En un momento en que Trump, nuevo presidente de EE UU, anuncia una ruptura con el libre comercio y un repliegue al unilateralismo nacionalista, en Davos, donde se reúne la cumbre del capitalismo globalizado, Xi Jinping se presentó como adalid del libre comercio. ¡Parece el mundo al revés! ¿Cómo valoras esta declaración, que rompe con todo lo que podíamos pensar que era China?
Pierre Rousset: Ruptura completa con la era maoísta, no cabe duda. Pero se inscribe dentro de la continuidad, claro que evolutiva, de las reformas de Deng Xiaoping desde que estas demostraron ser de naturaleza capitalista. En el plano simbólico, esta declaración de Davos es, en efecto, muy importante. Trump amenaza con un repliegue al unilateralismo, colocando en el alero instituciones de cooperación internacional que sirven de marco de negociación entre burguesías, así como de estructuras como la OTAN. Frente a él, Xi Jinping puede decir: “Si es así, estamos dispuestos a tomar el relevo…”. Un posicionamiento revelador de cómo China se proyecta a escala internacional, poniendo en entredicho la jerarquía y las relaciones de fuerza dentro del capitalismo existente.
También resulta interesante con respecto a Rusia. En el periodo reciente, este país ha sabido afirmarse con fuerza gracias a su capacidad militar (Crimea, Ucrania, Siria…). Sin embargo, Putin no puede permitirse hablar como Jinping. China ha desplegado, en el plano económico y financiero, una red internacional que le permite proponer, frente a unos EE UU que se retirarían o agravarían el conflicto con México, relevarlos y asumir sus inversiones. Se dedica asimismo a construir una red militar (refuerzo de su flota, acuerdos de defensa con diversos países, establecimiento de bases en el extranjero, sistema de vigilancia…), lo que todavía llevará mucho tiempo. De todos modos, esto confirma la talla internacional adquirida ya por China y su ambición de ser reconocida como potencia mundial de primera.
Es decir, ¿cómo la primera potencia mundial?
Es su ambición, pero del dicho al hecho hay un gran trecho. EE UU siguen siendo la única superpotencia. Sin embargo, en cierto modo esta posición privilegiada también es un hándicap. Su “zona de influencia” es el mundo entero, pero no tienen la capacidad de imponer por sí solos una pax americana mundial, y ningún otro imperialismo les ayuda de modo significativo a desempeñar este papel. Los ataques de Trump contra los europeos reflejan este problema: EE UU necesitan un imperialismo europeo, claro que subordinado, pero capaz de contribuir a la gestión del mundo. Y esto la Unión Europea es totalmente incapaz de hacerlo. No se ha constituido en una gran potencia, ni siquiera ha logrado construirse como un gran mercado regulado y se ve sumida en sus contradicciones. EE UU tienen motivos para considerar que no se les puede exigir que sigan pagando cuando a cambio no reciben nada.
Una superpotencia que ya no puede asumir plenamente su función de gendarme del mundo porque se enfrenta a conflictos demasiado numerosos, demasiado profundos, a una inestabilidad excesiva, se ve abocada a la parálisis. Lo que sucede en Asia Oriental refleja muy bien esta situación. Hace ya tiempo que Obama declaró que su política mundial pivotaba sobre la región Asia/Pacífico y que EE UU iban a operar su gran retorno al Pacífico. Pero nada de esto se ha concretado. EE UU siguen empantanados en Oriente Medio y no han contado con medios para actuar con rapidez en el mar de China. Es China quien ha tomado la iniciativa en el terreno económico y militar.
¿Cómo analizar lo que pone en entredicho, en Asia Oriental, la política actual de Pekín?
Podríamos comparar los procesos evolutivos de esta región con lo que representa Europa Oriental para los europeos. Los conflictos en esta zona bajo la influencia directa de China afectan a todos los países del sudeste asiático, Japón y EE UU. Este conjunto se subdivide en dos subzonas: la del mar de China Meridional y la del mar de China Oriental.
En el mar de China Meridional, la capacidad de iniciativa china ha cruzado un umbral cualitativo. Desde el punto de vista económico y diplomático se ha producido un aumento de la influencia china en un número importante de países: Birmania, Malasia, Filipinas tras la ruptura parcial de esta ex colonia estadounidense con la obediencia a EE UU… El capitalismo autoritario chino representa un modelo seductor a los ojos de muchas burguesías y aparatos militares de la región, incluida Tailandia.
