contradicciones a las cuales deben hacer frente.
Es en enero de 1968 que el Buró político del Partido Comunista del Vietnam (PCV) tomó la decisión última de provocar la ofensiva del Têt. Debía ser un punto de inflexión en la guerra, torciendo cualitativamente su curso. La dirección del Partido guardaba prudentemente un abanico bastante abierto de objetivos, que iba desde una hipótesis “alta” (la apertura de una “brecha” que permita ulteriormente una victoria rápida), hasta una hipótesis “baja” (próxima a lo que pasó, con la apertura de una crisis política en los EEUU, el duplicado de las contraofensivas militares duras por parte de Washington, anunciando un proceso combinado de combates y negociaciones). El resultado de la ofensiva del Têt no estaba adelantado. La situación cambiaba rápidamente desde 1965 y las posibilidades reales debían ser testeadas en el mismo curso de la lucha. El grueso de las fuerzas regulares debían permanecer móviles, para tener tiempo de evaluar la evolución de los combates. Para obtener el máximo efecto, los levantamientos insurreccionales debían combinarse con las ofensivas propiamente militares y esto sobretodo en las ciudades. En esta perspectiva, el rol de la infraestructura política urbana, clandestina, era decisivo. (5)
La importancia acordada a los levantamientos insurreccionales y a la combinación de todas las formas de lucha es grande, en el pensamiento político-militar vietnamita. Esta sostiene las tradiciones heredadas del Komintern y, sobretodo, la experiencia fundadora de la revolución de agosto de 1945 y el enraizamiento ulterior de una guerrilla en zonas densas de población, a veces limítrofes de la metrópoli saigonesa misma, como en el bastión revolucionario de Cu Chi (6).
Los problemas aparecieron al principio de la ofensiva del Têt en 1968 (las fuerzas regulares no pudieron evolucionar tan libremente como previeron en la región saigonesa). Sin embargo, numerosos objetivos asignados fueron alcanzados, salvo uno, el mayor: no hubo movimientos insurreccionales en Saigón. En cuanto al costo de la ofensiva, fue muy elevado. Las pérdidas fueron graves. El aparato político clandestino apareció a plena luz para intentar organizar a la población.
Graves pérdidas
Numerosos cuadros sobrevivientes debieron abandonar sus zonas de implantación tradicional, una vez que el respaldo militar se inició, por miedo a la represión. Esta última sin embargo pudo golpear duramente a los militantes, en los meses y años que siguieron. La organización saigonesa, ya limitada en 1968, se encontró peligrosamente debilitada. Más en general, la revolución temporariamente perdió, después de la ofensiva, el control de una parte de su territorio anterior. En 1969, ni la revolución ni la contrarrevolución están en posición de tomar verdaderamente la iniciativa, a escala nacional. Ambas deben organizar sus fuerzas. El último balance de la ofensiva del Têt depende entonces por una parte, de la importancia de la manera en la que los adversarios reencaucen sus fuerzas, utilizando sus puntos fuertes y corrigiendo sus puntos débiles. A fines de 1968, el éxito o el fracaso de la ofensiva del Têt no está aún verdaderamente determinado. Es el PCV quien sabrá asimilar más rápido las lecciones de la experiencia y retomar así la iniciativa. Su pensamiento político-militar, probablemente el más rico entre los movimientos de liberación, continúa evolucionando. Las ofensivas de 1972 y 1975 lo testimonian.
El Têt es claramente una victoria y una victoria clave para el futuro del combate de liberación. Pero el costo es efectivamente muy elevado. Se hace sentir aún hoy, especialmente en el debilitamiento del aparato de cuadros enraizados y experimentados. Esto pesó evidentemente en los procesos de burocratización que se expresaron luego de la victoria de 1975.
Un debate, a veces severo, se desarrolla en el seno del PCV para saber si no habría sido posible obtener en 1968, los mismos resultados a menor costo, especialmente deteniendo mucho más pronto la ofensiva.
¿Cómo explicar la ausencia de movilizaciones de masas en Saigón, en febrero de 1968? En primer lugar, por el diluvio de fuego. Las fuerzas norteamericanas utilizaron toda la potencia de su armamento, sin preocuparse de los civiles. Ante una victoria militar de las fuerzas de liberación, paralizando al menos momentáneamente el tiro enemigo, ¿cómo organizar en estas condiciones un movimiento insurreccional?
Las condiciones políticas también debieron pesar. La organización del frente de liberación en la capital probablemente no era bastante fuerte para vencer ella sola, las fuerzas regulares no podían atravesar las defensas norteamericanas. Finalmente, el país se transformaba social y políticamente, surcado por una guerra cada vez más terrible, por las deportaciones de la población, las medidas sociales contrainsurreccionales, los trastornos económicos.