En cambio, en el terreno militar las iniciativas chinas van en detrimento de estos mismos países. China ha construido un total de siete islas artificiales apoyadas en arrecifes e islotes, sobre las que ha instalado pistas de aterrizaje, bases de misiles tierra-aire y radares. Aunque no todas estas instalaciones estén funcionando todavía, la flota china navega en un entorno que se halla bajo control chino.
Pekín reivindica la soberanía sobre casi la totalidad del mar de China Meridional, invadiendo incluso zonas económicas exclusivas de los demás países ribereños, lo que provoca tensiones recurrentes, entre otros con el gobierno filipino. La hegemonía china choca con resistencias. Malasia y Singapur son centros económico-financieros muy importantes. Indonesia es un gigante demográfico. Pekín tendrá que transigir, pero no se retirará de la zona marítima en que se ha instalado. Es cierto que la 7ª flota estadounidense puede navegar en la zona y el tráfico marítimo internacional no está bloqueado (aunque China reclama del derecho a hacerlo). Sin embargo, si EE UU decide expulsar las tropas chinas del sistema insular creado, se generará un conflicto militar de gran envergadura.
Vietnam es actualmente el único país de la región que se enfrenta físicamente a China. Regularmente se producen choques entre navíos chinos y buques vietnamitas, en detrimento de estos últimos, vista la superioridad china. EE UU acaba de anular la última parte del embargo impuesto sobre Vietnam tras su derrota en la guerra indochina en 1975. Se trata del comercio de armamento, por lo que ahora los traficantes de armas pueden responder sin problemas a las demandas vietnamitas en la materia. Además, Washington está negociando el establecimiento de una base militar en Vietnam, sin duda en Danang, donde estuvo la gran base militar estadounidense durante la guerra de Indochina. ¡Gesto simbólico de completa inversión de la situación con respecto a este pasado! El problema es que Vietnam no controla los estrechos y se halla muy aislado de los demás países de la región. Para EE UU no es una gran baza, como lo era Filipinas (donde, dicho esto, los acuerdos de cooperación militar no han sido denunciados, pese al deterioro de las relaciones políticas).
En el noreste de Asia, la situación es más fluida y gira en torno a la crisis coreana. Allí, EE UU se esfuerzan por recuperar la iniciativa, para lo que no solo pueden apoyarse en sus propias bases militares, sino también en el ejército surcoreano y el japonés. Con el nombre de “fuerzas de autodefensa”, Tokio dispone de hecho de un ejército poderoso, reputado por su capacidad para librar en su entorno tanto una guerra submarina como aérea y de defensa antimisiles, gracias sobre todo a sus destructores y fragatas.
Por motivos políticos (como la propensión de la población al pacifismo), Tokio se contenta con participar, a escala internacional, en misiones de la ONU sin enviar unidades de combate (apoyo médico, ayuda a los refugiados, etc.) o en operaciones conjuntas contra la piratería. El país sigue estando estratégicamente subordinado a EE UU. Posee un portahelicópteros, pero no dispone de portaaviones ni de la bomba atómica y no puede desplegar submarinos estratégicos en los océanos. Sin embargo, Tokio está en condiciones de cambiar esta situación a corto plazo, con tal de amordazar la oposiciòn de la población a este rearme. Si comparamos Japón con Alemania, vemos que esta última está sometida a una presión creciente desde que el Reino Unido ha decidido salir de la Unión Europea, para que refuerce sus recursos militares, aunque también en este caso la opinión alemana se opone. En todo caso, se puede calcular que el camino hacia un ejército fuerte sería para Alemania, si decidiera emprenderlo, más largo que para Japón.
EE UU han retomado ahora la iniciativa en el noreste de Asia con miras a consolidar su posición, aprovechando con este fin la complejísima cuestión norcoreana. Por un lado, nadie controla al régimen de Corea del Norte. Pekín no puede propiciar su hundimiento por miedo a un caos considerable, pero tampoco desea que disponga de una capacidad nuclear independiente. Por otro lado, Corea del Sur apenas sale de una profunda crisis política tras la destitución de la presidenta Park Geun-hye, representante de la derecha dura en la línea del dictador que fue su padre. La política de Corea del Sur con respecto a Corea del Norte oscila entre la búsqueda de un entendimiento con vistas a la reunificación del país y la tentación del enfrentamiento. Mientras que el norte lanza sus misiles al mar de Japón, Corea del Sur prepara elecciones para el mes de mayo, en las que podría salir una nueva mayoria favorable a la moderación en las relaciones entre el sur y el norte.
¿Asistimos por tanto a un fuerte aumento de las tensiones militares en toda esta región asiática?
La cuestión nuclear se ha convertido en un problema central para la región. De creer a los principales medios de comunicación, la responsabilidad incumbe en exclusiva a la irracionalidad del dictador norcoreano. No cabe duda de que se trata de una dictadura burocrática y nepotista, pero la política de Kim Jong-un no es irracional. Su régimen se halla bajo amenaza permanente. Recordemos que las grandes maniobras aeronavales conjuntas entre EE UU, Japón y Corea del Sur simulan un desembarco en el norte. También nos dicen que se ha intentado “todo” con Pyongyang y que “todo” ha sido en vano. Esto es falso. Durante el mandato de Bill Clinton se firmaron acuerdos con Pyongyang que permitieron congelar el programa nuclear norcoreano. El gobierno de George Bush denunció estos acuerdos e incluyó al país en el “eje del mal”, política que mantuvo el gobierno de Obama. El poder norcoreano concluyó que únicamente el desarrollo de una capacidad nuclear podría garantizar su supervivencia en el plano internacional.
Ahora, EE UU han tomado la iniciativa de instalar una base de misiles antimisiles THAAD en Corea del Sur. Este sistema se presenta como un escudo frente a los misiles procedentes de Corea del Norte y disparados contra Japón, pero su radio de acción abarca lo esencial del territorio chino. Washington ha decidido acelerar el proceso de instalación de estas baterías antimisiles para que el sistema THAAD sea operativo antes de las elecciones surcoreanas. De este modo, la nueva mayoría no tendrá que pronunciarse sobre el establecimiento de dicha base, sino sobre su eventual desmantelamiento. ¡No es lo mismo! Esta política de hechos consumados revela la voluntad estadounidense de consolidar su hegemonía militar en la región. Esto afecta directamente a la relación de fuerzas militares entre EE UU y China.
Cabía considerar hasta ahora que para Pekín su condición oficial de potencia nuclear era suficiente, al margen del número de misiles disponibles. Su supremacía militar podía basarse entonces en su ejército regular. Por ejemplo, desde este punto de vista (ejército “clásico”), el ejército chino parece más poderoso que el ruso, por mucho que haya que tener en cuenta que las tropas chinas carecen del entrenamiento y de la experiencia del ejército ruso. No obstante, con el despliegue de un escudo antimisiles pasamos a otra dimensión: desbaratado el efecto de la disuasión militar, siendo ahora determinante el número de misiles disponibles. Si Rusia puede lanzar miles de misiles, de los que algunos atravesarán el escudo antimisiles estadounidense, este no es el caso de China. Este cambio relanza, por tanto, la carrera de armamentos, en este caso ¡de armas nucleares!
Asistimos aquí a un replanteamiento de las estrategias militares. En la época de Mao, China no se planteaba un despliegue exterior, sino que razonaba en función de una estrategia defensiva basada en el ejército de tierra. La China de hoy tiene necesidad de proyectarse hacia el exterior con el fin de asegurar sus rutas de transporte para los abastecimientos y las inversiones. El acceso a los océanos es para ella una cuestión vital. Por eso ha favorecido el desarrollo de su marina de guerra. Entre China y los océanos Índico y Pacífico existe un arco formado por penínsulas, islas y archipiélagos; además, en la península coreana, en Japón y Okinawa existen bases estadounidenses muy importantes, y la 7ª flota controla los estrechos.
Pekín desea garantizar a toda costa su acceso sin restricciones. La cuestión nuclear otorga a este conflicto una nueva dimensión. Pekín adoptó el año pasado la decisión de principio de redesplegar sus submarinos estratégicos en los océanos, para que no permanezcan atrapados en sus ubicaciones en el mar de China Meridional. Para ello necesita mejorar su tecnología, equiparlos con misiles nucleares de cabezas múltiples, resolver los difíciles problemas relativos a la cadena de mando… Esto, por tanto, no es cosa hecha, pero lo están encarrilando.