La ofensiva en Saigón
La ofensiva del Têt de 1968 se desencadena en un momento en el que el sur de Vietnam está en mutación, antes que la dirección del PCV tuviera verdaderamente conciencia de la profundidad de estas transformaciones. Parece, de hecho, que ella no comprenderá la medida del problema plenamente hasta después de 1975. En este país remodelado por una guerra moderna de una intensidad y de una duración sin precedentes, la cohesión social de los medios populares de Saigón fue minada progresivamente, volviendo tanto más problemática la autoactividad de las masas, tanto más difícil el trabajo de organización.
Con el correr de los años, este problema se iba a agravar; pero la experiencia del Têt en 1968 ya revelaba su importancia. La mayor parte de nosotros no supo, entonces, percibirla. Por cierto, nosotros analizábamos con una mirada independiente la historia del Partido comunista vietnamita. Pero teníamos aún una mirada ingenua sobre la revolución. Percibíamos la energía casi increíble de tal resistencia victoriosa. No sentíamos verdaderamente lo que tenía de agotador este combate, proseguido durante varias décadas con recursos materiales tan desiguales. No estábamos suficientemente educados en buscar las lecciones en las dificultades y en los fracasos.
Con el paso del tiempo, el Têt y sus consecuencias, por las cuestiones que levanta, se impone como una extraordinaria lección de iniciativa y de realismo revolucionarios. Un conjunto de experiencias que merecerían ser estudiadas de nuevo, con la ayuda de la documentación hoy disponible sobre Vietnam y las enseñanzas de las revoluciones posteriores. Para muchos de nosotros, hubo tiempo para comprender la importancia del terreno de la acción diplomática, abierta por la ofensiva de 1968.
Sabíamos que el imperialismo norteamericano iba a utilizar las debilidades burocráticas de Moscú, así como las devastaciones de la Revolución cultural maoísta y el conflicto entre China y la URSS, para intentar aislar más las revoluciones indochinas. Sabíamos hasta qué punto el PCV buscaba preservar su independencia de acción internacional, decidido como estaba a no encontrarse más en la posición subordinada que le fue impuesta después de las negociaciones de Ginebra en 1954 (7). Reconocemos el derecho absoluto a aquellos que combaten, a determinar los compromisos que pueden juzgar necesarios. Nosotros supimos evitar dos errores mayores. El primero era aquel que conducía a algunos componentes de la solidaridad a confundir su rol con el de un mediador.
Dos personalidades del movimiento antiguerra en los EEUU especialmente, se comprometían directamente sobre el terreno diplomático, buscando proponer fórmulas de compromiso aceptables a la vez para Washington y para los vietnamitas y esto, cuando estos últimos no querían comprometerse directamente, juzgando que la situación aún no lo permitía. Nosotros comprendimos que el rol de la solidaridad era otro: crear las mejores condiciones para una victoria lo más rápida y completa posible (sin perjuicio de, como a fines de 1972, responder activamente a un llamado de los vietnamitas para apoyar una iniciativa diplomática concreta). La determinación de eventuales compromisos (que están en el corazón de toda negociación) es efectivamente la responsabilidad única de aquellos que combaten, solo ellos pueden juzgar la realidad de las relaciones de fuerza que condicionan las elecciones diplomáticas.
Tampoco hemos seguido a aquellos que veían en la política de negociación de los vietnamitas una prueba de su voluntad de capitulación, percepción peligrosamente errónea defendida especialmente por una minoría en nuestro propio movimiento, a partir de un análisis profundamente incorrecto de la naturaleza del Partido Comunista del Vietnam. No hemos visto entonces, en el desbloqueo de las conversaciones de París en 1972-73 un signo de retroceso de la lucha, sino por el contrario, una avanzada del combate revolucionario.
Medíamos sin embargo con dificultad las sujeciones propias de la acción diplomática en un período defensivo. Escarmentados por dolorosas experiencias pasadas en el movimiento obrero, permanecíamos en este terreno un poquito ultraizquierdistas. Sólo habíamos estudiado demasiado parcialmente la experiencia fundadora de la revolución rusa. La negociación ruso-alemana de Brest-Litovsk en 1917-18 –negación deslumbrante de toda diplomacia secreta- nos ocultaba los problemas puestos por la de Rapallo en 1922, donde la diplomacia secreta ocupaba un lugar central. La experiencia vietnamita de 1968-73 fue para muchos de nosotros, la ocasión de estudiar por primera vez las acciones del combate en la arena internacional en toda su complejidad, lo que por ejemplo nos ayudó para analizar mejor la acción, en este dominio, de los Sandinistas, después de la victoria de la revolución nicaragüense.
Nosotros no hemos, dicho esto, nunca sido “izquierdistas” en el terreno de la solidaridad militante internacional.