Desde el punto de vista militar, el mundo ha estado dominado durante mucho tiempo por la confrontación entre EE UU y Rusia. Ahora entra en liza China. Junto con Oriente Medio, Asia Oriental es una zona en vías de militarización creciente y acelerada. De modo más directo que en Oriente Medio, esta situación refleja la dinámica infernal de los conflictos entre potencias. Los movimientos progresistas de la región se movilizan para oponer a la concepción de la seguridad prevista por las potencias otra distinta, formulada desde el punto de vista de los pueblos; lo que incluye, en particular, la desmilitarización del mar de China.
Una China capitalista cuyo Estado está dirigido por un Partido Comunista. Un Partido Comunista de 88 millones de miembros, dirigido a su vez por un clan alrededor de Xi Jinping. ¿Cómo se sostiene este poder?
Cabe destacar varios factores. En China, la transición capitalista estuvo pilotada y no fue caótica como en Rusia. El Partido Comunista Chino (PCC) había sido destruido en gran parte durante la Revolución Cultural, y bajo Deng Xiaoping fue reconstruido y modificado. En cuanto al ejército, es la única estructura que supo resistir a la Revolución Cultural. Este partido ha mantenido la unidad nacional, impidiendo que las fuerzas centrífugas se tornen destructivas. Es un hecho que reconoce la burguesía china expatriada, que vive en Taiwán y en EE UU, en Australia y otros lugares: dado que el PCC ha sabido evitar el caos, sería irresponsable querer desestabilizarlo.
Desde este punto de vista es espectacular cómo ha evolucionado la relación entre el Guomindang y el PCC. El primero representa a los restos del ejército contrarrevolucionario, que se instaló en Taiwán después de 1949 y estableció allí su dictadura, en perjuicio de la población local. Ambos son por tanto enemigos jurados. Sin embargo, con los años estos dos poderes, que integran –cada uno a su manera– burocracia y capitalismo, se han reconocido mutuamente y han colaborado. La población de Taiwán ha comprendido que este entendimiento condenaba su autonomía y que pondría en tela de juicio el proceso de democratización en curso. De ahí el movimiento de los Girasoles y la elección de una presidenta que, con toda la prudencia requerida, preconiza una vía independentista.
Esta situación ilustra hasta qué punto la burguesía expatriada, que podríamos calificar de internacionalizada, no se sitúa en una lógica de revancha, sino, por el contrario, de entendimiento con el PCC. Con elementos de rivalidad, claro está, pero dentro de un marco controlado de común acuerdo.
Otro factor que cabe subrayar: entre la burguesía privada y la burguesía burocrática apenas hay diferencias parciales, no en vano gran parte de la primera está relacionada con la segunda por vínculos familiares. La ósmosis entre el capital privado y el capital burocrático se produce en el seno de la familia. Hay conflictos, como sucede en todas las familias, pero estos no desembocan en enfrentamientos.
Mientras tanto, Xi Jinping construye su poder con mucha brutalidad. Podemos decir que nunca –desde el proceso contra la “banda de los cuatro” en 1976– las luchas intestinas en el PCC habían alcanzado tal grado de violencia. Responsables de primera línea, de diferentes instituciones, del ejército, de grandes ciudades, son detenidos, encarcelados, algunos condenados a muerte. Xi Jinping está decidido a imponer a sus hombres y su control sobre el conjunto del partido. Claro que no siempre lo consigue y eso explica por qué en ocasiones se ve forzado a mantener a dirigentes que no son de su onda a la cabeza de regiones muy importantes. Si logra consolidar su dominio, será a costa de la acumulación de rencores y oposiciones. De ahí el endurecimiento del régimen, que ha metido en prisión a figuras del feminismo chino, que realmente no suponían una amenaza para el poder. Pero se trataba de enviar un mensaje a los potenciales contestatarios. Lo mismo ocurre con la detención y las torturas aplicadas a directivos de editoriales de Hong Kong. En este caso, el mensaje está destinado a calmar eventuales ardores irredentistas.
Por tanto, hay que tener en cuenta, por un lado, el éxito de la política económica e internacional, y por otro la dura represión en el partido, en su entorno y en la sociedad. Ello no quita que el tiempo en que los dirigentes proponían un gran proyecto para el país ha pasado a la historia. Muchos “hijos de” invierten sus capitales en el extranjero, o compran mansiones reservadas a los chinos ricos en la costa pacífica de Canadá, incluso adquieren una nacionalidad extranjera… Puesto que la corrupción campa a sus anchas en toda la sociedad, cunde el “sálvese quien pueda” e impera el cinismo, el de la globalización capitalista y la especulación financiera. Hay que decir que por el momento el edificio se mantiene en pie. No cabe duda de que el futuro traerá grandes cambios, aunque hoy por hoy el poder chino, y no solo los capitales, es capaz de actuar en el mundo entero, con un proyecto y con notables recursos.
¿No conoce la sociedad china múltiples tensiones sociales?
No pretendo tener una visión completa de todo lo que ocurre en China, pero al menos digamos que China es un país capitalista, que por consiguiente conoce y conocerá crisis, como todo país capitalista, esto está más claro que el agua. Otro elemento indudable es la sobreproducción. El Estado mantiene la actividad en empresas públicas por razones políticas y sociales, a fin de evitar una crisis social, de no perjudicar a un clan… Esto provoca que haya enormes capacidades de sobreproducción. Y burbujas de endeudamiento de estas empresas y en el sector inmobiliario, que pueden estallar en cualquier momento, sin que sea posible formular un pronóstico preciso.
Hasta ahora, las importantes reservas de divisas han permitido aplicar internamente medidas anticrisis. China necesita disponer de tierras cultivables, de minerales y petróleo, de puertos, con las consecuencias que esto conlleva en el terreno de los medios militares, lo que de acuerdo con la lógica de todo imperialismo en su fase de expansión conduce a exportar capitales para llevar a cabo estas inversiones indispensables.
Otro factor que se observa a gran escala, en África, es que para los contratos de obras de gran envergadura se exporta cemento, acero, trabajadores, de manera que estos mercados exteriores dan salida a la sobreproducción interior. Todo esto no está exento de riesgos. Los contratos en África están garantizados por bancos chinos, pero si un gobierno se niega a pagar sus deudas, no le resultará difícil suscitar revueltas antichinas. Estos riesgos políticos existen.
¿Y en lo que respecta más en particular a las movilizaciones obreras?
Durante un primer periodo, el poder utilizó el éxodo rural para crear un subproletariado, particularmente en las zonas francas. Hay que recordar la cuestión del permiso de residencia, cuya existencia se remonta a muchos años atrás. Bajo Mao, fue un instrumento para evitar el éxodo rural hacia las ciudades del litoral. Bajo Deng Xiaoping, unos 250 millones de campesinos y campesinas pasaron a ser migrantes indocumentados en su propio país: sin permiso de residencia, no tienen derecho a estar allí, no tienen derecho a la vivienda, ni a los servicios sociales, los niños no tienen derecho a la escolarización (son únicamente asociaciones de voluntarios las que aseguran la escolarización de estos niños). Una situación muy característica de la acumulación primitiva de capital.
Estos migrantes rurales se consideraban temporales y su idea era regresar un día a la aldea. La segunda generación comenzó a organizarse y a luchar, mientras que al mismo tiempo menguaba el ejército de reserva, lo que explica las victorias obtenidas y los aumentos salariales. Una situación sin duda muy diversa según las empresas, pero es indiscutible que ha habido un aumento real del nivel medio de los salarios. Esto lo corrobora el hecho de que ciertos capitales han abandonado el país para reinvertirse en otros países de nivel salarial más bajo.
En una tercera fase se han sistematizado las luchas. Por lo general son luchas duras, temporales, que a menudo finalizan con victorias. En su mayoría son de carácter local, contra la construcción de presas, por ejemplo. El número de locales públicos incendiados cada año es impresionante. El esquema clásico es que la autoridad local comprende que el descontento requiere alguna concesión: se sanciona a los cabecillas y se satisface una parte de las reivindicaciones. Por tanto, hay luchas, pero lo que está estrictamente prohibido es la organización duradera y la que abarque varias localidades.