Radicalización de la juventud
La solidaridad internacional y el movimiento antiguerra en los EEUU eran indispensables para la victoria de los revolucionarios indochinos. Fortalecerlos era un deber, un imperativo. La lucha de los pueblos indochinos ha jugado, por su lado, efectivamente un rol ejemplar que ayudó a la emergencia de nuevas generaciones revolucionarias en el mundo. También abrió una brecha que facilitó las luchas de liberación, de antiguas colonias portuguesas de Africa y en Nicaragua.
La solidaridad internacional siempre fue más allá de las exigencias de la situación y se puede decir que la Indochina revolucionaria ha dado de hecho al mundo, por su combate, lo que no recibió de apoyo internacional. La ayuda soviética y china han jugado por cierto un rol importante. Pero jamás estuvieron a la altura de las apuestas y las necesidades –peor aún, son acompañadas de presiones inaceptables. La movilización del movimiento obrero en los países imperialitas, ha sido tardía, demasiado frágil, por culpa ante todo de las direcciones reformistas.
Incluso en Francia, la explosión de Mayo del 68, centrando la atención de todos sobre las luchas político-sociales nacionales, interrumpió la continuidad de las movilizaciones de solidaridad en un momento sin embargo crucial. Las organizaciones de antes de Mayo (como el Comité Vietnam nacional, CVN) prácticamente dejaron de existir. Hubo que relanzar, a contracorriente, un nuevo movimiento, el Frente de solidaridad Indochino (FSI) en 1969-70. Estuvimos entre aquellos, los primeros, que han permitido esta renovación de la acción internacionalista, especialmente con personalidades intelectuales militantes.
Todo el tiempo perdido en el terreno de la solidaridad internacional, todas las evasivas criminales, todas las divisiones son pagadas caras en Indochina: con años de guerra, destrucciones, agotamientos suplementarios. ¡Los “decepcionados de Vietnam” no deberían olvidarlo!
Así mismo, las guerras sino-indochinas de 1978-79, con efectos desastrosos en la región como en el plano internacional, no deben borrar la lección de internacionalismo que fue Indochina para la generación militante de 1968 (8). Los vietnamitas necesitaban una solidaridad que fuera más dinámica y más amplia, que fuera capaz de imponerse aún más allá de las rivalidades y las querellas de los partidos y sectas. Lo hacían saber claramente. Prestos a trabajar en estos dominios con todos, el Frente Nacional de liberación tenía necesidad de una solidaridad sin precondiciones, sin un pensamiento atrasado. Esto fue, para nosotros, el aprendizaje práctico de una concepción verdaderamente unitaria de la solidaridad, a contracorriente de muchos de los sectarismos de organización: “Todo por Vietnam, todo por Indochina”.
Este fue un aprendizaje saludable, siempre de actualidad, para Nicaragua, Salvador, Filipinas, Sudáfrica, aún para muchas otras luchas. Aún más allá del cinismo o la fatiga desilusionada de numerosos viejos militantes de la generación de 1968, el internacionalismo es un “estado de espíritu” de hace veinte años que merece ser preservado y despertado aún hoy.
Notas:
1) El Têt es el nombre del año nuevo vietnamita que se celebra alrededor de un mes después del año nuevo cristiano.
2) Recordemos que de 1954 a 1975, Vietnam fue dividido en dos por una “línea de demarcación” separando al Norte el territorio controlado por la República democrática del Vietnam (RDVN), revolucionaria y al Sur, el territorio controlado por la República del Vietnam, régimen neocolonial. Las fuerzas norteamericanas tomaron, durante este período, la continuidad de las fuerzas francesas en la parte meridional del país.
3) Uno de los principales artesanos de la política extranjera norteamericana durante estos años de guerra y el jefe de la delegación norteamericana en las negociaciones de París.
4) El último libro de Gabriel Kolko presenta un análisis muy rico e interesante de la evolución global de la guerra de Vietnam y de la política norteamericana: “Vietnam, Anatomy of a War 1940-1975”, Allen & Unwin, Londres, Sydney, 1986.
5) Destacamos que ante la ausencia de una documentación suficiente, una parte de esta descripción guarda un carácter hipotético.
6) La zona de Cu Chi se volvió célebre por su extraordinaria red de túneles que permitía a la resistencia armada actuar hasta en las retaguardias enemigas.
7) En 1954, durante las negociaciones con Francia, Moscú y Pekín impusieron una serie de graves compromisos a las fuerzas revolucionarias vietnamitas, laosianas y camboyanas.
8) Para una reflexión sobre la crisis sino-indochina y el período posterior a 1975, ver “La crisis sino-indochina”, resolución del XI Congreso mundial de la Cuarta Internacional, noviembre de 1979, Inprecor N° 196 del 13 de mayo de 1985 y N° 197 del 27 de mayo de 1985.