Así, el movimiento choca con una doble imposibilidad. La primera es que los sindicatos oficiales (existe una única confederación sindical legal) se conviertan en instrumentos en manos de los trabajadores. Son la correa de transmisión del poder hacia los trabajadores, actualmente del poder y de la patronal. La segunda es la de crear sindicatos autónomos. Todo intento en este sentido desencadena una represión inmediata.
Hay una lucha destacada que ha roto con esta regla. ¿Es un fenómeno excepcional o anuncia un cambio? Habrá que verlo… Se trata de la lucha de Walmart. Walmart es una multinacional estadounidense especializada en la gran distribución. En 2013 pasó a ser la empresa más grande del mundo en términos de volumen de negocio. Un gigante, por tanto, que cuenta en China con 419 almacenes y 20 centros de distribución y emplea a más de 100 000 trabajadores (cifras de 2015). Esta empresa es internacionalmente conocida por los bajísimos salarios que paga y por su antisindicalismo. La lucha del personal de Walmart se organizó a partir de una página web, lo que permitió poner en marcha una movilización simultánea en cuatro almacenes, con recaudación de fondos para pagar a abogados y ayudar a los huelguistas. Esta lucha sigue su curso.
Esto ha sido posible gracias a una circunstancia muy especial. Pekín quiso presionar a la empresa, y por eso autorizó la elección de estructuras sindicales de base. Salieron elegidos sindicalistas combativos. Después se llegó a un acuerdo entre el régimen y la direccion de Walmart, abriéndose el acceso a las “secciones sindicales” incluso a los mandos intermedios. De este modo, nada menos que el director de recursos humanos se puso a la cabeza del sindicato de empresa. Sin embargo, se había formado una generación combativa, que decidió proseguir con la lucha.
Otro factor es que esta multinacional es a su vez bastante peculiar: los sindicatos están prohibidos en todos sus centros y se organiza un culto en torno a la personalidad de su fundador. Se trata de crear una “conciencia Walmart”. “¡Soy Walmart!” Esto se ha vuelto en contra de la dirección cuando esta quiso imponer a todo el personal la flexibilidad total. Esta está autorizada en China, aunque solo en determinados casos. Las autoridades decidieron que Walmart no entraba dentro de esos supuestos. Este fue el elemento que desencadenó la movilización de los trabajadores.
Es esta una cuestión que se repite, a saber, que el posible estallido de luchas está relacionado con conflictos entre un aparato y otro poder, o entre fracciones de un mismo aparato. Esta no ha sido la primera gran lucha, pero las demás han sido siempre de carácter local, pese a que en ocasiones tenían lugar en nombre de los intereses del proletariado chino: en China existe cierta forma de identidad de clase, heredada de la revolución y de la época maoísta. Es interesante observar que muchos movimientos de solidaridad democrática en el plano internacional defienden expresamente los derechos de los trabajadores.
A menudo se escuchan reacciones a los problemas ecológicos y a los temores derivados del envejecimiento demográfico…
Muchas luchas giran en torno a cuestiones ecológicas, contra la construcción de presas que engullen aldeas, contra la polución, que se ha convertido en un problema importante debido a su gravedad… Esta dimensión está muy presente en numerosos conflictos locales, pero parece que no necesariamente se la percibe como un asunto de naturaleza ecológica. No tengo la impresión de que exista en China un movimiento ecologista que se conciba como tal, aunque puedo equivocarme.
En lo que respecta a la demografía, en la época de Mao se desarrolló una política natalista. La política del hijo único no se impuso hasta más tarde. Las estadísticas están en parte falseadas, en la medida en que numerosos niños no están declarados. Sin embargo, el desequilibrio entre niñas y niños se ha agravado (con el aborto selectivo de niñas para que el hijo único sea un niño), lo que ha dado lugar en ciertas regiones a secuestros y ventas de mujeres. Ahora, esta política de hijo único se ha ido abandonando paso a paso, sin que esto haya provocado un fuerte aumento del número de nacimientos. La natalidad se ha estabilizado en un nivel bajo. Por tanto, no asistiremos a un rejuvenecimiento de la población, sino, por el contrario, a un aumento relativo del número de personas mayores. Y eso sin que se hayan mantenido las estructuras colectivas que existían en tiempos de Mao. La vejez se ve por tanto condenada a la soledad o a depender de la familia.